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No son malas personas

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El corral de ramas en que se han encerrado el Frente Amplio y el Pit-Cnt con la iniciativa de juntar firmas contra la Ley de Urgente Consideración, muestra a las claras un despiste opositor que parece acentuarse cada día.

En momentos en que el partido político que se autodefine de izquierda y su brazo sindical deberían actuar en forma más coordinada que nunca, aparece un conspicuo representante de la central de trabajadores, el presidente de Sutel Gabriel Molina, declarándose frenteamplista pero a la vez cuestionando groseramente lo que vota su fuerza política: “¿Soy frenteamplista? Sí. ¿Voté al FA? También. Me importa un carajo lo que el FA hizo en el Parlamento, porque el tema acá es mucho más profundo de la decisión que tomaron los legisladores nuestros”. Fueron declaraciones a El Observador de este connotado integrante del Secretariado Ejecutivo del Pit-Cnt y miembro del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Comunista.

El mismo que se hizo famoso hace unos meses por la viralización de un audio en que insultaba de manera soez al Presidente de la República. Aquí usa nuevamente ese lenguaje, pero no en la presunta intimidad de un mensaje de whatsapp ni contra un adversario político: ahora lo hace ante el micrófono de dos periodistas y contra su propia colectividad.

Dirigentes del FA como los senadores Mario Bergara y Liliam Kechichian no tuvieron otra alternativa que salir a contestarle públicamente: “al Frente Amplio sí le importa lo que votó, le tiene que importar” replicaron ambos, palabras más, palabras menos, a través de Twitter. Dos débiles reacciones, más de vergüenza ajena que de enojo, que ponen de manifiesto la tensión interna entre una mayoría radicalizada y soberbia y una declinante minoría moderada, que trata desesperadamente de emitir señales de responsabilidad política a sus raleadas huestes.

Si el FA no la estaba teniendo fácil en su comunicación hacia fuera, ahora demuestra que más difícil aún le resulta administrar sus choques internos. Comunistas y emepepistas, fascinados de reconquistar un escenario de activismo fundamentalista y de poder incentivar protestas a la chilena, se han envalentonado en este rol, sin comprender que las grandes mayorías ciudadanas abominan de tal gimnasia antirrepublicana.

Quienes se dan cuenta del problema tratan de remar para atrás, contra el motor fuera de borda de los radicales, y a veces se sienten obligados a tirar pálidas al gobierno para no desperfilarse como opositores. Toda esta parodia de la juntada de firmas contra la LUC ilumina ese conflicto, y la pregunta que uno se hace es si, al agudizarse -como todo parece indicarlo- terminará en un desgajamiento de los sectores moderados (ya ocurrió con el Partido Por el Gobierno del Pueblo en los años 80) o con su agachada de cabeza, resignada (como hizo Asamblea Uruguay durante todo el despilfarrador gobierno de José Mujica).

Lo evidente es que el acostumbramiento al ejercicio discrecional del poder durante tres períodos, ha convertido a muchos frenteamplistas en declarantes poco hábiles, incapaces de ocultar los hilos de su propia intolerancia.

El acostumbramiento al ejercicio discrecional del poder durante tres períodos, ha convertido a muchos frenteamplistas en declarantes poco hábiles, incapaces de ocultar los hilos de su propia intolerancia.

Pasó lo mismo en estos días con la entrevista realizada por Urbana FM al comunicador Ricardo Piñeyrúa, quien puesto a defender la supuesta objetividad de su programa de Tevé Ciudad, La letra chica, incurrió en una curiosa afirmación: "Lo he hablado con amigos. Lacalle no es una mala persona. Arbeleche tampoco. Son personas que tienen una idea diferente de cómo solucionar los problemas del país. No es que no quieran solucionarlos. Los quieren solucionar por otros caminos”. ¡Menos mal que arribó a esa sorprendente conclusión! Imagine el lector qué pasaría si un periodista de TNU como Jorge Traverso o Alfonso Lessa aclararan que Tabaré Váz-quez o Danilo Astori no son malas personas. Los quemarían en la plaza pública, con Sotelo incluido.

Son reflejos condicionados que demuestran dramáticamente el nivel de soberbia, no ya de un periodista con nombre y apellido, sino de una señal pública que pagamos todos los ciudadanos con nuestros impuestos.

Cuando los partidos políticos promueven a gente muy joven a cargos de responsabilidad, acostumbran ofrecerles cursos para que entiendan cabalmente el funcionamiento del Estado.

El Frente Amplio tendría que dirigir cursos semejantes a sus comunicadores y sindicalistas amigos, para que comprendan los valores de respeto inherentes a la convivencia democrática y republicana.

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