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Un siglo de la "terrible belleza"

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En estos días se cumple un siglo del alzamiento de Irlanda que marcó el comienzo de su proceso de independencia del Imperio Británico. A fines de abril de 1916 unos 1.500 insurgentes mal armados se lanzaron a las calles de Dublín para enfrentarse a las tropas británicas.

Durante una semana ocuparon áreas estratégicas de la capital irlandesa, en particular del centro de la ciudad, en donde el edificio del Correo fue cuartel general y escenario de la proclamación de algo por entonces impensable: la República de Irlanda.

Desde la escalinata de ese edificio, uno de los líderes del movimiento, Padraig Pearson, maestro y poeta, leyó una vibrante proclama en la que reclamó la "alianza de todos los irlandeses para garantizar la libertad religiosa y civil, la igualdad de derechos y de oportunidades para todos los ciudadanos". Libertades y derechos no reconocidos por el gobierno de Londres que mantenía a la Irlanda católica y empobrecida bajo un severo régimen colonial. Crónicas de la época indican que el llamado de Pearson tuvo poco eco en la población al punto que los peatones que deambulaban en las inmediaciones del Correo ni siquiera detuvieron su paso para escucharlo.

Sin embargo, la dureza de los enfrentamientos armados que siguieron a la proclamación y sobre todo la feroz represión contra los rebeldes —sus 15 principales dirigentes fueron fusilados o ahorcados por el ejército británico— transformaron la indiferencia inicial hacia los revolucionarios en una adhesión popular que crecería en los años siguientes. La causa independentista cobró tal fuerza que cinco años después Irlanda logró un estatuto de autonomía que más adelante desembocaría en la tan ansiada independencia de la parte sur de la isla en tanto el Ulster permanecería en la condición de provincia británica de Irlanda del Norte.

Durante las últimas semanas el gobierno irlandés realizó numerosos actos para recordar los sucesos de hace un siglo cuando los conjurados se tirotearon en las calles de Dublín con los soldados ingleses en una batalla que tuvo un saldo de decenas de muertos y cientos de heridos, incluidos civiles inocentes. El último en rendir su posición en el molino de Boland, el 27 de abril de 1916, fue Eamon de Valera, el único de los jefes de la sublevación que, por esas cosas del azar, no fue ejecutado y que, años después, terminaría convirtiéndose en presidente de la incipiente república.

En la avenida principal de Dublín, en donde se alza el neoclásico edificio del Correo, el gobierno organizó un desfile militar presenciado por una multitud entre la cual destacaban en una de las tribunas los descendientes de aquellos combatientes. A pesar de la mala situación política del país por la falta de acuerdo entre partidos políticos para formar un nuevo gobierno, el presidente Michael Higgins presenció el desfile en el palco de honor junto a dirigentes de la oposición. Por llamativo que parezca, la forma en que ocurrió el proceso independentista sigue siendo motivo de división con partidos que se identifican con los existentes un siglo atrás. Todavía hay quienes discuten los acuerdos suscritos con Londres, en particular que el Ulster siga en manos británicas.

Irlanda se recupera de la crisis económica de 2008 que mostró la vulnerabilidad del llamado "tigre celta" que en el pasado solía presentarse como un modelo de desarrollo. Gracias a la aplicación de una serie de medidas de austeridad y de atracción de la inversión extranjera, el país creció un 7.8% en 2015, su mejor cifra en los últimos 15 años, muy superior a la media europea del 2%. Sin embargo, los problemas sociales permanecen, razón por la cual los comentarios sobre el desempleo, los bajos salarios, la pobreza infantil y el crecimiento de la emigración estuvieron a la orden del día en los discursos públicos y en los artículos periodísticos sobre la conmemoración del histórico alzamiento.

En el cuartel Collins de Dublín una exposición de documentos sobre los sucesos de hace un siglo incluye un video con la historia de los líderes de la sublevación, todos ellos muy jóvenes. Un halo romántico envuelve esa evocación de quienes sabían que iban hacia "un sacrificio de sangre". Si bien conmueven los dramáticos mensajes que los líderes del levantamiento dejaron para la posteridad, hay unas palabras de alguien que no participó en la rebelión, el poeta William Yeats, premio Nobel de Literatura, que definieron el carácter fermental de aquel trágico episodio: "Una belleza terrible ha nacido", escribió en alusión a la inminente creación de la República de Irlanda.

EDITORIAL

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