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Sensibilidad selectiva

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Desde hace décadas los medios afines a la izquierda han tenido vía libre para criticar, enchastrar, acusar sin fundamentos a quien integre un partido distinto al FA. Ahora son gobierno y resulta que la crítica política a una gestión se transforma, porque sí, en un agravio.

El ser humano tiene reacciones sorprendentes. Sobre todo el que tiene fanatismos políticos. La semana pasada, un editorial publicado en esta página, y que señalaba algunas críticas a declaraciones de la ministra de Turismo, Liliam Kechichian, generó una ola de reacciones indignadas. Algo esperable entre algunos políticos, pero realmente llamativo de parte de publicistas destacados, y solo atribuible a su relación laboral con ese ministerio.

Empecemos por el principio. Las críticas a la ministra Kechichian respondían a algunas declaraciones suyas respecto al rol de los gobiernos anteriores en su relación al turismo, y a palabras agresivas de la jerarca respecto a jefes comunales que no son de su partido. No hubo ataques personales, ni ironías inconducentes sobre su persona o gestión. O sea, una respuesta política a declaraciones políticas de la ministra. Todo claro y dentro de los cánones aceptables de la actividad.

Lo otro señalado por alguna gente con poca lectura era una molestia porque las críticas venían de una pieza sin firma, como es esta, que en verdad sí tienen firma, porque está respaldada por el diario El País y sus casi 100 años de vida. Hay que ser bastante ignorante a esta altura y con las posibilidades que da la tecnología, para no saber que todos los medios importantes del mundo tienen piezas editoriales de este tipo.

Pero volvamos a la ministra Kechichian y al turismo.

Si hay un activo poderoso que ha tenido este país en los últimos 15 o 20 años, ha sido una política de estado en materia de turismo. Han pasado gobiernos de distintos colores e ideologías, pero se ha respetado una línea de trabajo, se han respetado equipos, se han respetado diferencias pero también profesionalismo y tareas de largo aliento. Una cosa que ha sido destacada en este mismo medio es cómo pese al cambio que implicó la llegada del Frente Amplio al poder, las políticas relativas al turismo no variaron tanto, pese a que varias de ellas habían sido iniciadas nada menos que por Pedro Bordaberry, bastante alejado ideológicamente del hoy oficialismo.

Tanto Héctor Lescano, como Antonio Carámbula en su momento, o Benjamín Liberoff siempre han tenido una actitud amplia, tolerante y plural. Sin renegar de su ideología y postura política, por supuesto, pero entendiendo que el turismo es una industria clave en el país, y que para que funcione, requiere articular a gente de distintas visiones y orígenes. También Kechichian ha sabido moverse en ese camino durante un tiempo, pero en algún momento, perdió el rumbo.

En los últimos meses han sido varias las declaraciones de la ministra que han estado pintadas de un color sectario y partidista, poco apropiado para su función. Declaraciones que la han enfrentado con jerarcas trascendentes para su función, como puede ser nada menos que el intendente de Maldonado, la principal vitrina turística del país.

La ministra está en su derecho de recorrer ese camino, tal vez inspirada por esos pujos aspiracionales que está generando la renovación generacional en el oficialismo.

Lo que sí es una pena ver que una tarea tan prolija y profesional, llevada adelante por casi dos décadas, termine mal y cayendo en el barrial de la politiquería menor, cuando eso aporta tan poco a una actividad que hoy es la principal generadora de divisas para el país. Y ello no por la gestión de ningún político ni burócrata, sino por la sinergia entre todos quienes se mueven en ese sector tan delicado y estratégico.

Pero hay otro detalle que no conviene dejar de lado, y es la sensibilidad selectiva de algunos políticos en Uruguay. Sobre todo de parte de políticos del Frente Amplio. Desde hace décadas los medios afines a esta fuerza política han tenido vía libre para criticar, enchastrar, acusar sin fundamentos, y agraviar de todas las formas imaginables a quienes han visto ocasionalmente como sus rivales. Basta recorrer el archivo de la última campaña y ver los adjetivos que se usaron contra los dirigentes blancos y colorados desde medios afines al FA. Y cómo nunca se vio manejos ni remotamente cercanos de parte de quienes no están en ese selecto mundo de la prensa compañera.

Sin embargo, de golpe, resulta que cualquier crítica a una gestión, cualquier comentario negativo sobre una declaración política, es percibido como un agravio, como un insulto. Y no, no es así.

El juego democrático implica el natural choque de posturas diferentes. Con respeto y tolerancia, pero con severidad. Hay que hacerse cargo de las cosas, y no gritar foul cuando el roce no es para tanto, Y menos cuando se tienen 4 rojas acumuladas.

EDITORIAL

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