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El sector pesquero

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La pesca no suele ocupar un lugar preeminente en la agenda política. Cuando lo hace, suele ser debido a alguna mala noticia. Lo que es injusto porque es un sector importante y no solamente por razones comerciales: la mejor forma de afirmar nuestra soberanía sobre la zona económica exclusiva es ejerciéndola y nuestros buques de pesca son uno de los mejores instrumentos para ello.

Las novedades poco favorables incluyen la autodestructiva huelga de cuatro meses durante las recientes negociaciones entre los armadores y las tripulaciones para negociar el acuerdo que regula los salarios y las condiciones laborales del sector. El bajo perfil que tiene esa actividad no impide que el sindicato que agrupa a este sector sea bastante complicado. El nuevo convenio laboral recién vence en el 2016, lo que le da cierta tranquilidad al sector.

También causó preocupación la noticia, en agosto, de que una de las principales empresas del sector, que emplea 1.100 trabajadores y que combina la pesca con el procesamiento y exportación de productos con mayor valor agregado, había solicitado concurso voluntario de acreedores.

Existen, además, problemas de carácter más estructural. Incluyendo la caída en el largo plazo de las capturas máximas sostenibles, la disminución del rendimiento del esfuerzo de pesca y la antigüedad de la flota. El promedio de edad de los buques dedicados a la pesca de merluza es 41 años.

La mayor parte de la producción del sector es exportada, lo que lo hace vulnerable a los costos comparativos más altos en nuestro país y a la dinámica de los mercados en el extranjero. En los últimos dos años se produjo una disminución de la demanda por productos de la pesca en mercados tradicionales, como la Unión Europea y Nigeria (un gran comprador de corvina). Otros desafíos son el proteccionismo, la circuns-tancia de que muchos países subvencionen de diferentes formas a sus flotas pesqueras, y la competencia de buques que operan sin respetar estándares laborales y de seguridad de la vida humana en el mar.

Al mismo tiempo, si se consideran las tendencias de largo plazo, es posible augurar un aumento sostenido de la demanda por productos de la pesca debido a la combinación de dos tendencias de largo plazo: el incremento de la población de nuestro planeta y una gradual mejoría de los niveles de vida y, por lo tanto, de su poder de compra.

Un estudio de Oecd-Fao concluye que luego de un período de inestabilidad el comercio mundial de productos del mar se ha recuperado. El mayor precio de los productos pesqueros también hace que un creciente volumen del pescado capturado en alta mar sea destinado a consumo humano directo, en lugar de ser utilizado como materia prima para la fabricación de harina o aceite de pescado. El estudio concluye que para el año 2023, los precios de los productos pesqueros se encontrarán en un nivel superior a su promedio histórico.

La industria de la pesca mundial ha cambiado sustancialmente.

En 1990, la producción total de pescado ascendió a 97,7 millones de toneladas. Ese total se dividió entre las especies capturadas en aguas marítimas o interiores (84,6 millones de toneladas o 86,6% del total) y los productos de la acuicultura (13,1 millones de toneladas o 13,4% de la producción total).

En 2012 la producción total fue de 158 millones de toneladas que se distribuyeron entre 91,3 millones de toneladas de pescado capturado y 66,6 millones de toneladas producto de la acuicultura (42,2% de la producción total).

Por un lado, la mayor parte del aumento de la oferta de pescado en las últimas décadas se debió a la acuicultura, que se ha convertido en una importante exportación a escala global (como puede apreciarse en los pues- tos de pescado en las ferias de Mon- tevideo).

Por el otro, la acuicultura plantea problemas ambientales en las zonas costeras o en aguas más profundas. Por ejemplo, un reciente artículo en la revista Science advierte que las granjas para el cultivo de camarones en las zonas de manglares destruyen los ecosistemas costeros (El País, 20 de enero).

Sin embargo, la acuicultura también puede tener efectos positivos, como atenuar la presión ejercida sobre las especies que viven libres en la naturaleza y reducir el impacto de técnicas de captura no sostenibles, como el empleo de redes de arrastre (el arte de pesca más utilizado por la flota pesquera uruguaya).

Editorial

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