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Del ridículo, no se vuelve

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EDITORIAL

El ciudadano podría entretenerse exigiendo a Daniel Martínez que aclarara eso de la “sensibilidad feminista” y otras expresiones por el estilo. Pero lo que este episodio deja en evidencia es la falta de visión, de personalidad y de convicciones del candidato del oficialismo.

Algunos atribuyen esta frase a Domingo Sarmiento. Otros a Juan Perón. Seguramente nadie imaginó que podría calzar tan bien con dos figuras lo más alejadas que la humanidad puede concebir, de los mármoles que recuerdan a estos dos políticos argentinos. Hablamos de Daniel Martínez y su, al parecer, frustrado candidato a diputado Gustavo Serafini, el cantante de música tropical más conocido como El Gucci.

Todo empezó, de nuevo al parecer, con un llamado de alguien cercano a Martínez que le propuso a El Gucci que encabezara una lista a diputados por Montevideo. La idea ya de por sí era muy barroca, ya que ni Serafini es alguien que haya demostrado nunca un gran interés por la cosa pública, o por los desafíos profundos del país. Y porque su pasado reciente estaba afectado por denuncias de acoso y abuso contra varias mujeres, algo que se supone en el Frente Amplio es un pecado mortal. O así lo han vendido en los últimos años, donde ese partido se ha declarado el defensor excluyente de la sensibilidades feministas.

Pues por lo visto, estas consideraciones estuvieron por debajo en la jerarquía de Daniel Martínez, que el supuesto impacto marketinero que podría aportar Serafini a su campaña. Una lectura que ya dice mucho sobre la visión estratégica del candidato. Para El Gucci, más conocido por su talento a la hora de venderse que por su virtuosismo musical, era jugar y ganar. Y aceptó.

Ahí empezó el problema. Grupos feministas pusieron el grito en el cielo, a este coro se sumaron dos figuras del peso político de Fabiana Goyeneche y el intendente Di Candia. Ante esto, Daniel Martínez decidió ir para atrás, y pedirle a Serafini que “bajara” su candidatura. Pero el cantante olió que la cosa venía turbia y grabó su charla con Martínez, donde al parecer este hace consideraciones poco amables hacia la sensibilidad feminista, y sugiere que Goyeneche es “ingobernable”. Ahora todo se ha convertido en un show de fuegos artificiales que ha caldeado la campaña y agitado el interés popular.

Pero dejando de lado todos los chistes, todas las contradicciones, todo el sarcasmo que se puede destilar ante un hecho de este nivel de ridiculez, hay cosas serias que deja en evidencia.

La primera, es la burbuja en que viven Martínez y su núcleo cercano de asesores. ¿Quién creyó que El Gucci podía ser un aporte positivo para la campaña electoral del Frente Amplio? ¿Quién iba a definir su voto por la presencia del cantante tropical? ¿Ese es el respeto intelectual que tienen por los votantes?

En segundo lugar, ¿no conocían los antecedentes complicados del personaje? A ver, no se trata de denuncias de hace 15 o 20 años. Son cosas que salieron en los medios hace apenas unos meses. ¿No leen los diarios en el entorno de Martínez? Parece que no, y estas son las consecuencias.

Un tercer interrogante es la honestidad de ese discurso feminista y sensiblero del que hace gala Martínez, así como otros dirigentes del Frente Amplio. Eso de que si se es feminista se debe ser de izquierda, de ir a pasearse en las marchas del día de la mujer, de impulsar políticas de género al filo de lo discriminatorio desde la IMM. Pero resulta que después se hacen chistes con El Gucci sobre la “sensibilidad de las feministas”. ¿Podría Daniel Martínez aclarar un poco a qué se refería con eso? ¿Será que cree que las feministas (o las mujeres en general) son un poco exageradas en su sensibilidad? Porque hay pocas cosas que hagan enojar más a una mujer, y más si es feminista, que se las “botijee” como loquitas histéricas, ¿no? ¿Se imaginan si Lacalle Pou hubiera dicho algo así?

Pero lo más grave es sin dudas lo que dejó en evidencia este episodio, sobre la falta de autoridad y de convicción del candidato oficial del Frente Amplio. El hombre decidió pedirle a una figura pública que apostara su popularidad para beneficiarlo. Como se armó un escándalo y un par de subalternos (que entre ambos no juntan mil votos) se le rebelaron, dio marcha atrás y no dudó en hacer inmolar a esa figura a la que había pedido apoyo. ¿Esa es su noción de lealtad? ¿De autoridad? ¿Con esa fuerza de convicción piensa gobernar el país? Imagine el estimado lector que si para Martínez una persona como Fabiana Goyeneche es “ingobernable”, ¿que deja para COFE? ¿Para Bolsonaro? ¿Para Cristina Fernández?

Todo este episodio pone blanco sobre negro la falta de personalidad, de ideas claras, de convicción, del candidato oficialista. Además de un relativismo a la hora de los principios y las lealtades, que parece en las antípodas de lo que requerirá quien gobierne el país a partir del próximo 1º de marzo.

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