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Revolución rusa y Gramsci

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EDITORIAL

Para Gramsci, la formación de una hegemonía nueva requiere socavar y destruir la que ejerce la clase dominante burguesa. Y ese cambio de hegemonía precisa de la acción cultural en varios ámbitos: en la escuela, en la prensa, en las asociaciones culturales.

En este año en el que se cumple un siglo de la Revolución rusa, hay otro aniversario que no puede pasar desapercibido: el de los 80 años de la muerte de Antonio Gramsci.

Gramsci, nacido en Cerdeña en 1891, fue un importante periodista, dirigente y teórico comunista italiano. Vivió episodios claves del siglo XX que fueron fundamentales para sus concepciones políticas: la Primera Guerra Mundial, la Revolución rusa, la toma del poder fascista en Italia, la gravísima crisis económica de 1929 y sus consecuencias mundiales, la llegada al poder del nazismo en Alemania y la posterior expansión pangermánica en Europa, la política exterior imperialista de Mussolini, la guerra civil española, y finalmente la feroz consolidación de Stalin en el poder en la Unión Soviética, con sus colectivizaciones forzadas, sus represiones terribles hechas de purgas partidarias, campos de prisioneros en Siberia y políticas de hambre como en Ucrania.

Por sus orígenes socialistas, Gramsci fue compañero de partido de Mussolini en Italia; y por ser luego fundador del partido comunista en su país en 1921, adhirió a la tercera internacional de matriz leninista. Electo diputado, fue puesto preso por el régimen fascista desde 1928 hasta pocos días antes de su muerte. Pero más allá de estos mínimos datos biográficos, la clave de Gramsci a 80 años de su muerte es su muy relevante influencia internacional en tanto teórico marxista, sobre todo luego de la Segunda Guerra Mundial.

En efecto, si bien Gramsci adhirió a la estructura comunista que avanzó Moscú como factor de influencia global luego de la Revolución de Octubre, expandiendo por doquier partidos comunistas leales a la Unión Soviética, sus análisis acerca de la circunstancia histórica de su país fueron independientes, originales y críticos. Desde su particular visión marxista de la situación política, económica y social de Italia, Gramsci definió diagnósticos, estrategias y conceptos que terminaron siendo utilizados en diversas partes del mundo en tiempos en los que primó a nivel internacional la Guerra Fría.

Gramsci aportó al pensamiento marxista un amplio conjunto de herramientas conceptuales que permitieron una acción revolucionaria distinta a la preconizada por Moscú. Así, por ejemplo, los conceptos de bloque histórico, catarsis, guerra de movimiento y guerra de posiciones, intelectuales tradicionales y orgánicos, ideología, sociedad civil y sociedad política son algunos de los que definen un marxismo de impronta propiamente gramsciana, en donde prima el papel de la educación y la cultura para fomentar la revolución comunista.

Más allá de que todo esto pueda parecer un poco teórico, el asunto es importante porque Gramsci definió una tarea revolucionaria distinta a la lógica partidaria-política que defendió Lenin. Y ese papel terminará siendo clave para la acción comunista internacional en la segunda mitad del siglo XX, como lo muestra por ejemplo el concepto gramsciano de hegemonía, que da preeminencia a la dirección cultural e ideológica con fines revolucionarios, a diferencia de la acepción leninista que privilegia la conducción política y militar.

Para Gramsci, construir la hegemonía cultural en un sentido pro-izquierdista es tarea sustancial de los intelectuales orgánicos comprometidos con la causa comunista revolucionaria. En definitiva, en la lógica de lucha de clases, la formación de una hegemonía nueva requiere socavar y destruir la que ya ejerce la clase dominante burguesa sobre las clases subalternas. Y ese cambio de hegemonía precisa de la acción cultural en varios ámbitos: en la escuela, como agente principal de la educación de las nuevas generaciones; en la prensa; en las asociaciones culturales y publicaciones; en la narración del relato histórico identitario, etc.

Así las cosas, cuando se analiza la extensión comunista en la época de la Guerra Fría en nuestro país queda clara la impronta gramsciana, incluso más que la leninista. La clave de la extensión hegemónica de la izquierda, que duró décadas y que logró finalmente desplazar en muchos ámbitos a la hegemonía liberal que fue la nuestra desde los tiempos de Artigas, pasó por los instrumentos culturales que Gramsci analizó como relevantes para la tarea revolucionaria comunista.

Es por todo esto que en este año en el que se conmemora un siglo de la Revolución rusa importa tener presente la gran influencia de Gramsci. A 80 años de su muerte, la hegemonía cultural y política izquierdista de nuestros días debe mucho a su ascendente teórico.

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