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Sin respuestas

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Al fin del proceso electoral nacional, poco se puede dar por cierto. Que la voluntad del pueblo fue la de ratificar el gobierno del Frente Amplio, con mayoría parlamentaria absoluta, y que el que viene no será el mismo Frente Amplio de hoy, no es discutible. Y no mucho más.

La visión que interesa destacar sobre la realidad política nacional, es la de octubre que mostró al país dividido, salvo ínfimas diferencias cuantitativas, en dos partes. La segunda vuelta no es una confrontación entre partidos, o corrientes de opinión con naturaleza ideológica dispar. Allí influyen consideraciones diferentes en el elector, que hacen a la personalidad de los postulantes, a su atractivo, a la simpatía o antipatía que despierten en cada votante por motivos de diversa índole que pueden no tener nada que ver con la capacidad para ejercer la Presidencia de la República... En ese aspecto, cada uno sabe por qué votó a quien votó.

La más atendible de las razones para haber sufragado por el candidato del Frente Amplio pudo ser la de facilitar el ejercicio del gobierno visto que la coalición de izquierda -salvo en los casos en que necesita mayorías especiales- controlará el Parlamento. Pero no estamos tan seguros del acierto de ese razonamiento, porque el Frente Amplio es una coalición políticamente muy compleja, heterodoxa, con contradicciones filosóficas e ideológicas que en muchos casos son muy difíciles cuando no imposibles de superar entre los partidos o sectores que lo integran.

En este aspecto se abre una primera duda. Tabaré Vázquez, con su notorio respaldo de popularidad, resultó un hábil titiritero cuando fue necesaria su intervención para evitar problemas que pudieran degenerar en fisuras y aun fracturas. Mujica en cambio, no estará por encima del variopinto político que representa, sino que fue parte activa de los problemas que afectaron y presumiblemente volverán a afectar el relacionamiento interno en el conglomerado. En la edición de "Búsqueda" del 18 de junio, en plena campaña por las primarias, Tomás Linn escribió, bajo el título de "Las sorpresas no serán ahora sino después", que en aquel entonces Astori, al cuestionar a quien hoy acompañó en la fórmula presidencial exitosa, no podía disimula el temor, no de ser derrotado, sino de lo que implicaría una victoria de Mujica.

En ese comentario Linn refiere a los permanentes titubeos de Mujica y concluye en que esa ambivalencia -"que como te digo una cosa te digo la otra"- podría ser deliberada. Porque si mostrara sus cartas generaría una tensión interna extrema y expondría a una fractura de la coalición si un sector de sus votantes se convenciera que detrás de la simpatía del candidato emerge una propuesta dura e ideológicamente sustentada por quienes fueron -y siguen siendo, agregamos nosotros- sus dogmáticos compañeros de la primera hora.

Hoy, todo es miel sobre hojuelas, pero quién es el verdadero Mujica, el que temía y no hay razones para que no siga temiendo Astori, o el político devorado por el sistema, como ha dicho Marenales. Y a esos temores extremos puede adicionársele un tercero, que deriva de su condición de político errático, que no tiene un rumbo definido. Nada es seguro.

En el arranque del nuevo gobierno, pueden sí hacerse algunos vaticinios. La política económica seguramente la manejará al principio gente de Astori. Son esas cosas raras que suceden, porque basta recordar que el origen mismo de la candidatura de Mujica fue salirle al cruce a la digitación de Astori por Vázquez, como su sucesor presidencial, porque "la barra" del candidato era opositora radical a esa misma política. Los tiempos de la bonanza que ayudaron al éxito frentista podrían continaurar pero hay que ser cuidadosos. No está nada claro tampoco qué quiere decirse con el postulado de "más izquierda" que levantó esa "barra", ni de qué se trata la reforma constitucional que en la campaña anunció que habría de impulsar.

Finalmente, y por ahora, parece difícil un gabinete interpartidario. Ni Mujica, ni el Frente lo necesitan. El contralor de las minorías debe hacerse en los Entes y Servicios. En cambio, sí es probable que la relación entre los partidos tradicionales se vea alimentada ahora por una puja por el liderazgo opositor. En el Partido Nacional, la unidad está consolidada. Habrá que ver el manejo de Bordaberry en el Colorado.

Pero esa es otra historia.

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