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El relato y la herencia

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Las encuestas de opinión son todas unánimes: cerca de dos de cada tres uruguayos apoyan la gestión de Lacalle Pou, y solo uno de cada cinco manifiesta estar insatisfecho con el rumbo del gobierno.

Son datos contundentes que reflejan bien la actual situación política del país.

En primer lugar, ese amplio porcentaje de apoyo señala que el nuevo gobierno no solamente es visto con ojos positivos por quienes votaron en octubre de 2019 a los partidos que integran la coalición multicolor, sino que además hay votantes frenteamplistas que también están conformes. En el mismo sentido, si se tiene presente que el 39% del país votó al Frente Amplio (FA) en octubre pasado, es claro que el rechazo de sólo el 20% de los uruguayos a la gestión del gobierno actual da cuenta, a la inversa, del mismo fenómeno.

En segundo lugar, importa tener presente que ese amplio apoyo ciudadano se da en un contexto muy difícil. En efecto, las mediciones de opinión se realizaron cuando el gobierno tomaba medidas radicales contra las consecuencias de la pandemia, y cuando ya era evidente que la situación económica y social iba a sufrir repercusiones serias y duraderas. Hay que decirlo con total claridad: en contextos igualmente difíciles para todos los países del continente, el gobierno mejor evaluado por su población, de toda la región, es el nuestro.

Frente a esta coyuntura tan contundente, la actitud del FA ha sido de “berrinches”, por tomar la reciente expresión editorial del semanario izquierdista “Voces”. Desde plantear un confinamiento obligatorio, que hubiera sido letal para la economía del país, hasta propuestas de medidas demagógicas imposibles de financiar, pasando por quejas contra una ley de urgente consideración que luego la izquierda terminó votando mayoritariamente, o por reproches de un supuesto autoritarismo contra un gobierno que es abierto y democrático como el de Lacalle Pou, el FA está ejerciendo una oposición enojada y tosca.

En definitiva, la izquierda ha optado por hablarle a esa franca minoría del 20% que no está satisfecho con el gobierno de Lacalle Pou. Como en una cámara de eco encerrada y hablándose a su propio ombligo hecho de izquierdistas fanatizados, el FA ha perdido la oportunidad de actuar con generosidad. En efecto, se ha concentrado en diseminar slogans que no convencen a nadie más que a los zurdos ya convencidos: que el gobierno es neoliberal, que hay riesgos democráticos, que debió enfrentarse de forma distinta a la pandemia, o que las urgencias del país son otras. Se trata, en todos los casos, de un relato fantasioso en el que, notoriamente, la mayoría del país no cree.

Además, mientras que la izquierda tiene esos berrinches, la opinión pública asiste atónita a las noticias reales de lo que ha sido la herencia del FA en el poder, con casos realmente muy graves.

Todo lo que se ha ido ventilando de la situación del Ministerio de Desarrollo (Mides) es una vergüenza: con el relato de ayudar desde allí a quienes más lo necesitan, se había montado una agencia de acomodos sobre todo vinculados al Partido Comunista, que ni siquiera era capaz de gestionar con buen criterio donaciones de materiales de salud y de alimentos que terminaban escondidas y pudriéndose en depósitos. Lo increíble es que se conozcan estos casos de desidia y mal gobierno, pero que en paralelo el FA tenga el cinismo de querer hacernos creer que, para la izquierda, “lo urgente es la gente”.

Y lo mismo se puede decir con otro ejemplo gravísimo: la situación heredada a nivel del ministerio del Interior con las cárceles del país. En efecto, las requisas sorpresivas en las cárceles de Santiago Vázquez y de Punta de Rieles muestran la tremenda situación que recibió el ministro Larrañaga. En la primera se incautaron, entre otras cosas, más de 1.500 cortes carcelarios y 70 celulares; en la segunda, la policía se hizo también de más de 400 cortes, 46 celulares y ocho macetas con 26 plantas de cannabis. Esta enorme cantidad de armas blancas y las distintas drogas en posesión de los presos muestran hasta qué punto la vida en las cárceles en la época de los gobiernos frenteamplistas estaba completamente fuera de control, es decir, fuera de todo orden vinculado al estado de derecho.

Mientras que el FA se encierra en su relato, la opinión pública va tomando conocimiento de los desastres de los gobiernos de izquierda. La gente no es tonta: hace la diferencia entre lo que dice el relato zurdo y la verdad de la herencia izquierdista, y por eso está apoyando tan claramente al actual gobierno.

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