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Con las reglas de juego a favor

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Es evidente que Lacalle Pou, hombre forjado por más de dos décadas en el sistema parlamentario, y fino conocedor de los instrumentos políticos de gobierno, ha hecho jugar en su favor las reglas institucionales definidas por la Constitución.

La politología y los comentaristas de izquierda hace meses que le buscan la quinta pata al gato: quieren persuadir a la opinión pública de que la coalición de gobierno es frágil, que los socios del presidente no son del todo confiables, y que por tanto en el horizonte del país se vislumbran problemas de gobernabilidad.

Todo ese blablablá está completamente fuera de la realidad. Lo que cualquier analista de buena fe observa evidentemente es, por el contrario, un funcionamiento aceitado de la coalición de gobierno. En primer lugar, ello se hace evidente en las votaciones parlamentarias. Como en toda coalición de partidos distintos, hay posiciones diferentes que se terminan negociando y se plasman en acuerdos. El más notorio e importante de todos, claro está, refiere a los temas que se volcaron en la ley de urgente consideración (LUC), y que reflejan el compromiso que sustentó el apoyo a la candidatura de Lacalle Pou en el balotaje de noviembre.

Estas negociaciones y acuerdos no implican que los partidos pierdan vigencia o perfil propio en el Parlamento. Es tener muy mala fe analítica, o realmente no saber absolutamente nada de política comparada con relación a las clásicas democracias semiparlamentaristas europeas, por ejemplo, afirmar que si un partido que integra una coalición de gobierno llama a sala a algunos representantes del Ejecutivo, se está debilitando con ello el rumbo general de la administración. El parlamentarismo, por el contrario, admite este tipo de contralor y debate, que enriquecen la vida democrática de un país al exponer civilizadamente distintos puntos de vista.

En segundo lugar, el buen funcionamiento se percibe también en la acción coordinada de un Ejecutivo en el que están representados varios partidos. En efecto, el manejo de la pandemia ha sido el mejor ejemplo: desde Mieres hasta Talvi, pasando por Alfie, Arbeleche o Salinas, y siguiendo por los principales representantes partidarios blancos que ocupan ministerios claves en el enfrentamiento de la crisis en la primera línea, es evidente que estamos ante un Ejecutivo que trabaja coordinadamente, y que está presidido por Lacalle Pou con su clara voz de mando.

Como en todo sistema semiparlamentario gobernado por una coalición de partidos, es claro también que pueden existir diferencias entre actores ministeriales. Pero, de nuevo, los chisporroteos de importancia menor que se han verificado en estos meses, que sufrieron además de una gran tensión por causa de la pandemia, no han implicado, de ninguna manera, que se haya puesto en tela de juicio la vigencia de la coalición y el rumbo del gobierno. Hacer de ellos grandes desafíos que pudieran implicar rupturas políticas mayores, solo es fruto de análisis politológicos izquierdistas afiebrados y esencialmente disgustados por haber quedado radicalmente alejados del poder en las elecciones de 2019.

Es evidente que Lacalle Pou, hombre forjado por más de dos décadas en el sistema parlamentario, y fino conocedor de los instrumentos políticos de gobierno, ha hecho jugar en su favor las reglas institucionales definidas por la Constitución. El año pasado entretejió con inteligencia un acuerdo amplio que le garantizó fuertes sostenes parlamentarios. Luego, comprometió a los principales referentes de los partidos que lo apoyaron en el balotaje, para integrarse a un Ejecutivo plural. Finalmente, articula ahora con eficiencia los vínculos Legislativo- Ejecutivo, apoyándose en las reglas clásicas del parlamentarismo racionalizado, como es por ejemplo la utilización de la LUC.

Incluso si se hila más fino en el análisis, es claro que el presidente sabe que cuenta con manos derechas relevantes en ambas Cámaras, como lo son sus respectivos presidentes, y con parlamentarios sólidos y de larga trayectoria, sobre todo en el Senado, para defender las posiciones oficialistas, como son, por ejemplo, Abreu, Penadés y Gandini. De nuevo, el gobierno hace que las reglas de juego estén a su favor, al elegir un campo de debate con la oposición como el Parlamento, en donde se destacan principalísimas figuras de la coalición que no forman parte del Partido Nacional, como por ejemplo los senadores Manini Ríos y Sanguinetti.

Solo un análisis muy necio y sesgado hacia la izquierda puede sostener que toda esta articulación política pueda estar en crisis, o pueda insinuar fragilidad por causa del multipartidismo de la coalición o de la crisis generada por la pandemia del coronavirus. En verdad, con las reglas de juego a su favor, el gobierno está mostrando tener un gran poder de conducción.

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