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Puritanismo de izquierda

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El escritor español Javier Cercas lo dijo claramente, en la entrevista que le realizó Silvana Tanzi, publicada ayer en el semanario Búsqueda: “cancelar obras de arte es una forma de puritanismo de izquierdas. Yo soy un votante de izquierda, pero esto es catastrófico para la cultura. Es el retorno de los curas, del dogma, de la barbarie. Es no entender la naturaleza de la literatura en particular y del arte en general. Un arte sin provocación, que se limita a ratificar nuestras convicciones, es una catástrofe”.

Respondió así, de forma tan sucinta como contundente, a la pregunta de Tanzi sobre la “cultura de la cancelación”, que se abre paso en el mundo occidental a caballo de nuevos grupos de presión, quienes creen ver en las obras de arte de todos los tiempos mensajes contrarios a la inclusión por ellos pregonada.

No hace falta aclarar que ningún demócrata puede estar a favor del racismo, ni de la homofobia o la violencia machista. Estos grupos hacen bien en combatir tales disvalores, pero se pasan de la raya cada vez más. Como cuando los perciben en libros, cuadros y películas, y por esa sola constatación proponen censurarlos, hacerlos desaparecer de bibliotecas, museos y cines. Si se tratara solamente de un acné seudointelectual de personas ignorantes, no habría problema. El lío se arma cuando estos discursos fundamentalistas se emiten desde universidades, cenáculos intelectuales y críticos altamente influyentes. Así, se han retirado de algunas bibliotecas norteamericanas las novelas de Mark Twain, por la manera despectiva con que algunos de sus personajes se dirigen a los afrodescendientes. Se descuelgan cuadros clásicos que muestran a mujeres subordinadas a varones. Y lo más insólito es lo que se ha informado en estos días: que un juego de Disneyland que utiliza imágenes de “Blancanieves y los siete enanitos”, está siendo cancelado a partir de una denuncia de dos críticas estadounidenses que cuestionan el final del cuento, porque el beso que da el príncipe a la protagonista “no es consensuado”.

Las periodistas Katie Dowd y Julie Tremaine, del San Francisco Chronicle, han escrito que “el beso se da sin el consentimiento de Blancanieves, mientras está dormida, lo que posiblemente no puede significar amor verdadero si solo una de las dos personas sabe lo que está pasando”.

Se instala así un risible revisionismo progre del que no se salvará ninguno de los cuentos de hadas conocidos. Analizados bajo esa mirada, princesas y príncipes, ogros y madrastras de las narraciones tradicionales deberán pasar también por la picadora moralista. Atrás queda aquel revelador libro de Bruno Bettelheim, “Psicoanálisis de los cuentos de hadas”, que arrojaba luz sobre las catarsis que generan en los niños estos relatos, mucho más valiosas que los estereotipos que supuestamente alimentan.

Lo grave es que se apunta a reformatear el cerebro de las nuevas generaciones, convenciéndolas de que la obra de arte no debe ser provocadora ni desafiante, sino mera propaganda buenista.

Ahora todo se interpreta de manera espantosamente literal. Estos nuevos savonarolas todavía no entienden que la obra de arte no tienen una finalidad didáctica. Ellos se sentirían felices si los libros y las películas no mostraran jamás transgresiones ni injusticias.

Lo grave es que apuntan a reformatear el cerebro de las nuevas generaciones, convenciéndolas de que la obra de arte no debe ser provocadora ni desafiante, sino mera propaganda buenista. Parten de la hipótesis, ingenua solo en apariencia, de que el arte no debe ofender a las personas y que la exposición de injusticias puede influir sobre los receptores e incentivarlos a cometerlas en su vida real.

En el fondo es el viejo y milenario espíritu censor sobre la creatividad.

Y constituye una moderna cruzada puritana que cuadra muy bien con una izquierda a la que se le han caído las utopías, y que apunta a perpetuarse con estos nuevos paradigmas limitantes de la libertad.

El sarampión relativista que tanto daño viene haciendo a occidente permite que nuestras democracias hayan acogido y amplificado estos mensajes autoritarios, al punto de que los intelectuales que se resisten a ellos son habitualmente tildados de conservadores o anticuados.

Felizmente hay señales de rebelión contra esa dictadura de la mansedumbre. En Francia han prohibido la enseñanza de “lenguaje inclusivo y no sexista” en las escuelas, esa insólita deformación del idioma con que se dice tontamente que se remediarán las inequidades de género.

También en este asunto, las naciones civilizadas debemos embanderarnos detrás del concepto de libertad responsable.

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