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De promesa en promesa

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Al final hay que caer en la cuenta de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen y, por lo tanto, si la mayoría de los uruguayos prefiere el estrepitoso fracaso frentista a sus posibles alternativas, algo no se termina de hacer bien del otro lado.

Uruguay salió una vez más mal parado en las evaluaciones de las pruebas PISA, confirmando el estado calamitoso de nuestra educación; las comparaciones de tarifas públicas y cambiarias muestran que somos un país caro; Montevideo es, como ya es costumbre, un gran basural; muere gente que debería vivir por las deficiencias de nuestro sistema de salud y a nivel internacional seguimos soñando con acuerdos que no llegan.

Ya sea en el gobierno nacional, cualquiera sea el ministerio, empresa pública o dependencia, y también en la Intendencia de Montevideo, lo que campea es la ineptitud, la mediocridad y la falta de liderazgo para cumplir con los cometidos más básicos. No es necesario poner ejemplos que el lector conoce por su experiencia cotidiana. Cada vez sufrimos más delitos y más violentos, y vivimos en una ciudad insoportablemente sucia cuando las soluciones para ambos temas están disponibles, como lo demuestran decenas de casos a nivel internacional.

Las respuestas de las autoridades son para calentar a un muerto. Entre el pensamiento mágico de que se va a producir algún cambio en el futuro sin que se tome ninguna medida de fondo (como en el caso de la educación), hasta la mentira más burda de que el problema se va a solucionar en unos meses con nuevos planes (como ocurre hace muchos años con la Intendencia de Montevideo), nuestras vidas transcurren con un Estado fallido.

Quizá una de las tragedias más grandes del Uruguay, que padecemos a consciencia, es que tenemos un Estado excesivamente gordo y entrometido que se ocupa de miles de tareas que no le corresponden mientras no logra llevar adelante como debería las pocas tareas que le son indelegables. La consabida esquizofrenia charrúa de que le pedimos al Estado que intervenga ante cada problema que aparece mientras su fracaso es ininterrumpido en cada nueva tarea que acomete, es digno de ser analizado por una comisión de psicólogos.

Hay que reconocerle al Frente Amplio una inmensa capacidad política discursiva, casi tan grande como su incompetencia para gobernar. No son capaces de solucionar uno solo de los problemas que sufrimos, algunos tan sencillos como arreglar una ruta que está hecha pelota, pero nos siguen engrupiendo anunciando nuevos planes, que el tema está bajo estudio y que en algún momento se pondrá en ejecución alguna medida.

Un ejemplo muy gráfico es el de la Intendencia de Montevideo. El lector recordará que todos los intendentes del Frente Amplio anunciaron planes para controlar el tema de la basura que nos desborda, literal y metafóricamente. Tabaré Vázquez prometió terminar con los basurales, Ana Olivera terminar con los contenedores desbordados en seis meses, y Daniel Martínez que lo iba a solucionar y ya va más de un año de gestión (con el perdón a la palabra) y nada. Peor que nada, estamos nadando en la basura, entre ratas y podredumbre.

Sin embargo, existe racionalidad política en los actores frentistas. ¿Qué importa que fracasen con todo éxito en todas las políticas públicas a nivel nacional o departamental si la gente los sigue votando?

Ejemplos sobran, todos los números gritan que el gobierno de Mujica fue un completo desastre y sigue siendo un político popular. Raúl Sendic fue el peor gestor de la historia de las empresas públicas, pero hasta que no se autoinmoló con la mentira de su título seguía tan campante, y Daniel Martínez que también es responsable por el desfalco de Ancap y realiza una pésima gestión como intendente figura en las encuestas bien parado para ser el candidato de la renovación frentista.

Al final hay que caer en la cuenta de que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen y, por lo tanto, si la mayoría de los uruguayos prefiere el estrepitoso fracaso frentista a sus posibles alternativas, algo no se termina de hacer bien del otro lado. Vale decir, más allá de que indudablemente parte fundamental de la consolidación del Frente Amplio en el gobierno es la construcción de un relato de buenos y malos que ha prendido en mucha gente y eso termina pesando más que cualquier gestión. Podrán ser malos, pero blancos y colorados eran peores, parece ser el razonamiento que aún predomina. A tres años de las próximas elecciones falta mucho para aventurar cualquier posible resultado, pero indudablemente una tarea impostergable para la oposición es generar un relato alternativo, más afín a los hechos, que será determinante para la sana alternancia democrática que tan alentadora sería para nuestro país.

EDITORIAL

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