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Los “privilegios” y la falta de ideas

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El discurso de quienes se autodefinen como “de izquierda” tiene mucha relación con la vestimenta. Cada año, hay alguna palabrita o concepto que se pone de moda, y que estas personas usan para explicar cualquier cosa, evitando así tener que pensar mucho, o complicarse con ideas un poco más profundas.

Se sabe, la paleta neuronal de los fanáticos, es inversamente proporcional en lo cromático, a la complejidad de la vida humana.

Hemos tenido varias de estas palabras de moda en estos años. “Neoliberalismo” tal vez sea la más trillada. No hace mucho se reflotó la idea de que una cosa malvada llamada “capitalismo” era culpable de todos los males del mundo, pese a que es lo que se termina gestando naturalmente cuando las sociedades llegan a determinados niveles de desarrollo, y no tropiezan con esa receta perfecta para la miseria llamada socialismo.

El año pasado, la moda era condenar visceralmente lo que dieron en llamar “meritocracia”, básicamente un sistema que premia a quien más se esfuerza o más aporta a la sociedad, con el argumento de que sería un engaño de los poderosos, para hacer creer a la gente que si trabaja mucho, va a prosperar en la vida. ¡Imagínese usted, que horror!

Iniciado ya el 2021, podemos afirmar que tenemos el concepto de este año. Y la palabra clave es “privilegios”.

Si usted habla de política con amigos o conocidos que adhieran a esta visión de la política con suficiente intensidad, habrá notado que desde hace un tiempo todo lo que pasa en el planeta tiene que ver con los “privilegios”, o peor aun, con los “privilegiados”. La narrativa es tentadoramente simple: si hay desigualdades, si hay pobreza, si hay cualquier tipo de problema o conflicto en una organización social, este solo se puede deber a que hay un grupito de personas que han montado la cosa de manera tal de que siempre serán ellos los “ganadores”, y el resto será una mera orquesta acompañante que festeje sus logros.

Esto tiene varias ventajas para quienes manejan esta estrategia dialéctica. La primera, que calza perfecto para apelar a esa otra arma clásica con la que los socialistas cortan cualquier discusión; el argumento “ad hominem”. O sea, con ellos es casi imposible cruzar ideas, ya que todo de inmediato pasa a girar en torno a la persona con quien argumentan. Ahí es donde entra lo del “privilegio”. Usted no es un ser pensante que está planteando una idea con la que debatir. Usted dice lo que dice porque es un “privilegiado”, que solo busca mantener el sistema que lo beneficia. Sin importar, claro, ni su capacidad, su capacidad de esfuerzo, su voluntad de progreso personal. Eso son insignificancias.

En los últimos 200 años es enorme lo que los países capitalistas occidentales han avanzado en limitar el impacto de las desigualdades de base, en el desarrollo final de las personas.

La segunda ventaja de este eslogan simplón, es justamente evitar tener que pensar demasiado. Todas las complejidades de la vida en sociedad se reducen a una cuestión binaria bien fácil. Solo hay que terminar con los privilegios de esa elite maquiavélica para que la riqueza y la felicidad se derramen de manera generosa e igualitaria entre todos los ciudadanos. Eso aunque cada vez que se intentó implementar un sistema donde se hizo tabla rasa, y el estado se convirtió en el definidor de ganadores y perdedores, solo se logró repartir pobreza y crear, ahí si, una verdadera casta de privilegiados. Por algo, todos los países comunistas derivaron en monarquías familiares o aristocracias burocráticas.

Lo que vuelve tan exitoso ese eslogan, es que es verdad que la vida no es justa, y algunos parten con ventaja. Hay privilegios que vienen dados por la genética: hay gente alta y baja, hay gente miope y otra que no... hay gente que nace con una cardiopatía compleja, hay otros que nunca tuvieron un dolor de cabeza. Y otro tipo de “handicaps” tienen raíz social: el hijo de Bill Gates probablemente tenga un camino más simple en la vida que el hijo de Lacalle Pou. O la nieta de Tabaré Vázquez, deberá esforzarse menos para tener una vida próspera que el 99% de los uruguayos.

Lo importante en estos casos es ver la tendencia. En los últimos 200 años es enorme lo que los países capitalistas occidentales han avanzado en limitar el impacto de las desigualdades de base, en el desarrollo final de las personas. Desde la aristocracia nobiliaria a hoy, donde los 10 tipos más ricos del mundo nacieron sin fortuna, es enorme el camino progresado. Y esto se ha dado apuntando a dar herramientas que potencien la movilidad social, y el desarrollo individual, no la falacia de una igualdad absoluta tan imposible de lograr como inhumana en su base.

Al abrir el armario de ideas este año, es muy importante tener claro estos conceptos, y no dejarse engañar por las modas frívolas sin sustento.

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