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El Presidente en su laberinto

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El presidente de la República ha sumado otra muy mala semana a su gobierno. Nuevamente los sectores radicales del Frente Amplio que se han empeñado en marcarle el rumbo, como ha venido ocurriendo con cada decisión relevante, pero en este caso además se podría decir que fue una cuestión personal.

En efecto, la bancada de diputados oficialista mutiló la implementación del sistema nacional de cuidados, la propuesta más importante que se planteaba llevar adelante el gobierno.

Por cierto que después de muchas idas y vueltas el sistema de cuidados salió menos deteriorado de lo que parecía en una primera instancia, luego de un acuerdo que habían alcanzado los diputados oficialistas, pero no puede ser simplemente casualidad la caja en la que decidieron meter mano. A esta altura los radicales con sus aliados sindicales no sólo le están dando una paliza a Vázquez sino que quieren que sea pública y explícita.

Ante esta intrincada situación el presidente parece no reaccionar o al menos estar demorando su respuesta. La suma de derrotas que acumula ha diezmado su popularidad visiblemente y los datos de las encuestas confirman esta percepción. Según Equipos Mori la aprobación de Vázquez cayó del 50% en abril al 29% en septiembre. El porcentaje que desaprueba su gestión en el mismo período pasó de 15% al 36%, por lo que actualmente el presidente tiene un saldo negativo de 7 puntos, el más bajo desde que gobierna el Frente Amplio.

Puede llamar la atención, según la misma encuesta, que incluso entre los frentistas los números no son buenos para Vázquez ya que solo el 47%, menos de la mitad, aprueba su desempeño. Por tanto, a poco más de seis meses de haber asumido y a menos de un año de las elecciones nacionales el clima político ha variado sustancialmente y a una velocidad que nadie hubiera presagiado.

El presidente Vázquez se encuentra envuelto en un verdadero laberinto de difícil salida. Más aún, bajo las premisas que parece haber actuado hasta el presente directamente no tiene salida. Por un lado se ha negado incluso a dialogar con la oposición en una actitud francamente indigna de la investidura con que carga. Pese a existir ofertas de mano tendida, Vázquez prefirió mirar solo hacia el Frente Amplio siguiendo la vieja máxima de Lorenzo Batlle, de gobernar con su partido y para su partido. Peor para el país, por cierto, pero también claramente con esa estrategia quedó sin capacidad de negociación dentro del oficialismo.

Por otro lado, dentro de su "fuerza política", sus respaldos genuinos son franca minoría y no le responde ni su propio partido (o expartido) el Socialista, ni el sector del vicepresidente Raúl Sendic. Solo la magra bancada del Frente Líber Seregni parece respaldarlo y ni siquiera con total fidelidad, como ha quedado claro en esta semana en las negociaciones parlamentarias por el Presupuesto.

De allí la conclusión de que el presidente bajo las coordenadas en que ha elegido actuar no tiene escapatoria a esta penosa situación que hunde su popularidad y que lo muestran más como un monarca simbólico a la europea que como un gobernante genuino. En otros términos, ¿qué decisión relevante tomó el presidente que luego pudiera llevar a la práctica? La respuesta es inequívoca: ninguna.

Todavía queda mucho tiempo hasta la próxima elección, por lo que la hipótesis del gobierno agotado es devastadora para el país, más con los desafíos que asoman en el horizonte y los problemas estructurales que arrastramos desde hace tiempo. Pero para que esto no ocurra debe existir un cambio muy importante en la actitud del presidente.

Deberá plantarse ante su fuerza política con la legitimidad democrática que tiene al haber sido electo por una amplia mayoría del electorado y demostrar con claridad que no va a dejar que le sigan pasando por arriba como si nada. También debería tener la patriótica actitud de convocar a la oposición al menos para dialogar en búsqueda de acuerdos en los grandes temas del país, como la inserción internacional o la reforma educativa, que hoy están bloqueados por los mismos retrógrados que estando en el gobierno o en la oposición, que se han opuesto siempre a cualquier tipo de cambio.

No es sencilla la posición del presidente, pero de su decisión de retomar el poder o resignarse a ser un títere de los radicales de su partido dependerá no sólo su popularidad en el presente sino el lugar que ocupará en la historia de nuestro país. De seguir así nuestro futuro cercano y su legado a la posteridad estarán seriamente comprometidos.

Editorial

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