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Presidente electo Luis Lacalle Pou

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Hace días que del exterior nos llueven los elogios. En ellos se destaca el profundo respeto cívico del que ha dado muestras nuestro país en la reciente elección.

Una nueva demostración de que en la sociedad uruguaya, desde aquellos sangrientos años en los que fue forjándose como nación, (salvo el interregno 1973-1984) el espíritu republicano y democrático es un sentimiento enraizado. Una sólida convicción que se mantiene firme a pesar de los antagonismos filosóficos y políticos existentes y más allá de alguna actitud lamentable, aunque felizmente pasajera, como la del adversario perdedor, en su intento de ningunear el triunfo de Luis Lacalle Pou el 24 a la noche.

Un hecho inédito, que en el fondo no hizo más que agrandar la figura de este joven e indiscutido líder del Partido Nacional, cuyas cualidades presidenciales pueden resumirse en la maestría de su discurso de cierre, en esa noche electoral. Cuando la falta de nobleza de su contrincante le impidió celebrar como correspondía, junto a su familia, sus compañeros y los miles de partidarios, que cual avalancha humana se extendían a lo largo y ancho de Bulevar Artigas.

Sin embargo, la contrapartida a esta mezquindad del candidato del FA, ha sido un reguero de festejos espontáneos en distintas partes de la ciudad, mientras la rambla se ha coloreado de azul y blanco con cientos de banderas en una vereda y otra. El clima que era perfecto el domingo pasado, para la celebración oficial establecida el viernes se arruinó con chubascos varios y amenazas de lluvia. Por lo tanto, con la postergación para el sábado a mediodía, la ansiedad entre los correligionarios por ir a vitorear al Presidente electo de los uruguayos, ha ido en crecimiento constante.

Conocidos los últimos números del recuento de votos válidos y observados, en las tiendas frentistas finalmente comenzaron a digerir la derrota que para muchos de ellos no podía ser. Tanto le habían tomado el gusto al poder y tan acostumbrados a él estaban después de 15 años consecutivos, que la veían como algo imposible. Empezando por el excandidato y siguiendo por otros conspicuos dirigentes que por fin empezaron a dar señales de civilidad.

Según el expresidente Mujica, que por suerte ha hecho declaraciones sensatas respecto de que la oposición no habrá de tener una piedra en cada mano, (quién no recuerda aquello de que “como dice una cosa dice la otra”), estas elecciones no las ganó el Partido Nacional ni la coalición, sino que las perdió el Frente Amplio.

De lo cual se infiere que el Frente Amplio tampoco fue el triunfador en los anteriores comicios. Fueron los partidos tradicionales los que les permitieron ganar. De aceptarse la primera aseveración, corresponde la segunda interpretación y por ende, la trayectoria, la evolución, la capacidad, la dedicación, la firmeza en el rumbo y el olfato político del futuro primer mandatario, quedan en aún mayor evidencia.

A su vez, la afirmación de Mujica se da de patadas con la intención más o menos camuflada que se observa en los parlamentos de los intelectuales, politólogos o dirigentes frentistas, (Gerardo Caetano, Javier Miranda) que a través de elaboradas y aparentemente asépticas apreciaciones buscan transformar el fracaso eleccionario cuasi que un triunfo. Se trata de una estrategia que apunta a lograr imponer, (como dicen ahora) su relato. Pretenden inculcar en la gente que los escucha o los lee, la idea de que el Frente Amplio es más que un partido. Tratan hábilmente de inocular el pensamiento de que el frentismo es una cultura social y enfatizan la importancia sociológica que posee.

Nada muy distinto a lo que han hecho a través de la enseñanza desde hace décadas, al mejor estilo de lo que predicaba Gramsci, el conocido ideólogo izquierdista en sus conocidos cuadernos. Por medio de profesores y libros de estudio, los jóvenes uruguayos han asimilado, casi sin darse cuenta, el discurso de izquierda que excluye o asordina las atrocidades humanas y los yerros económicos del comunismo. Tanto se empapan en la historia que profundiza en las enseñanzas de Marx, de Lenin y muchos otros pensadores de esa corriente, como es grande la ignorancia o reducido el conocimiento de otras escuelas de pensamiento y de otros autores, como Adam Smith, von Hayek, Locke, etc., así como los aportes al bienestar y al desarrollo, fruto del liberalismo. Hasta han conseguido inculcarles como una gesta salvadora de la opresión, al accionar criminal de la sedición en contra de gobiernos democráticos a fines de 1960.

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