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La prensa y el terremoto virtual

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EDITORIAL

Por otro lado, los planes de regulación y control, como acaban de darse en la Unión Europea, tampoco son tranquilizadores. Por aquello de que “puede ser peor el remedio que la enfermedad”.

No se puede decir que no lo supiéramos, porque indicios habían de sobra. Con la llegada del internet y las redes sociales, el relacionamiento de los seres humanos cambió para siempre y la pérdida de la privacidad sobrevino. Unos más, otros menos, todo el mundo se hizo internauta. Unos se volvieron adictos, otros no pudieron prescindir. Para unos se volvió una herramienta de trabajo, para otros una droga virtual.

Apareció una nueva generación de ídolos, de jóvenes brillantes que se hicieron famosos y multimillonarios. Los Bill Gates, los Jeff Bezos, los Mark Zurckerberg y algunos cuasi desconocidos para el gran público, como el padre del internet, que le ofreció su descubrimiento a la humanidad toda y nadie recuerda su nombre.

Pero un día estalló la bomba. La revelación de que los datos de 50 millones de personas almacenados en la red habían ido a parar a manos de Cambridge Analytica en 2014, una consultora británica, y por medio de ellos se había influido en miles de personas para que se inclinaran por Trump en las presidenciales norteamericanas, así como en el Reino Unido, para que triunfara en el referéndum, el Brexit.

La poderosa reina de las redes sociales, Facebook, hizo temblar a la Bolsa de Nueva York. El valor de sus acciones se precipitó en caída y en poco tiempo había perdido 18% de su valor. Mark Zuckerberg, el rubio de las simples remeras, el genial creador de Facebook, tuvo que salir al ruedo, a presentar sus excusas y propósitos de enmienda.

Y lo interesante es cómo lo hizo, de qué manera vehiculizó sus disculpas. No fue en las redes sociales, ni en portales de noticias, ni nada que se le parezca. Eligió para ello a los grandes diarios. A los periódicos de marca. A los que con su trayectoria, su seriedad y su profesionalismo, son los únicos capaces de dar el viso de credibilidad que el joven tycoon buscaba para su mensaje. Es inmensa, podría decirse que infinita, la cantidad de datos que flotan por internet, se almacenan en las distintas aplicaciones y se difunden sin ton ni son. Llegan a ser ininteligibles para el gran público y las noticias verdaderas y las falsas se entremezclan de manera perversa. Pero son esos diarios impresos, reconocidos, (hoy también con sus versiones web) los que al final les aportan verosimilitud y jerarquía.

Fue en avisos a página entera, en diarios como el londinense The Observer, The Sunday times, The Sunday Mirror y los norteamericanos The Wall Street Journal, The Washington Post (hoy protagonista de un excelente film con justificadas nominaciones al Oscar) The New York Times, donde apareció el reconocimiento, por parte de Zuckerberg, de los errores de su empresa en la protección de datos.

Y algo semejante sucedió varios años atrás, con los famosos Wikileaks de Julian Assange. El discutido personaje, eterno huésped de la Embajada de Ecuador desde el 2012, permanente molestia de su actual presidente Lenín Moreno, quien le acaba de cortar el acceso a internet dado que el australiano violó el acuerdo de no inmiscuirse en política y estuvo apoyando a los separatistas catalanes, también recurrió en su momento, a los grandes diarios de Europa y América para repartir los cientos de miles de correos privados sustraídos al Departamento de Estado de EE.UU. A su vez, el descubrimiento de que Cambridge Analytica había hecho negocio ofreciendo su gigante base de datos, fue obra del periodismo. Cuya gran misión de informar y denunciar lo que anda mal se sigue cumpliendo, a pesar de los avatares a los que la prensa tradicional se enfrenta tras la irrupción masiva e intrusiva de internet y sus derivados. Una reportera del Observer habló con un exempleado de la consultora inglesa, Christopher Wyllie, quien finalmente tomó consciencia de que era parte de algo que estaba mal. Haberse aprovechado de la ingenuidad o la tontería de todos aquellos que quisieron saber más sobre su personalidad por medio de un test que ofrecían en la red. Y no solo ellos se convirtieron en víctimas de ese streap tease involuntario, sino también sus múltiples contactos.

Basta leer la esclarecedora nota en este diario de Scelza y Malek para darse idea de que la información personal que hay en el espacio, es inconmensurable. Alcanza con poner un poco de atención sobre las ofertas que nos llegan relacionadas con uno, inclusive respecto de algo de lo que simplemente estuvimos hablando. Por lo tanto, las promesas de Mark de mejorar y hacer más accesible a la gente los métodos para asegurar su privacidad, ya hechas previamente, provocan escepticismo.

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