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Postales montevideanas

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La vieja Atenas del Plata que gustaba definirse con aquel "Montevideo, qué lindo te veo" ha perdido buena parte de su encanto. Aquí van algunas postales de la vida cotidiana que abruman a los sufridos habitantes de la capital.

Nadie puede estar en contra de la manifestación de los tambores tan nuestros y su particular candombe. Pero, ¿es necesario que repiquen cualquier día y a cualquier hora en los distintos barrios de la capital? El paciente montevideano debe aceptar en silencio que decenas de vecinos den rienda suelta a su gusto por el alboroto del borocotó-chas-chas un lunes o un jueves a las diez de la noche, porque así les place.

No importa el respeto por el descanso de la inmensa mayoría que a la mañana siguiente debe estar temprano en pie para enfrentar sus obligaciones cotidianas. Ni qué decir de aquel ilusionado montevideano que pretenda dormir una siesta reparadora un domingo por la tarde: también el día semanal previsto para el descanso tendrá en su barrio a las ruidosas batucadas que le impedirán pegar un ojo si, además, tiene la mala suerte que transiten por la calle de su casa o apartamento.

La inseguridad de la capital es la peor en todo el país. Para evitar robos, se han multiplicado las alarmas en vehículos y casas. Pero el montevideano paciente termina por hartarse del permanente ruido de alarmas que se disparan una vez sí y otra también a cualquier hora del día y de la noche y que no se desactivan rápidamente. Puede ocurrir, incluso, que permanezcan días enteros sonando, porque los infelices responsables decidieron tomarse un fin de semana fuera de la ciudad. La enloquecedora alarma quedó como regalo del vecino sin que nadie se haga responsable.

¿Qué decir de los perros abrumados por la vida ciudadana, que ladran a cualquier hora y por cualquier motivo? Están los que quedan encerrados en balcones de apartamentos, y pasan horas ladrándole a la luna diurna. Están también los que quedan atados en los fondos de las casas. Impiden a todo el vecindario pasar una tarde tranquila, porque se quejan durante horas y ladran con perseverancia digna de mejor causa. Están los que ensucian veredas y calles ante la impertérrita e irresponsable actitud de sus dueños, nunca sancionados por la Intendencia. Están los que, felices, pasean en las playas montevideanas: tampoco sus dueños son sancionados por incumplir clarísimas disposiciones municipales que lo prohíben.

Si por casualidad el montevideano vive en una calle en la que se instala semanalmente una feria vecinal, su calvario será periódico e inevitable. No solamente porque deberá dejar su vehículo fuera del garaje para poder usarlo a la mañana siguiente, con todos los riesgos que ello conlleva en ruptura de vidrios y robos varios, sino también porque los feriantes inician bien temprano sus tareas, con sus mudanzas de cajones y su armado de puestos, y sus alarmas que se disparan y gritos entre compañeros, haciendo imposible el sueño reparador a partir del amanecer. ¡Y cuidado con quejarse! ¿A quién se le ocurre ser tan egoísta de plantear ante las autoridades municipales todas estas molestias, cuando se está ante la fuente laboral de tanto sacrificado trabajador? Si tiene una feria frente a su casa, deberá sufrirla en silencio y además arrepentirse de cualquier sentimiento de frustración por vivir esa incómoda gesta semanal.

Si vive en Montevideo y debe andar en ómnibus, seguramente esté resignado a su cotidiano martirio. Irá rápido o lento, en función de la voluntad arbitraria del conductor. Ruidosos motores azuzan ruidosas músicas, también a gusto de los funcionarios del transporte. Y por supuesto, en horas pico irá atiborrado de compañeros montevideanos que, resignados, ya ni se quejan de las arbitrarias frecuencias que siempre benefician a las compañías y nunca a la comodidad del pasajero.

La mugre esparcida por toda la capital es abrumadora. Si viajó al Interior en estos días compare y verá: cualquier barrio de Montevideo es un chiquero.

El montevideano vive mal, pero acostumbrado. No atisba a creer que exista una relación estrecha entre estos males de su vida diaria y una administración municipal a todas luces ineficiente. Al contrario, consultados por las encuestadoras, mayoritariamente siguen declarando que votarán, nuevamente, por el Frente Amplio. Es bueno que sepa, en este verano, que las postales de su ciudad pueden ser otras y mucho mejores. Es posible, con decisión, devolver sentido de urbanidad a la convivencia en la capital. Es posible cambiar, con su voto.

Editorial

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