Publicidad

Populismo fallido

Compartir esta noticia

Editorial

La disconformidad con el gobierno frentista entre los uruguayos más humildes es hoy significativamente más alta que hace cinco años y crece en proporción casi idéntica la intención de votar al Partido Nacional.

Cuando nació el Frente Amplio, en el año 1971, sus principales apoyos estaban en los sectores urbanos, altamente educados, y de ingresos medios y altos. Para decirlo en breve, el Frente Amplio votaba bien en Malvín y Pocitos, pero mal al norte de Avenida Italia. También era electoralmente débil en el interior del país. Eso explica por qué su votación de ese año fue del 18% y monedas.

Las cosas se mantuvieron parecidas en las elecciones de 1984 y 1989, en las que el Frente Amplio obtuvo un 21% de los votos. Pero en el último de esos años se produjo la irrupción del doctor Tabaré Vázquez, que ganó las elecciones departamentales de Montevideo. El Frente Amplio había mejorado su votación en la capital, aunque una amplia mayoría de los montevideanos seguía votando a los partidos tradicionales.

La irrupción de Vázquez significó el eclipse del general Líber Seregni como principal líder de la izquierda uruguaya. Pero no se trató únicamente de un cambio de nombres. Pese a algunas enormes contradicciones (como haber aceptado al MLN dentro de la coalición o haber apoyado la insurrección militar de febrero de 1973), Seregni representaba a una izquierda ilustrada, todavía conectada con la larga tradición institucional uruguaya. Vázquez, en cambio, representaba el giro hacia el populismo. Sus primeras medidas como intendente de Montevideo consistieron en bajar el precio del boleto (medida que se licuó rápidamente) y reducir el horario de trabajo de los funcionarios municipales manteniéndoles el sueldo.

La izquierda uruguaya estaba desesperada por crecer electoralmente, y por eso aceptó cortar con sus mejores raíces de 1971. Seregni fue enviado a su casa de mala manera, al punto de excluirlo de un gran acto de aniversario del Frente Amplio. A principios de 1996 presentó su renuncia como presidente de la coalición, bajo una lluvia de ataques.

Vázquez impuso un nuevo estilo. La sobriedad del viejo general fue sustituida por una forma de comunicación que recordaba a los pastores protestantes más mediáticos de Estados Unidos. En un momento en que los partidos tradicionales intentaban gobernar con responsabilidad (el número de empleados públicos estaba en caída libre) las promesas electorales se inflaron. La forma de hacer oposición se volvió cada vez más destructiva, hasta llegar al famoso pedido de default hecho por Vázquez en plena crisis de 2002.

El giro populista de nuestra izquierda dio sus frutos en términos electorales. En las elecciones de 1994 el Frente Amplio superó el 30%, en 1999 estuvo algo por encima del 40% y en 2004 ganó con mayoría absoluta: un impactante crecimiento de 10 puntos porcentuales cada cinco años.

Pero los pactos con el diablo tienen sus costos. Para empezar, cuando alguien se embarca en el populismo, empieza a deslizarse por una pendiente resbaladiza. Así nació el liderazgo de José Mujica, que era más y mejor de lo que ofrecía Tabaré Vázquez. Luego llegaron la irresponsabilidad fiscal, el crecimiento explosivo de los empleos públicos, la fabricación a gran escala de ni-nis, los abusos sindicales, la crisis educativa que los populismos siempre traen.

Durante algunos años pareció que el Frente Amplio se había salido con la suya: a cambio de tener el poder, había aceptado convertir al Uruguay en una víctima más del populismo latinoamericano. Pero un reciente informe de Equipos Consultores indica que las cosas están cambiando: la disconformidad con el gobierno frentista entre los uruguayos más humildes es hoy significativamente más alta que hace cinco años. La intención de votar al Frente Amplio cae estrepitosamente entre los más pobres y los menos educados, al mismo tiempo que, en esos mismos sectores, crece en proporción casi idéntica la intención de votar al Partido Nacional. Como ocurría en 1971, el Frente Amplio tiene sus mejores apoyos en los sectores privilegiados.

Las causas de este enorme cambio de tendencia seguramente son múltiples. Entre ellas probablemente estén la crisis de seguridad, la pérdida de más de 50 mil puestos de trabajo, el desastre educativo y la indignación que generan las políticas sociales frentistas entre los uruguayos de bajos ingresos que mantienen hábitos de trabajo. Seguramente también influya la acción de la oposición, que no siempre fue percibida pero ha sido seria y constante en estos años. Pero, sobre todo, lo que se manifiesta aquí es el vigor de la cultura cívica de los uruguayos: el populismo no es el destino que queremos para nuestra nación.

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad