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Periodismo libre y vacunas politizadas

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En la Argentina, el Ministro de Salud Ginés González García cayó estrepitosamente cuando se supo que, en dependencias de su Secretaría, instaló un vacunatorio VIP para inocular en secreto a personas que por su edad y condición no tenían derecho pero se las privilegió por ser de la intimidad del kirchnerismo.

Una cohorte de gobernantes, sindicalistas y libretistas del relato populista ventajearon así a los mayores de 80 años, cuya franja etaria es la única a la que, además del personal de salud, le correspondía recibir la Sputnik V. Se politizaron las vacunas. Reparto de “amici in frittata”, propio de los que manejan el Estado como botín de guerra, pero impropio de administradores de un preventivo de salud, escaso, de extrema necesidad y distribuido en plena pandemia.

La movida dentro del Ministerio abarcó a personajes como el “camionero” Hugo Moyano de 77 años, su esposa de 61 y su hijo de 20, el diputado Eduardo Valdés, 65, el senador Jorge Taiana, 70, y Horacio Verbitsky, 79, exguerrillero montonero asustado por el virus.

En otros lugares, la vacunación privilegiada bajo silencio abarcó al gobernador bonaerense Axel Kicillof y sus colegas oficialistas de Misiones, Catamarca, La Pampa, Entre Ríos, Chaco, Córdoba, San Luis, Río Negro y Neuquén, más una ristra de colaboradores. Y, por si fuera poco, incluyó al Canciller Felipe Solá y a la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto.

El episodio recuerda a las más amargas anécdotas del primer peronismo. Se parece mucho a las tarjetas de racionamiento que recibía la nomenklatura en los regímenes comunistas. Vacunar en las dependencias administrativas del Ministerio de Salud, con personal sacado en secreto de las instalaciones habilitadas del Hospital Posadas, e inocular a la carta a los gobernadores mientras se tiene en espera a los octogenarios, fueron temeridades de la misma laya que haber tirado bolsos repletos de dólares por encima de la cerca de un convento con monjas apalabradas. Esa clase de dislates se gestan a partir de una obsesión típica de los que no conocen límites: “También a eso me atrevo”.

Ya hay una investigación dispuesta por la Fiscalía, que indaga no solo el favoritismo político sino también cómo se llegaron a ofrecer por 400 dólares, dosis que fueron importadas para entregarse gratis y por prelación de riesgo, al pueblo todo y no al grupo hegemónico que gobierna acusando precisamente de hegemónica a la prensa opositora.

Ahora bien. Todo este disparatario -que parece arrancado a un sainete del lejano Paquito Busto y el más cercano Jorge Porcel- se habría mantenido oculto y lo habríamos desconocido, si no lo hubiera develado la decisión y el esfuerzo del periodismo formal, instituido, de dos cronistas -de nombres Federico Mayol e Ignacio Ortelli- que asumieron con llaneza el incómodo heroísmo de preguntar, indagar y hurgar sin freno hasta llegar al cogollo de lo que pasó. Fue con su trabajo en diarios y radios responsables -no ocultándose en el anonimato de las redes sociales- que impusieron la verdad, voltearon a un Ministro y desencadenaron una investigación penal.

Cabe celebrar que por encima de las caídas y hasta el ridículo, se alce otra vez la libertad de prensa, reencarnada una vez más en la responsabilidad de la conciencia de periodistas honorables.

Cabe dolerse por el avatar institucional de los pueblos de allende el Río y reiterar los deseos de que salgan ellos del marasmo donde la politización de la vacuna ha venido a entrecruzarse con un desembozado ataque a la independencia de la Justicia.

Pero cabe celebrar que por encima de las caídas y hasta el ridículo, se alce otra vez la libertad de prensa, reencarnada una vez más en la responsabilidad de la conciencia de periodistas honorables asentados en empresas con tradición.

La libertad de información con investigadores sin cortapisas y con referencias objetivas ha vuelto a demostrar su valor como garantía. Remueve matufias y despeja opacidades, arrinconando a las propagandas que buscan matar los hechos instalando relatos.

Si la pandemia es mundial, mundial también es el valor de esa enseñanza, que no envejece nunca, igual que no palidecen conductas ejemplares como la que por estos hechos saltó a la luz pública: a Beatriz Sarlo, renombrada columnista filosófico-política, le ofrecieron la vacuna por debajo de la mesa. Y ella, con 78 años, contestó: “Prefiero morirme ahogada de Covid”.

Con esa actitud encarnó personalmente el sentimiento noble de quien siente la norma por encima de su interés, su comodidad y hasta su salud. Y asumió en carne propia la función de orientar afirmando valores, que es la esencia de la misión cívica y civilizadora de la palabra siempre que vuelve a nacer desde el fondo de quien la pronuncia.

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