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Pasto, prensa y miserias varias

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Editorial

Un trabajo académico que termina por desmentir el mito de que unos niños hubieran comido pasto durante la crisis del 2002 desató una polémica mezquina, maniquea, y que es apenas una muestra de lo que se viene para la prensa en el año electoral.

¿Cuál es el fin del periodismo? ¿Para qué existe? Hay una definición central: es una actividad que busca aportar a los ciudadanos información clara, certera, para que estos luego puedan tomar decisiones de la manera más libre posible. En un mundo donde los fanatismos se mezclan con la miseria de la política más rastrera y la impunidad de las redes sociales, para crear realidades paralelas e imponer mensajes autoritarios, esta función es tan vital como siempre. A la vez que está más amenazada que nunca.

Todo esto viene a cuento de un trabajo académico de un joven periodista, que dio origen a un artículo de prensa del diario El Observador, y que ha sido el eje de una polémica tan estéril como peligrosa en los últimos días.

El trabajo tenía una premisa clara. Durante el epicentro de la crisis del 2002 hubo un episodio que se convirtió en emblemático: la denuncia publicada por el diario La República de que niños de una escuela habían presentado problemas de salud que sus maestras atribuían a que durante el fin de semana, en que no funcionaban los servicios de alimentación estatales, habrían comido pasto.

El hecho tomó relevancia global cuando agencias como la francesa AFP, o la cadena británica BBC, lo replicaron en sus hilos. Y ha sido desde entonces un episodio usado y abusado por dirigentes políticos como Tabaré Vázquez, José Mujica, y más recientemente la ministra/candidata Carolina Cosse. Por lo tanto, la pertinencia de la investigación era indiscutible. El trabajo, que obtuvo la máxima calificación en un tribunal de la Universidad ORT presidido por el profesor argentino de la Universidad de Buenos Aires José Luis Fernández, no deja lugar a dudas: el hecho nunca ocurrió.

Todo el episodio se basa en la declaración de una única fuente, desmentida por familiares y autoridades de la escuela que incluso intentaron comunicarse con el diario La República para que lo desmintiera, y con jerarcas políticos para que no siguieran repitiendo una falsedad, sin que nadie les prestara atención. Ni la verdad, ni la voz de esas personas, parece que nunca fueron el eje central de la preocupación de estos denunciantes.

Pues bien, este trabajo académico difundido en un medio de prensa desató un escándalo que muestra muy claramente lo bajo que puede caer la política y la comunicación, en épocas de redes sociales. Una ola de indignación agitada por políticos mediocres, activistas rentados, y fanáticos gratuitos, han incendiado las redes buscando linchar al joven profesional y desmerecer un trabajo excelente. Los argumentos son que el trabajo busca “operar” políticamente en contra del gobierno actual, desprestigiar a dirigentes del gobierno, y quitar gravedad a la crisis del 2002 como forma de mejorar la imagen del Partido Colorado que gobernaba en esa época. Afirmaciones que se caen por su propio peso.

Nadie que haya vivido la crisis del 2002 va a conseguir que lo convenzan de que no fue terrible. Nadie que tenga un familiar que la haya vivido va a aceptarlo. El Partido Colorado ha pagado el precio por la misma, con la decadencia política más marcada que haya tenido en su historia. Y, dicho desde un diario que históricamente lo ha enfrentado, esa crisis siendo honestos, no puede achacarse a decisiones políticas puntuales de un momento sino que fue la culminación de una deriva política que llevó años, y de cuya responsabilidad no es ajeno tampoco el actual gobierno, que ya manejaba a su antojo centros de poder como los sindicatos, o las estructuras educativas y académicas.

Aquí nadie niega nada. Aquí lo que se afirma es que un episodio puntual, que se sigue usando políticamente, no pasó. Lo cual dice mucho sobre los procesos internos de los medios de prensa que lo reflejaron, incluso algunos muy prestigiosos. Pero dice todavía más sobre la ética de los políticos y activistas que pretenden seguir lucrando electoralmente con el mismo. ¿Acaso preferiríamos que hubiera pasado? ¿Cómo se entiende tanto enojo y resentimiento ante la verdad?

En el trabajo académico, el editor que publicó la información original se defiende diciendo que no importa si los niños comieron pasto o no, sino que lo importante sería, que la denuncia fue el emblema de un momento del país. Un periodista que dice que la verdad no importa, no es periodista. Así como un político que usa una mentira para lucrar electoralmente, no tiene ética ni dignidad. Todo lo demás, es cháchara.

Ahora, viendo la enorme operación política montada para destruir a un joven profesional por hacer su trabajo, y desautorizar a un medio por cumplir con su función, solo cabe agarrarse fuerte ante lo que se viene el año próximo.

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