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Ocaso y (mala) reacción

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Editorial

La respuesta del presidente Vázquez a los pésimos números de apoyo popular que le dan las encuestas muestra a un político alejado de las preocupaciones de la gente, y víctima de la soberbia del poder.

El dato es removedor. La última encuesta de la empresa Equipos Consultores revela que más de la mitad de los uruguayos cree que el gobierno está haciendo mal su trabajo, con un 52% de la población que desaprueba la gestión del presidente Tabaré Vázquez.

Pero la cosa es más grave aún. El actual nivel de desaprobación a un jefe de Estado no se daba desde que Jorge Batlle ocupaba el sillón presidencial. Y para encontrar un nivel más negativo que el que registra Vázquez actualmente hay que remontarse a diciembre de 2004, el peor momento de la administración Batlle.

De acuerdo a Ignacio Zuasnabar, responsable del estudio, las razones de esta desmejora en la visión de los uruguayos sobre el gobierno nacional tienen múltiples factores. En primer lugar aparecen las cuestiones económicas: la falta de empleo, y la presión impositiva. En segundo lugar aparecen los problemas vinculados a la inseguridad. Zuasnabar colocó en un tercer escalón los niveles de desencanto con los líderes políticos.

Esta medición acerca del "humor" de la sociedad, encontró al presidente Vázquez atravesando un período de más de 100 días en los que no había aparecido públicamente ni hecho declaraciones a la prensa. Incluso para un mandatario que suele gestionar el gobierno a distancia, y que confía más en delegar responsabilidades que en estar muy arriba de los temas, ese plazo fue sospechosamente largo. Y agravó la sensación de que el gobierno actual tiene una agenda agotada, no posee iniciativa, y que apenas logra reaccionar cuando los problemas se le vienen encima.

Pero si ya existía esta sensación a nivel de la gente, la reacción de Vázquez ante los malos números de apoyo popular, la ha acrecentado de manera alarmante. La primera salida pública de Vázquez tras el varapalo numérico fue asistir a un evento de ASSE, donde informó que había estado aquejado de una lumbalgia y por eso no se lo veía hacía tres meses. Y tras esa justificación un tanto barroca, la emprendió contra el senador nacionalista Luis Lacalle Pou, reflotando algunos episodios tristes de la última campaña, como el de "la bandera", y señalando que las críticas de la oposición serían "pompitas de jabón".

Dejemos de lado el buen gusto, y la altura que debería tener la investidura presidencial. Pero los comentarios de Vázquez dejan en evidencia lo alejado que está de las inquietudes de la gente, y lo fuerte que le ha pegado la soberbia del poder.

¿Cree el Presidente que estamos en 2014? ¿Que los chistes y la ironía de tono rastrero van a servir para mejorar su imagen pública? ¿No se da cuenta que el animo popular ha cambiado y que la gente quiere ver un gobierno proactivo y ejecutando? ¿Que el horno no está para canchereadas?

Pero no contento con esto, Vázquez tuvo otro acceso de autoridad luego de conocida la última encuesta, y fue cuando ordenó el arresto a rigor del Comandante del Ejército, por haber opinado sobre la reforma de la Caja Militar. Una medida humillante y excesiva, que no se aclara si es por vulnerar la prohibición constitucional de opinar de temas políticos, o por discrepar públicamente con un ministro.

Para empezar, parece raro que un militar no pueda hablar sobre una reforma de la Caja Militar. Para seguir, el propio Vázquez ha violado en forma contumaz la prohibición constitucional, al igual que varios de sus ministros han hecho con su propia decisión de que quienes quisieran hacer campaña, debían dejar sus cargos. Allí están Cosse y Murro gastando plata de todos para mostrarse. Por lo visto lo que importa no es la Constitución ni el orden republicano, sino mostrarse duro con los militares.

Pero el tema de fondo no es ese. El problema sustancial que revelan las encuestas es que el uruguayo de a pie está preocupado por otras cosas más importantes. Por la economía que se está cayendo a pedazos, por los impuestos y tarifas que crecen sin parar, por la pérdida de empleo que genera el costo del estado y la prepotencia sindical; por la inseguridad rampante que el hermano del Presidente no logra frenar. Y si se quiere hilar más fino, por la caída de mercados debido a que el gobierno no logra impulsar una agenda de inserción coherente y moderna; por la crisis de la educación que hace que miles de uruguayos queden sin opciones de futuro, etc., etc., etc.

Ninguna de esas inquietudes se resuelven haciéndose el gallito con el líder de la oposición ni con el Comandante del Ejército. Se resuelven trabajando, gestionando, legislando, ordenando a su propio partido, y apuntando a dejar una huella en el país. Si no, ¿para qué se quiere llegar al gobierno?

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