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Un oasis en el desierto

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La nota de O Globo tenía un título por demás expresivo: “Cómo Uruguay se tornó en un oasis en la pandemia de coronavirus en América del Sur”.

Y la realidad es que la comparación numérica en materia sanitaria de nuestro país con los vecinos es apabullante.

Solo tiremos un par de cifras. Brasil está padeciendo una mortalidad por el coronavirus que supera los 280 muertos por millón de habitante. Argentina tiene diez veces menos, casi 29 muertos por millón. Y comparado a eso, nuestro país apenas tiene siete.

Pero el problema no es solo en nuestro vecinos más cercanos. Chile, Perú, Ecuador, muestran números iguales o peores que los de Brasil. Solo se salvan los hermanos paraguayos que tienen todavía menos muertos que nosotros. Y Venezuela, que de acuerdo a sus cifras oficiales tiene apenas 1,7 muertos por millón de personas. Claro que nadie en el planeta cree nada que pueda salir del gobierno de Nicolás Maduro.

Pero una mirada en profundidad a las cifras de la enfermedad, permite también sacar otras conclusiones.

Una de las más llamativas tiene que ver con las políticas de control social que ha impuesto cada nación para enfrentar el problema. No deja de ser llamativo que países que impusieron medidas muy férreas de control a la libertad de movimiento de la gente, como Perú o Chile, tengan casi los mismos guarismos que uno como Brasil, que todos sabemos que no tomó ese tipo de acciones. Al menos a nivel nacional.

Algo parecido ocurre con El Salvador, tal vez el país de América Latina que impuso medidas más extremas de limitación de las libertades individuales, con un presidente que ha avanzado de manera peligrosa sobre los demás poderes, y que pese a ello tuvo un cuarto de hora de protagonismo noticioso global, como si fuera un ejemplo para el mundo. Sin embargo su país tiene una tasa de muerte cuatro veces superior a la uruguaya, donde ya sabemos que no se tomaron ese tipo de medidas.

El impacto económico de las medidas extremas tomadas por algunos países en la lucha contra el virus, marcará a fuego sus próximos años en materia de convivencia.

Esto nos obliga a entrar en el otro gran tema que subyace debajo de la “capa sanitaria” de esta pandemia, y es el aspecto económico.

Desde su comienzo se han escuchado voces que cuestionaban la mera mención al impacto económico de las medidas destinadas a frenar el avance del virus. Algunos señalaban una especie de cuestión de inmoralidad por simplemente mencionar este aspecto, contrapuesto con valores supremos como la vida y la salud de la gente. Otros afirmaron incluso que desde el punto de vista económico, estas medidas draconianas a largo plazo serían hasta más provechosas.

Las cuestiones morales y sentimentales suelen salir mal paradas cuando chocan con los fríos números. Y para ello basta ver lo que pasa en Argentina. Tan solo en abril, el derrumbe de la economía de ese país llegó al 27%, un guarismo que nunca se había visto en la historia del país. Sin llegar a esos niveles, todos los países han enfrentado severas consecuencias económicas de estas medidas, pero con la diferencia que implica la situación previa de cada uno. Chile está padeciendo un problema humano y económico terrible, pero al menos tiene reservas como para estar volcando casi un 8% de su PBI en ayuda a la población para aliviar este impacto. Lamentablemente Uruguay, pese a los 15 años de crecimiento económico sostenido, no tiene el respaldo para tomar medidas de semejante envergadura.

Los “secretos” de Uruguay para estar atravesando esta situación sin los niveles de asfixia sanitaria de otros, pueden ser muchos. La rapidez de las medidas tomadas, la escala del país, la baja densidad de población, el sistema de salud o incluso una convivencia social muy anclada en el respeto a las instituciones. Pero hay cosas que hay que reconocer a este gobierno que recién empezó y se topó con este desafío monumental.

La postura firme de respetar la inteligencia y la libertad individual de los ciudadanos, sin imponer un encierro forzoso a su población, aun contra la presión de sindicatos, agrupaciones médicas y de buena parte de la oposición, no solo no limitó la capacidad de enfrentar el virus. Sino que ha permitido dos cosas que serán claves para la salida y para el futuro del país. Por un lado, “empoderar” a los ciudadanos, hacerlos partícipes del esfuerzo, y reconocerles una autoridad en el manejo de sus vidas y la de sus compatriotas, que incidirá sin duda en la autoestima y empuje de la sociedad en su conjunto. Y por otro, nos permitirá un resurgir económico que hará menos graves los padecimientos que vive hoy una parte ya demasiado grande de los uruguayos. No es poco.

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