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Los números mandan

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A pocas horas del cambio de mando, distintas encuestas muestran que la mayoría de los uruguayos está entusiasmada con el nuevo gobierno, espera de él soluciones para los problemas del país y un camino de mejoras,

aunque existe plena conciencia de que algunos de los asuntos necesariamente van a llevar tiempo. Se respira en el país un tiempo nuevo, de mayor libertad y verdadera justicia social, de la que libera y no explota al oprimido. Se siente también un país donde la división entre buenos impolutos y perversos irredimibles deja paso a un país de varias verdades, que pueden cooperar y convivir.

El presidente electo ha desplegado una actividad formidable, casi como si siguiera de campaña, en estos meses, recorriendo el país, teniendo reuniones, conversando con la gente que se le acercó a hacerle los más diversos planteos y formando los equipos de gobierno. Hay un cambio evidente entre un gobierno y gobernantes envejecidos y anquilosados y una renovación que, por cierto, es partidaria y de ideas, pero también de edad y de actitud.

El gobierno saliente y alguna de sus principales figuras se han esforzado por mostrar la mejor cara posible de su gestión, pero lamentablemente para sus intereses los números los desmienten. En seguridad, educación, economía vivienda, o el rubro que se elija los números del gobierno saliente son penosos y dan pie al cansancio de la gente con un partido político que se creía invencible, pero terminó defraudando sus expectativas.

Lejos quedó la promesa de Tabaré Vázquez de reducir 30% las rapiñas, cuando terminan aumentando más de 50%, con el número récord de homicidios y un nivel de violencia que nos coloca a mitad de tabla en un continente ya de por sí muy violento. Los planes de vivienda no han logrado siquiera cortar la brecha de demanda insatisfecha y ni los planes del Estado ni los incentivos al sector privado han logrado dar el salto hacia adelante que era necesario.

En educación seguimos, en el mejor de los casos, estancados, cuando el resto del mundo y el continente siguen avanzando, lo que nos va dejando atrás. La argucia del gobierno, en cuanto a que esto se debe a que se incluye a personas que antes no accedían a la educación es falso por donde se lo mire. No solo porque estos números son menores, la tasa de egreso de secundaria sigue siendo penosa y otros países del continente han logrado incorporar a mucha más gente mejorando al mismo tiempo los resultados.

El descontrol de las finanzas públicas es tan grande que nos colocó al borde de perder el grado inversor, solo salvado porque las calificadoras de riesgo creen que el nuevo gobierno sí logrará, finalmente, comenzar a reducir la brecha entre ingresos y gastos.

En el fondo de muchos de estos temas está la incapacidad de los gobiernos del Frente Amplio para lograr los cambios necesarios, porque no los quieren por su propio conservadurismo o porque defienden intereses corporativos de castas sindicales que pelean por sus propios privilegios.

Un comentario aparte merece la gestión económica de este último gobierno. En cada año la inversión cayó, la economía estuvo -bien medida- estancada y se perdieron más de 50.000 puestos de trabajo. Lo único que creció en este quinquenio fue la soberbia del equipo económico y la violencia en las declaraciones de Astori. Cuanto más lejos de la realidad estuvieron las proyecciones de Astori, más insultos sumó a su repertorio, atacando salvajemente a sus adversarios, contrariando la personalidad que le conocíamos y la tradición política nacional. A lo largo de los cinco años, pese al ajuste fiscal aplicado con importantes aumentos de impuestos, el déficit fiscal no paró de crecer pese a que continuamente volvía a repetirse la promesa de que se reduciría al año siguiente.

Cada año la misma promesa y el resultado contrario al comprometido, lo que llevó a que 2019 cerrara con el mayor déficit fiscal de las últimas tres décadas. Resulta insólito, con estos números a la vista que a la vez depararon un crecimiento importante del endeudamiento público, que se defienda una gestión que no embocó una, a lo largo de cinco años. El descontrol de las finanzas públicas es tan grande que nos colocó al borde de perder el grado inversor, solo salvado porque las calificadoras de riesgo creen que el nuevo gobierno sí logrará, finalmente, comenzar a reducir la brecha entre ingresos y gastos.

Habían anunciado que culminarían su período de gobierno con un déficit fiscal de 2,5% pero fue el doble, y el equipo económico saliente sigue pontificando como si entendiera de lo que habla.

En fin, los números mandan y es claro que el gobierno que se va fracasó en todos los frentes. A partir de este domingo se abre un nuevo tiempo de esperanza para el Uruguay porque la mayoría de los orientales votó por un cambio.

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