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Los nuevos censores del arte

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EDITORIAL

Uno de los tantos puntos en común entre ambos genocidas (Hitler y Stalin) fue que entendieron el arte como un arma de propaganda política y no como una expresión libérrima de la creatividad humana.

El Teatro Maggio de Florencia presentó una versión de la ópera Carmen, de Bizet, con una modificación del final. En lugar de ser asesinada por su amante despechado, es la protagonista quien lo mata a él. El público abucheó la idea y se desencadenó una polémica que, a esta altura, toma proporciones planetarias. El perpetrador del cambio, el director de escena Leo Muscato, se defendió explicando que quería denunciar el flagelo de la violencia de género. Dario Nardella, presidente del teatro, se puso de su lado: "respaldo la decisión de cambiar el final de Carmen, que no muera. Mensaje cultural, social y ético que denuncia la violencia sobre las mujeres, en aumento en Italia".

En nuestro país, la directora de Cultura de la Intendencia capitalina, Mariana Percovich, dio similar respaldo desde su perfil de Facebook. Respondiendo a una artista que lo deploraba, Percovich escribió que la ópera de Bizet "es sumamente violenta. Me hubiera encantado grabar a mi sobrina de seis años que se indignó con el argumento para que veas que no es percibida así por una niña de hoy, Carmen de Mérimée no es denuncia de la violencia y especialmente importa cómo se ponga en escena y en qué contexto".

Habría dos motivos que llevaran a cambiar el final de una ópera. El primero sería por suponer que el arte sirve de ejemplo y modelo de conducta de las personas que se exponen a él. Con el mismo criterio, Hitler censuró el "arte degenerado" (Van Gogh, Gauguin, Matisse, Cézanne, Klee, Chagall, Picasso, Kandinsky, Kokoschka), y Stalin hizo lo mismo contra lo que tildaba de "formalismo de inspiración burguesa". Uno de los tantos puntos en común entre ambos genocidas fue que entendieron el arte como un arma de propaganda política y no como una expresión libérrima de la creatividad humana. Pensar que quien asista a una ópera donde se reproduce un femicidio, se verá motivado a hacer lo mismo, es en el mejor de los casos propio de un ingenuo y, en el peor, de un ignorante irredimible.

Pero supongamos que la razón es otra: que se cambió el final no por creer que hubiera influido negativamente en el comportamiento de las personas, sino para "dar un mensaje cultural y ético", como se ha dicho. ¿Cuál es el mensaje "cultural y ético"?, ¿que una mujer violentada debe hacer justicia por mano propia y matar a su agresor? Es lo que tiene meter la mano a una dramaturgia que fue creada bajo otro contexto sociocultural. Si los actuales exégetas creen que la Carmen de Mérimée es un mal ejemplo, no deberían recrearla como a ellos se les ocurre. Sería mejor que crearan su propia obra exponiendo lo que opinan sobre el tema.

Todo esto no es ajeno a nuestros problemas, porque la violencia de género en Uruguay es un fenómeno aún más grave que en Italia: en 2017, nosotros tuvimos 30 mujeres asesinadas en 3 millones de habitantes; Italia tuvo 120 en 60 millones. Y tampoco nos es ajeno porque, como lo demuestra el comentario de la directora de Cultura de la IM, el correctivo al grave problema se busca en aspectos pueriles, pidiendo al arte una intención didáctica y propagandística que no debe tener y, al mismo tiempo, mostrando una tremenda incapacidad para generar las políticas de seguridad que efectivamente lo combatan. No puede interpretarse de otro modo una nueva ley de prevención aprobada en diciembre que define como "violencia simbólica", "la ejercida a través de mensajes, valores, símbolos, íconos, signos e imposiciones sociales, económicas, políticas, culturales y de creencias religiosas que transmiten, reproducen y consolidan relaciones de dominación, exclusión, desigualdad y discriminación, que contribuyen a naturalizar la subordinación de las mujeres".

Como bien lo han expresado el diputado Ope Pasquet en el parlamento y el Dr. Hoenir Sarthou en su columna de Voces, esa generalización abre el camino de la censura. Peor aún cuando definen "violencia mediática", como "toda publicación o difusión de mensajes e imágenes a través de cualquier medio masivo de comunicación, que de manera directa o indirecta promueva la explotación de las mujeres o sus imá- genes, injurie, difame, discrimine, deshonre, humille o atente contra la dignidad de las mujeres, legitime la desigualdad de trato o construya patrones socioculturales reproductores de la desigualdad o generadores de violencia contra las mujeres". Con este disparate vigente, no habrá más remedio que cambiar el final de la Carmen de Bizet también aquí, si se desea volver a verla en nuestros escenarios.

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