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El nuevo votante

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EDITORIAL

La diversidad de razones (y emociones) por las que una persona decide votar a un candidato (o simplemente ir a votar) se vuelve crecientemente inabarcable porque ya no responde a una mera lógica de izquierda y derecha o de camiseta política.

En las últimas décadas, y con particular fuerza en los últimos años y en el que estamos terminando en especial a partir del Premio Nobel de Economía otorgado a Richard Thaler, la economía del comportamiento (behavioral economics) pasó a estar en el centro del análisis de muchos fenómenos. Por cierto que varios de ellos son estrictamente económicos, pero también de otras áreas donde los supuestos de la teoría económica clásica fueron puestos en cuestión.

El punto central de la economía del comportamiento es que los seres humanos no somos tan racionales como el homo economicus que la ciencia económica supone. Por distintas razones explicadas por la psicología, muchas veces no logramos resolver los problemas de maximización de nuestra utilidad a la que nos vemos enfrentados o tomamos decisiones que no terminan siendo las mejores sobre nuestras finanzas, nuestra salud o nuestra familia, entre otros aspectos.

Muchos de estos temas los podemos evaluar en nuestras propias vidas, como la diferencia entre lo que planificamos hacer en 2018 y lo que efectivamente terminamos haciendo, nuestro plan de ejercicios y su concreción, la dieta que comenzaremos siempre el próximo lunes, el poco tiempo que le dedicamos a analizar el balance que nos llega de la AFAP, solo a modo de ejemplo.

Estos razonamientos también aplican a la hora de analizar la política y bien nos podrían estar indicando que algunas visiones sobre la realidad pueden estar quedando obsoletas o, al menos, se están perdiendo una buena parte de la realidad por considerarlos factores irrelevantes o algunos que seguramente cada vez cobran mayor importancia.

La idea de que el votante maximiza su utilidad, o la de la sociedad, a la hora de votar también está en entredicho. El tiempo que el votante utiliza para informarse de las propuestas de los candidatos o si decide votar o no en elecciones voluntarias, como nuestras internas, no cierra con el modelo tradicional del votante racional. Al mismo tiempo, existe en todo el mundo y en Uruguay una tendencia a que cada vez menos personas se identifiquen con un partido político o con una ideología.

Para bien o para mal la gente le dedica cada vez menos tiempo a seguir la actividad política, y a una inmensa mayoría de la población le resulta absolutamente irrelevante las peleas entre los políticos o los méritos o merecimientos que cada uno exhibe de sí mismo.

Quien analice lo que puede pasar en la próxima elección nacional desde el punto de vista de las personas que se consideran frentistas, blancas, coloradas o independientes, se llevará un gran chasco. La diversidad de razones (y emociones) por las que una persona decide votar a un candidato (o simplemente ir a votar), se vuelve crecientemente inabarcable porque ya no responde a una mera lógica de izquierda y derecha o de camiseta política.

Existe una multitud de nuevos intereses, actividades y ocupaciones, y aún en Uruguay en donde nos regocijamos de nuestro sistema de partidos viejos y estables la política ha perdido su centralidad. Dicho en otros términos, lo que dicen los políticos le importa muy poco a la inmensa mayoría de las personas que actúan directamente sobre la realidad que quiere modificar a través de otras organizaciones, formaciones espontáneas y colaboraciones virtuales que le han ido quitando al político su rol de mediador de las necesidades individuales y sociales.

En definitiva, los sesudos análisis que se realizan hoy en día sobre por qué un partido bajó un punto o subió un punto son absolutamente irrelevantes, y resulta llamativo que se le dé importancia a estas opiniones por movimientos que incluso, en el mejor de los casos, entran dentro del propio margen de error de las encuestas.

Pasando raya a las encuestas serias, lo que se puede concluir es que el Frente Amplio arranca sensiblemente peor que en la elección anterior, el Partido Nacional mejor y que el grueso de los votantes por los que competirán no responde a lógicas pretéritas sino a lo que sienten y viven respecto a sus vidas y las de sus comunidades. No son maximizadores perfectamente informados y racionales, son seres humanos con su carga de ideas, gustos y prejuicios, como cada uno de nosotros. Quizá el secreto del éxito de la próxima elección pase por comprender a estos nuevos votantes que son tan esquivos a las encuestas, a los análisis tradicionales y a los discursos vetustos que aún pululan en la política nacional.

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