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La nueva vara moral del FA

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EDITORIAL

Pasaron los días y Mujica se desvivió por relativizar la contundencia de su declaración, pero para ello eligió el peor camino conceptual posible: relativizar el valor del sistema democrático.

Cada vez que el ex presidente Mujica aclara sus dichos, suele ser peor la enmienda que el soneto. Nos referimos a la justificación que dio en estos días, por haber definido al gobierno de Maduro en Venezuela como “una dictadura” El que primereó en esa conceptualización fue el ministro Astori, quien admitió a los periodistas de Fácil desviarse de FM del Sol, que “lo de Venezuela es una dictadura, y es una dictadura tremenda, con impactos humanitarios muy graves”.

La demorada pero imprescindible asunción del ministro envalentonó al candidato presidencial Daniel Martínez: “Sí, compañero Danilo, para la izquierda el tema de los derechos humanos debe ser siempre un imperativo ético. El informe Bachelet es lapidario respecto a Venezuela y se trata de una dictadura”.

La mención del informe Bachelet tiene una intención cristalina: justificar por qué la declaración es tardía. Es como decir “hasta que no lo firmara Bachelet, no iba a creer en las decenas de venezolanos que me cruzo por la calle y me cuentan todo lo que está pasando en su país”.

Y enseguida, el giro de 180 grados fue rubricado con Mujica, con una admisión semejante.

Si bien a nivel de la oposición se desconfió de la voltereta practicada, explicándola como una respuesta a un cambio de estrategia, para arrimarse al centro, lo cierto es que figuras principales del oficialismo decían por primera vez lo que tanto esperaba escuchar el pueblo venezolano, y el impacto fue tal que la noticia replicó incluso en medios internacionales. Claro que no pasó de lo declarativo, porque en los hechos, la delegación del FA presente en Caracas, en la celebración del Foro de San Pablo, votó y aclamó su respaldo a la satrapía de Maduro, quien a su vez no dudó en calificar de “estúpidos” a los que definen su gobierno como una dictadura. No contento con eso, reivindicó que lo que él preside es una “dictadura del proletariado”, de manera tal que cada vez que algún estudiante trasnochado sienta simpatía por el engendro ideológico de Marx y Lenin, será suficiente mostrarles a la gente comiendo de la basura en las ciudades venezolanas, para que comprendan cabalmente cómo funciona ese deslumbrante sistema.

Pasaron los días y Mujica se desvivió por relativizar la contundencia de su declaración, pero para ello eligió el peor camino conceptual posible: relativizar el valor del sistema democrático. “No conozco en la historia humana ninguna sociedad en peligro, ningún régimen en peligro, que no concentre el poder a muerte, que meta soldados por todas partes y que conculque libertades. La palabra dictador la inventó el Imperio Romano. Cuando estaban en peligro nombraban uno, al que daban todo el poder, y se llamaba dictador. Esto es más viejo que el agujero del mate. Toda sociedad en peligro resume el poder. Nosotros tenemos algo que llamamos medidas de seguridad y hay todavía más, toque de queda y esas cosas”.

Hay que empezar por explicarle a Mujica que las medidas prontas de seguridad son, en Uruguay, un mecanismo previsto por la Constitución de la República, muy distinto a avalar la caída de las instituciones y ungir a un dictador. Si esta confusión la tuviera una persona desinformada no sería para tanto, pero que la tenga un ex presidente, que además es el líder indiscutido del partido de gobierno, es de una gravedad indignante.

De un plumazo, Mujica pone en entredicho el sistema republicano, si las condiciones políticas o económicas así lo ameritan. Es el mismo argumento que utilizó el gobierno cívico-militar de 1973 para perpetrar el golpe de Estado, con su devastador efecto sobre los derechos humanos, que el propio Mujica padeció como tantos otros uruguayos.

Entonces comprobamos que el afán aclaratorio del ex presidente solo va dirigido a quienes más le importan, los comunistas y radicales del FA que, con Oscar Andrade a la cabeza, se mostraron sorprendidos de este “irresponsable viraje en temas sensibles”. El mensaje oculto en las palabras de Mujica fue “tranquilo Oscar: no por calificar a Maduro como dictador, lo critiqué. Él es un dictador bueno”.

Dos conclusiones, a cual más lastimosa: el brutal desapego del ex presidente con la democracia republicana y la entronización de una nueva vara moral en la interna del Frente Amplio. Ya le ocurrió a Daniel Martínez cuando cuestionó a la Unión Soviética y, a pedido de la misma persona, se tuvo que desdecir. Otra vez Oscar Andrade, con sus planchas en el pecho de los adversarios internos, los hace contradecirse o sacar de la galera argumentos que los embarran.

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