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Nuestro complicado vecino

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Qué cerca está Argentina. A media hora de avión desde Montevideo, a menos de una hora en barco desde Colonia, a un cruce de puente desde Fray Bentos, Paysandú o Salto.

Es tan fácil visitarla y tan fácil que los argentinos nos visiten. Los parecidos y la cercanía hace que en muchas cuestiones nos confundamos en una misma cosa.

Por eso, la crítica coyuntura que vive Argentina debe ponernos en guardia. La renuncia del ministro de Economía, Martín Guzmán, tuvo un gigantesco impacto en la frágil economía del país vecino y en su aún más frágil estabilidad política. Solo persiste la más absoluta incertidumbre.

Esa ola negativa puede tener efectos sobre Uruguay y es en tales circunstancias cuando los parecidos se borran y solo importa dejar claro que en ciertos terrenos y en algunas conductas, no somos lo mismo.

Guzmán no toleró más la insoportable presión que sobre él ejercía la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner en su desembozada puja por desestabilizar al presidente Alberto Fernández, que curiosamente llegó a su cargo porque ella lo designó candidato. También en su momento avaló que Guzmán fuera el ministro de Economía, algo que hoy pocos recuerdan.

La pregunta es si lo hizo porque entendía que era quien mejor negociaría con el FMI, aún sabiendo que después ella misma lo denostaría por haberlo hecho. Tal vez entendía que la negociación era inevitable y que Guzmán era el indicado para hacerla, pero por razones de juego político (aún sabiendo en lo íntimo que no había alternativa), logrado ese acuerdo ella le daría la espalda para ubicarse en una demagógica postura, dejando al ministro en el rol del gran traidor.

Vuelve a ser necesario que Uruguay (sin dejar de reconocer nuestras múltiples similitudes) le haga ver al mundo que en lo vinculado a la cultura política y al manejo de la economía, hay diferencias.

En la larga historia de la humanidad no es la primera vez que líderes de peso mandan a uno de los suyos al frente para evitar quemarse ellos y de ese modo consolidarse. Ejemplos abundan.

Vuelve a ser necesario que Uruguay (sin dejar de reconocer nuestras múltiples similitudes) le haga ver al mundo que en lo vinculado a la cultura política y al manejo de la economía, hay diferencias. Es inevitable recordar en plena crisis de 2002, que afectó a las dos orillas por igual, la desesperación del entonces presidente Jorge Batlle por mostrar que éramos diferentes, lo llevó al famoso episodio en que se le grabó una reflexión improcedente. Tuvo que cruzar a Buenos Aires a disculparse pero todo indica que aún así, su mensaje llegó a quien correspondía.

Poco después, y siendo parte del mismo “círculo virtuoso” (como decía, con esquemática lógica el excanciller Reinaldo Gargano) el kirchnerismo le hizo un enorme daño al país con el arbitrario corte de puentes (casi una forma de sitiar a Uruguay) justamente durante los gobiernos frentistas.

Uruguay no puede mudarse del barrio que le tocó vivir, pero debe fortalecer una política ya trazada por este gobierno, de búsqueda de inversiones y de mayor intercambio comercial por fuera de la región. Esto no quiere decir que deba salirse de las políticas de integración ya existentes (como Mercosur) pero sí lograr la autonomía necesaria para no quedar atrapado en las crisis cíclicas y constantes de Argentina.

Cristina Fernández de Kirchner le legó a Mauricio Macri no solo una complicada situación económica, sino un país sin credibilidad en el exterior. Macri pensó que con su sola presencia, esa credibilidad se recuperaría, pero el resto del mundo no creyó que en un solo período Argentina cambiaría para no volver a la tentación populista que la marcó desde los años 40 del siglo pasado.

Las inversiones no vinieron, Macri no tenía un plan B y tampoco le legó a su sucesor una situación mejorada. El nuevo gobierno en manos de Alberto Fernández, puesto a dedo por Cristina Fernández de Kirchner, tampoco revirtió esa situación sino que la profundizó a niveles asombrosos, a causa de su compulsión a repetir una y otra vez recetas que ya en los años 50 y 60 fueron un rotundo fracaso.

Hasta ahora existía la idea de que ningún gobierno no peronista podía sobrevivir a la presión peronista. Pero en estos días se ve que tampoco los gobiernos peronistas pueden sobrevivir a las presiones de sus propias facciones internas.

Es muy difícil, hoy, pronosticar cual será el desenlace de esta complicadísima coyuntura política y económica (son ambas a la vez), pero Uruguay debe estar atento. Hace 20 años que viene evitando enredarse en las redes tendidas por el kirchnerismo. No tiene otra alternativa que seguir haciéndolo.

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