Publicidad

Lo noble que debemos defender

Compartir esta noticia

SEGUIR

Introduzca el texto aquí

Con 97 años, Jimmy Carter reflexionó en el New York Times sobre la asonada pro Trump que intentó apoderarse del Capitolio. Del episodio, el saldo policial fue 5 muertos y 140 agentes heridos.

El saldo judicial es una investigación que ya suma 165 condenados, y que deberá despejar la participación -o propulsión- del propio Trump desde la Casa Blanca. El saldo institucional fue mucho peor: quedó a la vista que también en EE.UU. un tropel de extraviados puede imponer zozobras a 300 millones de ciudadanos.

Carter fue Presidente de EE.UU. entre 1977 y 1981. Prestigiado por su diplomacia pacifista y su oposición a las dictaduras, internamente perdió popularidad. Vencido en las urnas por Ronald Reagan, mantuvo su lucha por la democracia y los derechos humanos a través de la Fundación no gubernamental que creó, que ha sido una atalaya que inspecciona y acusa a los mandones del mundo.

Escribe Carter: “Hace un año, una turba violenta guiada por políticos sin escrúpulos irrumpió en el Capitolio y casi impidió la transferencia democrática del poder. Entonces, los cuatro expresidentes condenamos sus acciones. Nació una breve esperanza de que la insurrección iba a conmocionar tanto al país que acabaría con la polarización tóxica que amenazaba a nuestra democracia. Pero un año después, los promotores de la mentira de que las elecciones fueron robadas se han apoderado de un partido político y han avivado la desconfianza en nuestros sistemas electorales.”

“Estas fuerzas ejercen poder e influencia a través de una desinformación implacable que sigue dividiendo a los estadounidenses... The Washington Post informó recientemente que cerca del 40 por ciento de los republicanos creen que en ciertas ocasiones se justifica la acción violenta contra el gobierno.”

¡Tan luego en EE.UU., Carter diagnostica pérdida de fe cívica y descreimiento en la legalidad! Para enfrentarlas, recomienda volver al “acuerdo sobre los principios constitucionales fundamentales y las normas de equidad, civilidad y respeto por el Estado de Derecho”.

Llama a “resistir la polarización”. Pide “enfocar verdades fundamentales: todos somos humanos… todos queremos que prosperen nuestras comunidades y nuestro país y debemos buscar la manera de reencontrarnos en la división, de forma respetuosa y constructiva, mediante el enfrentamiento colectivo con las fuerzas que nos dividen.

Y concluye: “Nuestra gran nación se tambalea al borde de un abismo creciente. Sin una acción inmediata, corremos un verdadero riesgo de entrar en un conflicto civil y perder nuestra preciada democracia. Debemos dejar de lado las diferencias y trabajar juntos antes de que sea demasiado tarde.”

El diagnóstico vale no sólo para la mayor democracia del mundo, cuyo credo fundacional inspiró buena parte de los ideales artiguistas plasmados en las Instrucciones del Año XIII, texto constitutivo del pueblo oriental antes de que tuviéramos independencia y Constitución. Nosotros podemos enorgullecernos de una legislación electoral cuyas garantías -creadas por nuestros grandes conductores entre 1916 y 1924- sobrevivieron a dos quiebras institucionales, pero eso no obsta a que la polarización y la desinformación -léase la mentira- se haya colado no sólo en las redes sociales y haya empezado a horadar la vida pública, igual que ocurre en varias democracias europeas.

En el cotejo internacional, nuestro país ha vuelto a ser una República celebrada y aplaudida. Es nuestra responsabilidad custodiarla en su médula. Por tanto, la admonición que Jimmy Carter dirigió a los suyos bien merece que, con todas las proporciones guardadas, la sintamos nuestra, para que revitalicemos lo sabido. Y para que volvamos a cimentar lo noble y saludable que tenemos para defender.

Al Uruguay lo irguieron partidos con ideales, pasiones y convicciones reflejados en las Cámaras. Hoy se le reclama al Poder Ejecutivo y al Parlamento que los gremios o las llamadas organizaciones sociales tengan más voz que el pueblo por ellos representado a través de los partidos.

El Uruguay consagró un método nacional para escuchar, buscar coincidencias y construir desde la discrepancia. Dejamos eclipsarse ese modo de vida repleto de virtudes. En su lugar, importamos la división tajante y maniquea en izquierda y derecha, matando el diálogo.

Y por vías como esas, quedamos amenazados por esa “polarización tóxica” que, en todas las latitudes, esparcen los enemigos de la libertad.

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

Editorial

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad