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No necesitan madrina

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La siempre ocurrente ministra Marina Arismendi volvió a desatar una polémica la semana pasada en su comparecencia ante el Parlamento. Convocada para explicar la fiebre de gastos irregulares en esa cartera, y sobre el cierre violento del centro para ciegos Tiburcio Cachón, la jerarca se dedicó a sus conocidos shows de "stand up" de pretendida conciencia social.

Arismendi dijo que es una mentira que haya 35 mil jóvenes "ni-ni", o sea que no estudian ni trabajan. Afirmó que, en realidad, es gente que "trabaja demasiado", que "detesta" ese término y, de paso, le tiró un fierrazo a la directora de Secundaria, Celsa Puente, al afirmar que hay jóvenes que "cuando van a la puerta de un liceo, hacen cola y les contestan que no hay cupos", por lo cual sería una injusticia quitarles las asignaciones familiares. Sobre esto último, que puede leerse como un nuevo capítulo de la campaña que llevan adelante sectores afines a los gremios para sacarse del medio a Puente, vale señalar que la propia jerarca educativa se encargó de decir que lo de Arismendi es una simple mentira.

Dejemos un poco de lado el tema de las cifras de los "ni-ni", ya que es tal el desfile de números que uno al final nunca sabe a quién creer. En la encuesta continua de hogares se hablaba de un número cercano a los 100 mil, hace apenas dos años el exministro Olesker situó el dato en 46 mil al anunciar un plan millonario para enfrentar el problema, y ahora Arismendi habla de 35 mil.

Dejemos de lado la discusión semántica sobre si el término es bueno o malo, al fin de cuentas es una terminología que es aceptada a nivel internacional y que se usa a nivel técnico y académico para estudiar y enfrentar el problema. Esa manía que existe en algunos dirigentes oficialistas por creer que la realidad se construye con palabras es tan absurda que basta ver la cantidad de veces que se ha cambiado el nombre de la cárcel de Santiago Vázquez o de los centros de reclusión de adolescentes, y las cosas siguen igual o peor. Dejemos de lado el cierre del instituto Cachón, una tragedia para quienes lo usaban y que llegó a generar huelgas de hambre, pero del que la solidaria ministra dijo que realizó para ahorrarle el alquiler al Mides y porque su colega Bonomi "no se animó".

Vayamos al centro del asunto. Y es que la ministra Arismendi tiene una visión totalmente equivocada de su rol. Ella parece creer que está a cargo de un ministerio de asistencia social para ser una especie de madrina de los pobres y desposeídos, que jugaría el papel de vocera y defensora de los humildes, y que su trabajo es ponerse en rol maternal y "botijear" a quienes osan criticar los resultados de su gestión.

Y ahí está la clave. En esa palabrita central pero que tiene tan poco peso en estos últimos gobiernos.

Los ciudadanos que tienen problemas económicos y precisan una mano del resto, son gente capaz de defenderse a sí misma y de ejercer sus derechos civiles como cualquier otro uruguayo. Hay algo tremendamente despectivo y sobrador en esa actitud de creerse portavoz de un conjunto de ciudadanos, cuando no se tiene ningún vínculo vital ni educativo en común. Pero además, la ministra Arismendi es una jerarca política a la que se le entrega una cantidad de recursos que el Estado extrae a la sociedad compulsivamente por impuestos, para que los administre con efectividad y logre resultados concretos.

A la prueba está que resultados es lo que no hay. Tras casi 12 años del Mides, y pese al boom económico vivido, cada vez hay más gente en la calle, cada vez hay más "ni-ni", los asentamientos no disminuyen, ni la marginalidad social, ni las hordas de pastabaseros que deambulan por las calles.

Pero, además, lo que quedó en claro en la comparecencia de la ministra fue que se cree por encima de las normas básicas del Estado para el manejo de fondos públicos, apelando de manera indiscriminada a contratar directamente y por montos millonarios a ONG amigas, sin cumplir con licitaciones ni mecanismos que requiere la ley. Por ejemplo, en 2015 de 113 contrataciones controladas por el Tribunal de Cuentas, 50 resultaron observadas, una cifra muy superior a la de cualquier otro ministerio.

Sería bueno que Arismendi se dejara de discursitos fáciles, de moralinas y de soberbias. Que asuma de una vez que está en un cargo público, donde maneja el dinero de los contribuyentes. Y que tiene que demostrar tanto el buen uso de ese dinero ajeno como resultados de gestión en su planes de asistencia social. Y si no, dar un paso al costado, porque con todos los recursos y posibilidades que se le han dado, hasta ahora el balance viene siendo de pobre para abajo.

EDITORIAL

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