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El anuncio del presidente Lacalle Pou, ante el alza de casos de coronavirus, mostró dos cosas cada vez más difíciles de encontrar en un político: flexibilidad y principios.

Flexibilidad, porque era difícil sentarse frente al país, apenas una semana después de que se había negado a tomar medidas más restrictivas, y dar marcha atrás con su postura, anunciando cierres importantes en áreas como la educación que sabemos ha ocupado una prioridad en su gestión. Lo más normal en la política de hoy es que un dirigente, ante presiones asfixiantes y en buena medida desleales de parte de la oposición y sus aliados mediáticos y corporativos, se “empaque” en su postura y decida jugarse por ella hasta el final. Sobre todo cuando hay un proceso de vacunación a toda marcha que seguramente empezará a mostrar resultados a la brevedad.

Pues no. Lacalle Pou le habló al país con calma y decisión, y anunció las medidas que parecían ineludibles para frenar la escalada de contagios.

Principios, porque incluso ante la reacción histérica de un porcentaje importante de la sociedad, siguió reivindicando su mirada conceptual, aferrándose a la libertad como brújula de sus acciones, y negándose a caer en esa psicosis generalizada que pedía poco menos que un estado de sitio. ¡Otra vez!

Mirando lo que ocurre en el mundo, es cada vez más difícil encontrar dirigentes que hagan gala de esta doble cualidad. Tenemos en la región a dos fanáticos irracionales, como Jair Bolsonaro o Alberto Fernández. Uno que minimiza la pandemia y se niega a tomar medidas incluso cuando su país ha superado la barrera de los 3 mil muertos diarios. Y el otro que tiene a Argentina paralizada desde hace más de un año, convencido de ser una especie de gurú global de la lucha contra el Covid, pese a las cifras lamentables de su país en la materia, y a la tragedia económica y emocional que esa medida irracional ha provocado.

Y después están los que van y vienen, como el británico Boris Johnson que empezó como “negacionista”, pero al que su paso por el CTI lo empujó al otro lado, y sigue con “lockdowns” pese a que la caída de casos en su país es notoria. O el español Pedro Sánchez, cuya preocupación con el tema varía según el territorio, o más bien según quien gobierna cada zona autónoma del país.

En cuanto a las medidas en sí, no hay mucho que comentar. Equilibran en buena medida lo sanitario con lo económico, con dos víctimas principales y dolorosas. Por un lado el sector turístico, que de nuevo es afectado cuando se preparaba para una zafra de Semana Santa que pintaba muy bien. Cuando esto pase sí que se va a precisar un pequeño “Plan Marshall” para esta actividad tan importante y que tanto ha sufrido en este año. Por otro, la educación, que vuelve a sufrir el impacto del cierre. También es una verdad conocida por cualquiera que tenga hijos en edad escolar que las últimas semanas han sido un dolor de cabeza, ya que con la tasa de contagios actual, era imposible que cada semana no hubiera un compañerito de clase afectado, y el resto a la cuarentena. Y que la medida es por menos de un mes, y con Semana Santa de por medio.

Desde ya que para la oposición, y seguramente para sus brazos pretendidamente científicos como el Sindicato Médico, nada va a ser suficiente ni correcto.

Los anuncios del martes vuelven a mostrar que hay un gobierno que equilibra la flexibilidad con el apego a los principios, y una oposición que solo azuza la histeria, y con actitudes de franca deslealtad en un momento clave para el país.

Aunque algunos de sus argumentos son tan contradictorios, cuando no falaces, que la sociedad no puede dejar de notarlo. Se critica con ferocidad que se cierren escuelas, y se dejen abiertos “shoppings” y casinos. Si no se hubieran cerrado las escuelas, hoy dirían que el gobierno es casi que un genocida. Los casinos no se han cerrado porque, como dijo el Presidente, hay un recurso administrativo de por medio, y los “shoppings” seguirán abiertos como el resto de los comercios del país, no es que sean unos privilegiados en nada.

Otro tema que suele estar sobre la mesa es el de las actividades culturales. Si no fuera porque muchos de los voceros de ese ambiente son militantes radicales de la oposición, deberían notar la diferencia de lo que pasó en Uruguay con lo que sucede en el resto de la región en ese rubro. Y valorar que mientras el Frente Amplio reclama hace un año cerrar todo el país, si han logrado seguir funcionando es gracias al empeño del gobierno en no encerrar a la gente.

Las próximas semanas dirán si las medidas funcionan, si son suficientes o no. Lo que a esta altura queda claro para un porcentaje mayoritario de la sociedad es que hay un gobierno a cargo, con la flexibilidad necesaria para ajustarse a la realidad, pero también con convicciones firmes como para no dejarse empujar por la histeria o la mala fe.

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