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Navidad y valores

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Editorial

Todo este asunto de los valores no nos habla entonces de riquezas, de consumo o de bienestar material, sino que refiere a un tema de civilización, de estado del alma, de forma de concebirnos colectivamente y de aspiraciones comunes para el futuro.

En estas fechas navideñas y de fin de año es muy común hacer balances para mirar al futuro. Se tenga o no espíritu religioso, la reunión de la familia, el entorno festivo y las vísperas de unas vacaciones veraniegas llevan naturalmente a evaluar y pensar el presente, e imaginar el mejor porvenir posible.

Con este ánimo y tratando de escapar del cotidiano de la información, es bueno hacer una reflexión sobre nuestros valores y sobre nuestro futuro como sociedad toda. En efecto, se habla mucho de una crisis de los valores, en la familia y en la sociedad, y se habla mucho también sobre una decadencia social que infelizmente no termina de encontrar fondo. Y lo cierto es que para cualquier uruguayo que ya esté en la tarde de su vida, es innegable que hay muchos motivos que infelizmente llevan a pensar que el país se ha transformado en un lugar muy decadente.

Los valores de la convivencia social están resentidos. Lo están por supuesto, por el cúmulo de episodios que todos vivimos en torno a la mayor inseguridad que jamás hubo, y que hace de nuestro cotidiano un pequeño infierno. El problema no son solamente las estadísticas que señalan un extendido drama que lejos está de haberse resuelto en esta administración Vázquez, sino que la mayor inseguridad se verifica en la experiencia vital de cada uno de nosotros. Ella nos ratifica que, como se dice comúnmente, la cosa está cada vez más brava.

Pero además, los valores de la convivencia están resentidos por una especie de guaranguería cotidiana que se ha ido extendiendo sin remedio. Es la gente que ya no da los buenos días al comenzar la jornada; son los montevideanos que ya no ceden su lugar en los ómnibus a las mujeres embarazadas o a las personas mayores; o son los malos modales con los que funcionarios destratan a ciudadanos en distintas dependencias del Estado: los ejemplos podrían acumularse por centenas, y nos hablan de un país que ha perdido viejas y buenas costumbres. Ellas se vinculan a lo que se llama el sentido de la urbanidad, es decir, a la buena educación, a la mínima preocupación por el prójimo o a la gentileza de las gracias y el de nada, que hacen que el cotidiano sea más civilizado.

Cuando la gente se queja de la falta de valores en realidad está también señalando todas estas pequeñas actitudes del día a día que terminan por hacer más árida la vida en sociedad. En definitiva, una ciudad mugrienta, desalineada, en la que notoriamente falta el cariño de su gente que ya prefiere ni fijarse en espacios públicos degradados y mal cuidados, termina haciendo mella en el espíritu de cada uno. Cuando la gente se queja de falta de valores también está señalando esa fealdad y esa desidia que hacen a su cotidiano, y que le recuerdan que vive en un entorno decadente.

Todo este asunto de los valores no pasa por un tema económico. Es evidente que hoy en día la sociedad es más rica que hace quince años, y también es sabido que hay pequeños pueblos y villas de nuestro país que, sin tantos recursos económicos como los de la capital, igualmente se preocupan por sus espacios públicos y por hacer de su entorno un lugar hermoso para vivir.

Todo este asunto de los valores no nos habla entonces de riquezas, de consumo o de bienestar material, sino que refiere a un tema de civilización, de estado del alma, de forma de concebirnos colectivamente y de aspiraciones comunes para el futuro.

La próxima Navidad tendremos ya electo un gobierno nuevo. Con esperanzas renovadas se abrirá un tiempo distinto en el que políticamente querremos enfrentar los desafíos que el país tiene por delante. Sin embargo, sea cual fuere el signo que ese gobierno tenga en función de la elección de la mayoría ciudadana, el éxito futuro no pasará solamente por la convicción y determinación que fijen prioridades para tales o cuales políticas pensando en 2020.

Para que haya éxito, se precisará también que nosotros, como sociedad, nos miremos diferentemente en el espejo de nuestra realidad y demos una renovada importancia a los valores que hemos ido perdiendo en estos años. Porque no sirve de mucho hacer esfuerzos por tener mayor nivel de ingresos económicos, si tenemos que vivir enrejados y temerosos; y porque de nada sirve disfrutar de mayor riqueza colectiva, si por causa de la agresividad cotidiana que sufrimos ya no podemos salir confiadamente de paseo en familia al estadio, o vivir en armonía con nuestros vecinos en la cuadra, en el barrio o en la ciudad.

Que estas fechas sean una oportunidad para pensar en nuestros valores. Feliz Navidad.

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