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Moderados abstenerse

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Si algo deja en claro un revelador cuestionario que el periodista Raúl Santopietro dirigió a los tres candidatos a la presidencia del Frente Amplio, publicado ayer en Búsqueda, es que la línea moderada que tanto éxito dio a la coalición de izquierda en el pasado, hoy brilla por su ausencia.

Conviene primero que nada hacer un poco de memoria.

En elecciones internas celebradas en julio de 2016, Javier Miranda compitió con el apoyo de Asamblea Uruguay, el sector liderado por Danilo Astori, y se impuso con un 37% de los votos sobre otros dos candidatos de perfil radical, como lo eran Alejandro Sánchez (MPP) y Roberto Conde (PVP). Sumando la preferencia de la militancia frenteamplista por Miranda a la que obtuvo el también moderado José Bayardi (un 6,5%), puede decirse que a esa altura, la ciudadanía del FA elegía un camino mayoritariamente socialdemócrata.

Pero de ahí en más, la correlación de fuerzas entre moderados y radicales del FA fue modificándose, en la misma medida en que crecía en todo el país la ola favorable a una coalición republicana de los partidos fundacionales más otros nuevos.

El discurso de Javier Miranda fue un cristalino ejemplo de ello: de fungir en años anteriores como una voz equilibrada, respaldada por el astorismo, pasó con los años a un discurso maniqueo, que resultó chirriante, demagógico y simplista para propios y ajenos.

Lo curioso del caso es que la actual oferta electoral interna del FA, lejos de ampliar su espectro para recuperar los espantados votos centristas que llevaron al gobierno a Lacalle Pou, parece replegarse en concepciones fundamentalistas, aún más alejadas del sentir mayoritario.

La prueba del nueve es la pregunta que en la referida crónica de Búsqueda, el periodista hace a Fernando Pereira, Ivonne Passada y Gonzalo Civila sobre si Venezuela es o no es una dictadura. Ninguno de los tres asumió lo evidente. Con más o menos birlibirloques retóricos, dan su aval a la satrapía de Maduro. Veamos las respuestas: “salvo para quienes tienen posiciones muy sesgadas, no se responde con un monosílabo”, dijo Civila. Pereira, por su parte, opinó que Venezuela “inició un proceso que llevó a que en una elección de gobernadores, por primera vez en muchos años, participara la oposición”, lo que “abre una expectativa de resolver un conflicto que lleva mucho tiempo y que tiene injerencias externas”. (Sí, con líderes opositores presos, censura y avasallamiento a los derechos humanos por doquier, debería haber agregado). Finalmente Passada comentó: “La crisis política y económica que vive Venezuela se ha convertido en un marco conceptual discursivo que utilizan las derechas para asociar a todas las fuerzas progresistas con el gobierno de este país hermano”.

La actual oferta electoral interna del FA, lejos de ampliar su espectro para recuperar los espantados votos centristas, parece replegarse en concepciones fundamentalistas, aún más alejadas del sentir mayoritario.

La verdad es que no se entiende bien cómo los sectores moderados del FA, si es que aún existen, no fueron capaces de promover a un candidato que dijera sin medias tintas: “sí, en Venezuela hay una dictadura”. Mostrarse satisfecho, como lo hace Pereira, por el hecho de que la oposición haya podido presentarse a las últimas elecciones regionales, es semejante a aplaudir a la pasada dictadura uruguaya al principio de los 80, por haber autorizado un plebiscito y elecciones internas con proscriptos. Dramatizar las “injerencias externas” (que parecen ser condenables cuando la OEA reclama democracia, pero no cuando Cuba infecta a Venezuela de asesores de “seguridad”), es poco menos que coincidir con nuestros exdictadores cuando denunciaban conspiraciones internacionales del marxismo contra la nación, para boicotear la celebración de elecciones libres.

Qué razón tuvo el expresidente Sanguinetti, al observar en 2019 que las elecciones de ese año serían un balotaje entre quienes cuestionan la dictadura venezolana y quienes la aplauden.

Ahora bien: ¿por qué se produce esta acelerada radicalización del discurso frenteamplista, cuando su fortaleza de tiempos pretéritos era justamente cooperativizar votos con sectores de opinión socialdemócrata y republicana? ¿Acaso se trata de una impericia en el análisis político?

No. Creemos que la respuesta es mucho más sencilla. No ofrecen una alternativa centrista, porque son conscientes de haber perdido ese espacio del espectro.

Frente a una coalición republicana que timonea el barco con transparencia y vocación de justicia social, no les queda otra que arrinconarse del lado del maximalismo más irracional e inventar un enemigo al que asignar los peores defectos e intenciones.

En tanto, los frenteamplistas moderados seguirán cruzando la calle hacia la vereda de la racionalidad.

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