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El mito del Estado

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La decisión del grupo Ir de quitar la posibilidad a los empresarios de disponer de parte de sus impuestos para dirigirlos hacia universidades privadas, que terminó por ser adoptada por toda la bancada de Diputados frenteamplista, implica una concepción particular del Estado. No es casual ni antojadiza, aunque esté enteramente cubierta de ideología.

¿Por qué Gelman y sus compañeros plantearon este tema? Porque creen que esas decisiones de adjudicación de dineros deben ser tomadas solamente por responsables estatales. Por tanto, el Estado no debe dejar que los recursos impositivos sean destinados por agentes privados cuyos intereses, según ellos, no reflejan las verdaderas prioridades que tiene la sociedad. Esas prioridades, claro está, también son definidas por responsables estatales.

Esta justificación política precisa de la siguiente convicción teórica: el Estado es el único legitimado para decidir dónde volcar los dineros que él recauda. No alcanza el argumento que señala que a nivel ministerial, es decir a nivel de definiciones de políticas públicas, se haya fijado una corta lista de instituciones educativas que el gobierno entiende conviene beneficiar con donaciones privadas. Tampoco alcanza el otro argumento que dice que lo que está en juego es menos de 1,5 millones de dólares por año, algo totalmente marginal en el presupuesto de ingresos del Estado.

Lo que realmente importa según los integrantes de esta nueva generación frenteamplista es el principio de que las asignaciones que provienen de impuestos deben ser hechas por el Estado en abstracto, es decir, sin interferencias de intereses coyunturales o particulares que, por definición, no son de la sociedad toda entera.

Desde el momento en que se cree que el Estado asigna mejor los recursos que los particulares, porque es el único legitimado para hacerlo y porque además es quien representa a toda la sociedad, para Gelman y sus compañeros no importa si el monto de dinero que está en juego es relevante o no. Como lo declararon rotundamente: el asunto atañe a una definición ideológica.

Uno de los mayores problemas concretos de toda esta concepción política es que parte de un supuesto absolutamente fuera de la realidad del país en el que vivimos, como es creer que el Estado asigna los recursos impositivos que percibe con racionalidad, inteligencia y representando los intereses de toda la sociedad. Estamos ante una concepción que no entiende ni acepta al Estado tal cual es, sino que lo suplanta por una ideología que cree en una concepción mitológica del Estado, infantil y teórica, y que además le asigna una capacidad de acción y una voluntad política que oscilan entre lo completamente irreal y lo francamente místico.

Solo así se puede entender que Gelman y sus compañeros crean, de verdad, que no conviene que algunos empresarios definan donar directamente algunos de sus impuestos a universidades privadas. En el ideológico mundo de la nueva generación frenteamplista, el Estado uruguayo no es el que invierte a pérdida centenares de millones de dólares para producir portland y vender el combustible más caro; el que pierde decenas de millones de dólares para financiar empresas fundidas de amigos del poder a través del Fondes; el que construye un corredor urbano que empeora el tráfico en la capital; el que es incapaz de asegurar la calidad del agua que se consume; el que es denunciado internacionalmente por torturar adolescentes en centros de detención cuyas inversiones en reformas edilicias son además poco transparentes; o el que invierte en una Universidad pública que ni siquiera figura entre las mejores de la región.

Gelman y sus compañeros creen que ese Estado nuestro, lleno de irracionalidades en gastos e inversiones, está más capacitado y es más legítimo que un empresario que está en el mundo productivo para decidir dónde debe ir una franja mínima de los recursos impositivos. Pero además, desprecian la experiencia comparada de la mayoría de los países desarrollados que tienen sistemas de do- naciones impositivas a universidades privadas similares al que ahora quieren derogar.

Con su concepción mítica del Estado, Gelman y sus compañeros confunden sus delirios con la realidad. Viven felices en una burbuja compañera, llena de ideología izquierdista y de mitos políticos completamente alejados de la circunstancia del país. Están convencidos de que con iniciativas así construyen progresismo y justicia social: es su infantil carta de presentación para renovar el Frente Amplio.

EDITORIAL

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