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Un millón y medio de muertos

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El viernes 24, el pequeño restaurante de comida árabe, como nosotros solemos tildar a toda esa gastronomía para nosotros exótica, sin conocer precisamente su origen, amaneció cerrado. Un cartel nos aclaró que se trataba de un lugar de comidas armenio.

Su cierre se debía al reclamo por los 100 años del comienzo del genocidio armenio, llevado a cabo entre 1915 y 1917. Fue solo una más, de las múltiples manifestaciones que se repitieron por todas partes en el planeta, adonde pudieron llegar y afincarse los armenios que escaparon de su tierra y las masacres que terminaron con la vida de un millón y medio de personas, entre hombres, mujeres y niños. Fue un clamor colectivo e incluso hubo una gran manifestación en la propia Estambul, para denunciar la persecución y carnicería perpetrada contra ellos, que precedió a la creación de la nueva Turquía,

Esta historia comenzó a finales del siglo XIX, en los últimos tiempos del Imperio Otomano, que se desmembró al finalizar la 1ª guerra mundial. Dicho Imperio había dado lugar a una sociedad multiétnica y multirracial. Pero ciertos grupos ya no querían seguir bajo el poder del imperio y pretendían independizarse. Aspiraciones nacionalistas que resultaron funestas.

Al mismo tiempo que bullían estas ideas e inquietudes, los rusos estaban en la frontera, muy atentos a lo que sucedía, listos para actuar si se daba la oportunidad y los otomanos, con el asesoramiento de militares alemanes, sospechaban que los armenios estaban colaborando con el enemigo ruso. En abril de 1915 el ministro otomano, Tallat Pasha, dio la orden de la deportación del pueblo armenio. En forma masiva fueron enviados a morir, decenas, cientos, miles, en forzadas marchas al desierto. Bajo el sol calcinante perecían de hambre y sed, cuando no eran directamente asesinados.

No se sabe bien cuántos armenios, judíos, griegos y yazidis (hoy víctimas del EI igual que los cristianos) se convirtieron al islam en esa época para escapar a la muerte y la opresión a la que eran sometidos. Muchos de sus descendientes ni siquiera conocen en la actualidad sus antiguas raíces, pues sus ancestros decidieron callar absolutamente sus trágicas historias. Armenia, una región que a lo largo de su historia estuvo en manos de Persia, del Imperio Otomano, de Rusia y de la Unión Soviética, tras la disolución de la URSS, se convirtió en nación independiente en 1991.

Pasado el tiempo, hubo intentos de acercamiento de parte del gobierno turco hacia sus vecinos a través de lo que se conoció como la diplomacia del fútbol. En 2008 el presidente armenio y el turco, asistieron juntos, después de casi un siglo de odios y rencores, a dos partidos entre sus seleccionados. El esfuerzo no dio el resultado esperado sin embargo, pero fue un paso de acercamiento. El año pasado, el primer ministro Recep Tayyip Erdogan tuvo el gesto de ofrecer sus condolencias a los armenios asesinados por los otomanos, lo que fue considerado por muchos como un gran avance de Turquía, pero no conformó a los agraviados por no pedir perdón.

A pesar de que parecía que comenzaba a abrirse un espacio de conciliación y en efecto, en la sociedad civil turca últimamente han habido debates académicos y encuentros de organizaciones de turcos y armenios, no han desaparecido los resquemores. El gobierno teme que si suaviza su postura respecto del genocidio turco, el nacionalismo interno hará erupción, justo antes de las elecciones legislativas de junio. Y Erdogan quiere contar con el apoyo de ese partido, el AKP. La conmemoración del centenario del primer genocidio del siglo XX, como se le da en llamar, caldeó el ambiente y parecería que todo ha vuelto a foja cero. Máxime cuando el parlamento de Alemania, el mayor socio comercial de Turquía, se arriesgó a una ruptura diplomática con Ankara, enfrentando a la vez a la amplia comunidad turca dentro de sus fronteras, al unirse a los varios académicos occidentales y dos docenas de países que utilizaron la única palabra que los turcos no aceptan; genocidio.

Otro tanto hicieron el Papa, el Parlamento Europeo y no solo Hollande sino también Putin fueron de los invitados que colocaron una rosa amarilla en el "memorial" cercano a Yerevan, la capital armenia. El reconocimiento de ese sustantivo podría significar para los turcos, tener que dar abultadas compensaciones por las miles de expropiaciones hechas a los armenios, ya que la nueva República de Turquía, según expertos en derecho internacional, se configura como la continuidad del Imperio Otomano. Y para peor, entre los que se aprovecharon figuran los padres fundadores de la actual nación.

Editorial

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