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El mérito y sus enemigos

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Editorial

La meritocracia que fomenta el sistema capitalista liberal tiene sus defectos. Pero sigue siendo por amplia distancia, el sistema más justo y eficiente para mejorar la vida de las sociedades, y especialmente de los menos afortunados.

Nunca ha existido una sociedad perfectamente igualitaria. Toda organización social siempre ha contado con estratificaciones entre sus miembros. Claro que hay algunas que son mejores y otras peores.

Por ejemplo, el sistema de castas, aún vigente en algunos países, es de los más duros y crueles de la historia. Los esquemas nobiliarios, como los que dominaron Europa por siglos, tuvieron en alguna medida relación con ese formato que consagra derechos por cuestiones de sangre y nacimiento. Casi tan cruel fue el sistema desarrollado en los países comunistas, donde los privilegios se repartían por razones de cuna y por obsecuencia y capacidad de intrigar políticamente.

Si se quiere ejemplos de esto último, basta ver los últimos casos de este sistema vigentes en el mundo. Corea del Norte, donde gobierna una dinastía de tercera generación y donde los intentos de crecer en el escalafón sin respetar la línea de sangre, se pagan con fusilamientos a misilazos. O Cuba, donde pese a la miseria del pueblo, Fidel Castro gobernó hasta que pudo, para dejar luego el poder a su hermano, y este a un oscuro burócrata cuyo mayor mérito es una vida de obsecuencia a la familia imperial.

La contracara de esto es el sistema capitalista liberal occidental. Allí el poder político se distribuye en función de votos y cualquiera tiene la posibilidad de acceder al mismo. En la historia de este sistema, han gobernado personas de la más alta alcurnia y del origen más humilde. Uruguay es la prueba perfecta.

Por otro lado está el poder económico. Allí, las fortunas se hacen en base al intelecto, y a la capacidad de generar soluciones a los requerimientos de la sociedad en general. Cuanto más sano es el sistema capitalista, esto es, funciona libre de injerencias políticas y corporativas, la igualdad de oportunidades tiende a ser mayor. De hecho, hoy en día, si se observa la lista de los más ricos del mundo, todos amasaron su fortuna en vida. No la heredaron. Claro que como todo sistema humano es imperfecto y si usted es hijo de un millonario tiene más chance de tener una vida de prosperidad. Aunque también está lleno de casos donde eso terminó muy mal.

Ahora bien, por estos días en Uruguay vemos una ofensiva en contra de este sistema organizativo, que declama contra la meritocracia y sus bondades.

Primero fue un jerarca del Mides que dijo muy suelto de cuerpo que la meritocracia es un invento del capitalismo para legitimarse. Teniendo en cuenta que el señor es funcionario del Partido Comunista, cuyas ideas ya se sabe el tipo de igualdad que gustan, no daba para argumentar mucho.

Pero el pasado martes se publicó en la prensa una columna de un doctor en Economía que vuelve a la carga, señalando que la meritocracia es una falacia, y usando algún ejemplo infantil que ratifica aquello de que lo que "natura non da...", insiste con la crítica a quienes hablan de igualdad de oportunidades, para reclamar imponer un mayor impuesto a las herencias. El debate en torno este impuesto ameritaría una nota en sí misma, y de hecho ya lo ha hecho. Basta decir que los dos países del mundo rico con mayor impuesto a las herencias, Estados Unidos y Gran Bretaña, son los dos más desiguales y con menor movilidad social. Con lo cual, están a la vista las bondades de tal "solución".

En segundo lugar, el mantra de la desigualdad sí que es una falacia inconducente. Lo importante es hablar de la pobreza, y de la movilidad social. De más está decir que el último medio siglo, en el cual el sistema capitalista se ha extendido en el planeta en forma sistemática, coincide con el período de mayor reducción de a pobreza y mejora en la calidad de vida de la historia. En cuanto a movilidad, es interesante el trabajo de nuestro compatriota radicado en EE.UU. Gonzalo Schwarz y su Archbridge Institute, que viene demostrando de manera implacable en cada estudio y trabajo cómo esa deseable característica social se da más, cuanto más libre está la economía de la injerencia de reguladores y políticos dirigistas.

Y ahí está el corazón del problema. Y es que cuando el estado se atribuye el derecho de sacarle las riquezas legítimamente generadas a los individuos, por un lado se endilga derechos que no tiene en ninguna constitución liberal. Y por otro, empodera a burócratas para redistribuir recursos a su aire. Algo que históricamente se ha probado es nefasto, como tuvimos muestras de sobra en todo el mundo durante el siglo de experimentos marxistas de distinta intensidad. De los cuales ni uno solo logró mejorar la calidad de vida de las sociedades que los padecieron. Todo lo contrario.

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