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La mentira tiene patas largas

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Hace unos días, en el programa televisivo Desayunos informales, Julio María Sanguinetti fue entrevistado extensamente por el panel que integran los reconocidos periodistas Paula Scorza, Leonardo Haberkorn, Nicolás Batalla e Ignacio Martirené.

La nota transcurrió cordialmente mientras indagaron sobre las propuestas del Partido Colorado al Poder Ejecutivo e incluso cuando pidieron a Sanguinetti que evocara a su par argentino Carlos Menem, recientemente fallecido. Pero la charla se puso inesperadamente tensa a partir del momento en que pidieron al expresidente que argumentara por qué había redactado un tuit el 9 de febrero pasado, evocando el apoyo expreso del FA a los famosos comunicados 4 y 7 de las Fuerzas Armadas en 1973. Recordemos que ese mensaje levantó fuertes polémicas en las redes sociales, donde algunos dirigentes frenteamplistas e innumerables trolls anónimos pretendieron desmentir tal información, estrictamente histórica.

Con la serenidad no exenta de firmeza que lo caracteriza, el veterano dirigente colorado reafirmó sus dichos, no solo como conocedor de la historia reciente, a la que dedicó dos importantes libros, sino como protagonista mismo de aquellos hechos luctuosos.

Repitió lo que bien se sabe: que en febrero de 1973, el FA creyó ver en aquellos militares rebeldes un reflejo del "peruanismo" de Juan Velasco Alvarado, quien dio un golpe de estado en 1968 para imponer en su país reformas de tipo socialista.

Fue un equívoco trágico, si se tiene en cuenta que la dictadura uruguaya posterior se ensañó particularmente con la izquierda. Y no solo fue protagonizado por el lamentable editorial del diario comunista El Popular, que planteaba que la disyuntiva no era entre militares y civiles sino entre oligarquía y pueblo (la misma que 46 años después volvió a formular la excandidata Graciela Villar, en un discurso de triste memoria), sino que también estuvo presente en alocuciones públicas de dirigentes socialistas, democristianos y del propio general Seregni.

Como acertadamente recordó Sanguinetti, la única voz de la izquierda uruguaya que en ese momento se alzó valientemente contra la escalada militar fue la de Carlos Quijano, el director del emblemático semanario Marcha.

Y aquí es donde la entrevista de Desayunos informales abandonó su tono cordial y mostró a algunos de los periodistas polemizando abiertamente con su entrevistado. Nada menos que un protagonista directo de los hechos (Sanguinetti había sido designado ministro de Educación y Cultura en 1971 y renunció al cargo en rechazo explícito al golpe de estado) tuvo que explicarles, una y otra vez, que lo que le replicaban no era correcto.

No solo citó sus propios libros sobre el tema, sino también los de Alfonso Lessa y del propio Leonardo Haberkorn, así como las mismas actas parlamentarias de la época, donde los posicionamientos de cada partido en torno a la naciente dictadura quedaron documentados con absoluta precisión.

Seguramente para no poner al descubierto la desinformación de sus compañeros de tareas, Haberkorn eludió confirmar las observaciones del expresidente y aportó un dato real sobre la precariedad del poder civil de la época: la escasa concurrencia que pudo convocar el entonces presidente Juan María Bordaberry cuando llamó al respaldo de la ciudadanía. "No fue nadie", dijo el periodista, a lo que Sanguinetti aclaró: "nadie no, yo estaba ahí".

La polémica televisiva del expresidente Sanguinetti con un grupo de periodistas, dejó en evidencia la falta de información que existe entre muchos jóvenes sobre lo que de veras ocurrió en los años previos a la dictadura.

El trago amargo que deja esta nota es la insistencia con que los demás integrantes del panel refutaron la verdad histórica. Las universidades forman a los periodistas con el muy saludable mandato de ser cuestionadores y aún de poner en aprietos a sus entrevistados, pero seguramente también les enseñan que para hacerlo, deben estar debidamente informados. Porque discutir por discutir, sin base conceptual, no solo implica un irrespeto a la verdad y a quien la comunica, sino también un modo de alimentar las falsedades que algunos tratan de sembrar, intencionadamente, en las nuevas generaciones.

Lo que ocurrió en ese programa no es casual ni irrelevante. Es la demostración palmaria del éxito de quienes han pretendido distorsionar la historia reciente, a través de textos de enseñanza que mienten sobre el inicio de la dictadura, adelantándola a 1968, o de tergiversaciones que quieren hacer creer que los tupamaros lucharon contra esta, cuando lo hicieron solamente contra gobiernos democráticos, ya a partir de 1963.

Es inquietante comprobar cuánto ha prendido la famosa "posverdad".

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