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Un mal que dura cien años

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Hay frases que pasarán a la historia, por su mezcla perfecta de claridad, sencillez y sentido común. 

Así debe pasar con esta reciente declaración del ministro de industria Omar Paganini al programa Todo Pasa de Océano FM: "hay que sostener cien años para pagar el Antel Arena: la inversión no parece ser rentable para las telecomunicaciones".

La aritmética no miente: el proyecto faraónico pergeñado por la ingeniera Carolina Cosse para impulsar su malograda carrera a la presidencia costó 100 millones de dólares, bastante más que los 40 anunciados originalmente e incluso que los 90 mencionados en ocasión de la inauguración de la obra.

Teniendo en cuenta que produce un millón de dólares anuales de utilidades, no hay duda: precisará un siglo entero para repagarse.

La ingeniera, actual precandidata frenteamplista a la Intendencia de Montevideo, se defendió de la imputación volviendo a la carga con una ya antigua falacia: "los enormes beneficios de publicidad para Antel, motivo por el cual todas las empresas de telecomunicaciones del mundo tienen o asocian su nombre a estadios". La realidad fue develada por el entonces senador y actual ministro Pablo Mieres, cuando años atrás la convocó para que transparentara los costos de esta desmesura: es verdad que las telefónicas a nivel internacional bautizan este tipo de estadios, pero no los pagan. Son meros contratos publicitarios que les permiten asociar su marca a la denominación, sin necesidad de invertir fortunas en construirlos... ¡y menos aún en gestionarlos!

Está muy bien que el Estado invierta en infraestructuras culturales, siempre y cuando no estén motivadas para alimentar la imagen personal de un funcionario.

El parto del Antel Arena no podía ser menos afortunado: las autoridades de la época asistieron a la implosión del viejo Cilindro (que había sido dejado a la buena de Dios por la intendencia frenteamplista, luego de un misterioso incendio en 2010), convirtiendo en un espectáculo público la barbarie de demoler en escasos segundos un bien patrimonial que era de referencia internacional, al punto que su innovador techo había servido de inspiración a los diseñadores del Madison Square Garden. Y ni que hablar de haber convertido en cenizas los grandes murales de las artistas uruguayas Claudia Anselmi, Beatriz Battione y Lala Severi.

También pasaron por alto la observación del Tribunal de Cuentas, que rechazó explícitamente la obra por tratarse de una inversión ajena a las atribuciones jurídicas de una empresa pública de telecomunicaciones. Pero como ocurrió tantas veces en los tres quinquenios del FA, el Tribunal fue desoído y dale que es tarde.

Para la ingeniera Cosse, el Antel Arena es "patrimonio de todos los uruguayos": lo dirá porque nos obligó a pagarlo con nuestras tarifas de telefonía e internet. Pero resulta ser un patrimonio bastante peculiar, porque no reparte utilidades a sus supuestos dueños, al contrario: cuando trae un espectáculo, los hace pagar entrada como al que más.

Tal vez se refiera a que ha aportado a la infraestructura cultural del país un gran escenario con amplia capacidad de público. Esto es cierto si se toma en cuenta a los artistas nacionales e internacionales de prestigio que pasaron por allí. Pero lo es menos si se piensa en algunos comercialmente exitosos pero culturalmente deplorables, como el reguetonero colombiano Maluma (invitado nada menos que para inaugurarlo), un sujeto que se ha hecho famoso por sus canciones sexistas, que denigran a la mujer y promueven la violencia de género, al punto que levantó una campaña internacional bajo el lema #MejorSolaQueConMaluma.

Y lo es menos aún si se tiene en cuenta que el Antel Arena acoge todos los años un "deporte" consistente en dos combatientes que se revientan a trompadas y patadas, sin siquiera los elementos de protección que caracterizan al boxeo. Se trata de una liga privada con sede en Las Vegas que se llama Ultimate Fight Championship, que utiliza este estadio para difundir internacionalmente sus peleas, cobrando entradas de varios miles de pesos y suculentos derechos de televisación.

Está muy bien que el Estado invierta en infraestructuras culturales, siempre y cuando no estén motivadas para alimentar la imagen personal de un funcionario o funcionaria y solo en el caso de que su destino sea ese: cultural.

Haber sacado tanto dinero del bolsillo de los uruguayos para construir un ring donde se expone al público una carnicería humana no parece culturalmente válido. Y para colmo llevará cien años autofinanciarlo. Son obviedades que tendrían que considerar los montevideanos, a la hora de elegir candidato y partido para la elección del próximo 27 de setiembre.

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