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Luz sobre Chile

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No hace dos meses que el presidente Boric llegó a La Moneda y ya la baja en su popularidad es comparativamente la más marcada de todos sus predecesores. ¿Qué es lo que está pasando en Chile?

Hasta hace algunas semanas la prensa y los analistas de izquierda se derretían con Boric: desde las infaltables comparaciones con Allende, hasta los exultantes elogios a la nueva generación izquierdista que finalmente habría de terminar con las rémoras neoliberales que tanta injusticia social habían generado, el acaramelado consenso en favor del joven presidente chileno fue enorme. Infelizmente, con tanto ditirambo no se prestó suficiente atención a las grandes debilidades de un gobierno que notoriamente, ya hoy, no está dando la talla de los desafíos que enfrenta el país.

En primer lugar, Chile precisaba urgentemente un gobierno que restableciera el orden social. Importa recalcarlo: las manifestaciones de octubre de 2019 se iniciaron con acciones coordinadas y desestabilizadoras, de ataques a infraestructura pública y sabotajes, cuyo fin seguramente era hacer caer al presidente Piñera. Luego, hasta que la pandemia se enfrentó con durísimos encierros y restricciones a las libertades más básicas, se instaló una práctica de violencias callejeras que impidieron la convivencia en paz en todo Chile.

Finalmente, el escenario en el sur del país, sometido a acciones guerrilleras de grupos indígenas en coordinación con aparatos armados provenientes del narcotráfico, han puesto definitivamente en tela de juicio la autoridad del Estado en una amplia zona del país.

Frente a todo este conocido panorama, las primeras señales del gobierno de Boric fueron de debilidad: su ministro del Interior fue corrido a balazos en el sur del país, y el propio presidente, frente a un ataque personal de un manifestante, pasó días dudando de realizar la denuncia correspondiente. Aquí la explicación podría ser aquello de que su pasado lo condena, ya que Boric legitimó, como dirigente estudiantil primero y luego como líder de la oposición a Piñera, las manifestaciones violentas contra la autoridad estatal.

En segundo lugar, Chile precisa urgentemente una estabilización política que demora muchísimo en llegar. El presidente Boric no cuenta con mayoría propia en el Parlamento. Además, en paralelo, se desarrolla la acción de la convención constituyente que prontamente pondrá a consideración de la nación un texto constitucional que deberá ser refrendado por todos los ciudadanos en votación obligatoria.

Frente a este doble escenario, el presidente no ha tendido sólidos puentes de diálogo que busquen consensos con la otra parte del país, porque eso significaría implícitamente traicionar a las bases izquierdistas radicales que lo llevaron al poder. Por otro lado, Boric tampoco termina de dar señales que lleven a los constituyentes a poner sobre la mesa, claramente, un texto constitucional moderno, conciso, y que asegure condiciones para seguir creciendo económicamente y para garantizar derechos sociales básicos. Por no fijar un rumbo presidencial claro, la política de dejar hacer a la constituyente está generando una constitución- Frankenstein que corre el riesgo, incluso, de ser rechazada por el pueblo en el plebiscito del próximo 4 de setiembre.

Boric está empantanado. Es como que no terminara de asumir psicológicamente las exigencias propias de la presidencia de la República. Hay como un infantilismo político, que por cierto es muy propio de la izquierda, de creer que el ejercicio del poder puede ser guiado por la ética de la convicción sin atender siquiera un poco a la ética de la responsabilidad. Y el problema es que frente a un presidente débil se acumularán las fuerzas izquierdistas que creerán que la respuesta debe ser aumentar la presión social, es decir, multiplicar las manifestaciones violentas en las calles, de forma de forzarle la mano. Y, del otro lado, el rápido debilitamiento de Boric no es un incentivo positivo para que la derecha se decida a participar de un gran consenso nacional, ni tampoco lo es para que los grandes grupos de poder económico se decidan a aumentar su inversión en el país.

Importa mucho este proceso chileno como un espejo regional clave. Primero, porque revela que la alta popularidad de Lacalle Pou no es casualidad ni antojadiza: un presidente joven puede perder pie rápidamente si hace las cosas mal. Y segundo, porque realza la capacidad de articulación de la Coalición Republicana, en su representatividad política y en su decisión de acción gubernativa.

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