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Los sirios y los quincemilpesistas

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Hay muchos motivos atendibles por los cuales las familias sirias que llegaron el año pasado quieran irse del país. Pero hay una razón económica que nos devuelve la verdadera imagen de nosotros mismos.

En su corto castellano, uno de los extranjeros lo explicó con claridad. Resulta que con su trabajo gana menos de $ 15.000 al mes y descontados los gastos fijos, la plata no le alcanza. No hay forma con ese dinero, dijo, de mantener una familia numerosa. El argumento es sencillo de entender: el problema para él no es tanto el presente hecho de ayudas y subvenciones, sino un futuro sin perspectivas en Uruguay. Porque al poco tiempo de llegar, estas familias se dieron cuenta de que el ideal de ascenso social, con estos salarios y sus estructuras familiares numerosas, es imposible de realizar aquí.

En paralelo a esta situación que golpeó la autoestima solidaria de nuestra sociedad, se supo que el proyecto de ley del Presupuesto Nacional enviado al Parlamento analizó la importancia de lo que se ha dado en llamar los "quincemilpesistas". Se trata de los trabajadores uruguayos que ganan menos de esa cifra líquida por mes. El estudio de 2012 del Instituto Cuesta Duarte del Pit-Cnt había señalado que para ese año la cantidad de trabajadores que en su ocupación principal tenían un ingreso mensual menor a $14.000 fueron 905.000 personas, lo que representaba un 57% del total de ocupados. Los diezmilpesistas, es decir quienes recibían menos de $10.000 al mes, eran por ese entonces más de 610.000 ocupados.

Para 2014 y según el gobierno, los "quincemilpesistas" son unos 445.000 trabajadores, es decir, cerca del 40% del total. Además, cerca de 396.000 de ellos no son considerados pobres por el Instituto Nacional de Estadística. Esto es así porque según el criterio estadístico oficial, son personas que tienen un ingreso per cápita del hogar que está por encima de la línea de pobreza. Por otro lado, el gobierno también aclara en su proyecto de ley que 56% de ese grupo de trabajadores no son jefes de hogar, sino que complementa los ingresos de un cónyuge u otro integrante del hogar.

Los datos así presentados no son novedosos, porque varios estudios de distintos organismos públicos y privados vienen señalando desde hace años que hay una cantidad importante de uruguayos cuyos salarios son muy bajos. En realidad y de acuerdo a estos datos del gobierno, prácticamente la mitad de los "quincemilpesistas", 44% del total, son jefes de hogar. Y por cierto, para el conjunto de ocupados que ganan menos de $15.000 por mes, el margen de ingreso per cápita para no ser considerado pobre es muy estrecho: redondeando, es de menos de $ 5.000. En efecto, en marzo de 2015 por ejemplo, la línea de pobreza per cápita se ubicaba en $ 10.368 por mes para una persona que residía en Montevideo.

Todos estos datos pueden parecer muy fríos. Pero tienen la virtud de dar argumentos técnicos a la sincera argumentación de las familias sirias de que no ven futuro posible para poder progresar en Uruguay. Porque así no se puede ahorrar ni tener una vida relativamente digna cuando la familia es numerosa. Sobre todo cuando además te rapiñan en la calle, como les pasó a ellos ya varias veces.

El problema es que toda esta realidad es conocida para todo aquel que quiera ver el verdadero país en el que vivimos. Por supuesto, no es algo que la numerosa academia pro izquierdista señale muy a menudo. Más bien, el gobierno y sus compañeros de ruta universitarios hacen hincapié en las mejoras reales que hubo en esta década frenteamplista en cantidad de empleo y poder adquisitivo de los salarios. Pero todos ellos son muy discretos al momento de analizar la situación de esta mayoría de uruguayos que percibe salarios muy bajos y que, sobre todo, viven una situación de vulnerabilidad social que hace que cualquier cambio económico los pueda volver a situar por debajo de la línea de pobreza estadística.

Las familias sirias, que entienden poco de respeto por el discurso oficial y de aquiescencia a la hegemonía cultural izquierdista, llegaron al país, vieron cómo es la realidad cotidiana de carestía y falta de seguridad, y se dieron cuenta rápidamente de que así no hay futuro posible. Sencillamente, nos mostraron el verdadero y duro rostro que surge del espejo del día a día en el que viven nuestras clases populares y pequeñas clases medias, luego de tantos años de bonanza sin verdadero desarrollo.

Un espejo que ni el gobierno ni la hegemonía cultural de izquierda —servil o miope— quieren ver.

editorial

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