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La lógica de la Coalición Republicana

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La crónica de la reunión de fin de año entre el presidente Lacalle Pou y buena parte de la bancada parlamentaria de la Coalición Republicana (CR) bien podría oficiar de manual de explicaciones acerca de la gobernabilidad del país para tantos analistas y politólogos que no quieren ver la realidad.

“Si hay que chivear, vamos a chivear” resumió el presidente al describir cómo cada partido-socio de la CR puede salir sin problemas a marcar su propio perfil. Empero, claro está, esas diferencias no deberán empañar la unidad esencial del funcionamiento de la coalición. En concreto, Cabildo Abierto puede marcar sus propias preferencias en los temas que no hacen al compromiso de gobierno que permitió ganar el balotaje de noviembre de 2019. Y lo mismo puede ocurrir con los blancos o los colorados que logren encontrar mayorías circunstanciales en el Parlamento para aprobar tal o cual iniciativa.

Esas mayorías circunstanciales, que hacen jugar a pleno el sentido parlamentarista de nuestra institucionalidad, pueden aprobar leyes que tengan luego el apoyo del Poder Ejecutivo. En tal caso, seguramente puedan efectivamente promulgarse, como ocurrió por ejemplo con el cambio de régimen para los aeropuertos del país sustentado en un acuerdo entre el Partido Nacional y el Frente Amplio (FA). Para el caso en que esas leyes no cuenten con el apoyo del Ejecutivo, ellas se toparán con un rechazo fuerte, como fue el ejemplo de la ley forestal: el tema se resolverá así a través de los mecanismos institucionales previstos para los desacuerdos entre el Ejecutivo y el Legislativo.

Hay así dos lecturas distintas de esta lógica de funcionamiento de la CR. Por un lado, está la perspectiva institucional que asegura la gobernabilidad: los desacuerdos se canalizan sin que llegue la sangre al río.

Aquí no hay ruptura de coalición, ni hay falta de apoyos a ministros en interpelaciones, ni hay tampoco incumplimiento de lo acordado en 2019 como programa central de gobierno.

El país conserva un rumbo claro y sigue teniendo una mayoría parlamentaria sólida, que ya demostró su entereza en las circunstancias muy graves que atravesó el país con la tragedia de la pandemia.

Por otro lado, está la lógica electoral. Aquí es evidente que para que la CR gane en 2024 se precisa que los partidos que la conforman seduzcan a diversos electorados. Porque es evidente que más allá de los puentes que los conectan, los electorados de los principales partidos de la CR son muy diferentes: lo que a un colorado le resulta ideal no es lo que un blanco creerá que es lo mejor; lo que un cabildante entiende es el camino que debe tomarse en tal tema, seguramente no convenza del todo a un colorado o a un independiente, y así se podrán encontrar decenas de ejemplos similares.

Todo lo anterior es muy lógico, porque si así no fuera todos formarían parte del mismo partido y no estaría gobernando una coalición de partidos. En efecto, el secreto del éxito de la CR es el trabajo conjunto respetando las diferencias; la negociación y el compromiso por temas claves de gobierno que no impiden expresar perfiles distintos; y en definitiva, el respeto por la diversidad de perfiles, liderazgos, partidos y electorados que, todos juntos, suman para ganar.

Hay dos lecturas de la lógica de funcionamiento de la CR. Por un lado, la perspectiva institucional que asgura la gobernabilidad. Los desacuerdos se canalizan sin que llegue la sangre al río. Por otro lado, los partidos que la conforman deben seducir a diferentes electorados.

Blancos, colorados, cabildantes, De la Gente e independientes saben bien que separados no ganan. Aquí hay dos bloques y sólo dos bloques políticos: La CR y el FA. Es por eso que resulta tan infantil cuando analistas y politólogos filo-izquierdistas aparecen un día sí y otro también angustiados por la suerte de la CR, queriendo hacer creer que las diferencias de los perfiles traen consigo una ruptura esencial en el gobierno del país, o diciendo que si tal o cual partido o líder marca una postura propia en el Parlamento resulta que peligra la gobernabilidad.

Quienes critican a la CR porque no expresa unanimidades se equivocan de modelo de gobierno. Aquí hay una democracia plural que funciona por momentos con lógica parlamentarista, y que gracias a la amplia legitimidad que el presidente de la República recibe con la elección en el balotaje, tiene un mando claro y con gran poder político en la cabeza del Ejecutivo -que es jefe de gobierno y jefe de Estado-.

En este 2022 se cumplirán ya dos años de gobierno de la administración Lacalle Pou. Es hora de que los analistas filo-izquierdistas dejen de lado sus visiones perimidas del deber ser de una coalición de gobierno, y que acepten de una buena vez que la lógica de la CR funciona bien institucionalmente y que además tiene una base electoral muy ancha.

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