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La lógica del balotaje

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Editorial

Se precisará entonces, que los dirigentes de los partidos excluidos de la segunda vuelta jueguen un papel preponderante en la campaña hacia el balotaje. Importa, desde ya, que todos lo tengan claro.

Se acerca el año electoral con sus importantes definiciones. Los sondeos de opinión política son vistos con mayor atención. Muchos en la oposición creen que el desgaste evidente del Frente Amplio en el poder y el signo de una época continental en la que se van terminando los gobiernos progresistas y corruptos, darán paso naturalmente aquí, a una alternancia en el poder.

Sin embargo, hay que analizar con frialdad la realidad electoral. En el estado actual de la opinión, sabiendo que nuestra ciudadanía no es una veleta que cambia fácilmente de voto según varíen los vientos, y con los antecedentes de comicios nacionales que desde 2004 al menos han dejado enseñanzas duraderas, ¿qué escenario electoral efectivamente se puede definir hoy en día como el más probable para las elecciones de 2019?

En primer lugar parece evidente que el primer y el segundo puesto en preferencias ciudadanas en las elecciones de octubre serán para el Frente Amplio y el Partido Nacional. Así ha sido desde 2004, pero además siguen siendo los dos partidos con mayor inserción territorial, manejo de poder departamental en áreas pobladas del país, y gran vitalidad demostrada periódicamente con elecciones internas que movilizan a sus adherentes.

En segundo lugar, es muy probable que el Frente Amplio termine perdiendo la mayoría absoluta en ambas cámaras legislativas. La incógnita está en cuánta será la merma de votos hacia el Frente Amplio en 2019.

Pero a nadie cabe duda hoy en día que ella existirá y que por tanto el diputado 50, por lo menos, no será frenteamplista, así como es muy posible que tampoco alcance a obtener los 15 senadores de la elección de 2014.

Estas dos proyecciones son ampliamente compartidas por analistas y dirigentes que entienden de temas electorales en todos los partidos. Con este panorama, lo que pasa a ser fundamental y que no siempre la opinión pública tiene lo suficientemente claro, es la lógica política del balotaje.

Hemos vivido tres hasta ahora: en 1999, el acuerdo y los pesos electorales de cada partido permitieron un triunfo contundente del candidato del partido que llegó segundo en la primera vuelta; y en los balotajes de 2009 y de 2014, las distancias entre el primero y el segundo en cada octubre, y las mayorías parlamentarias absolutas en favor del Frente Amplio cada vez, hicieron cantado el resultado de ambos.

Pero en 2019 el balotaje será fundamental. En efecto, si ningún partido obtiene mayoría propia en el Parlamento y pasan las fórmulas frenteamplista y nacionalista a la segunda vuelta, se potencia enormemente un factor clave de la actividad política: la capacidad de lograr acuerdos entre distintos partidos para dar clara idea de que la futura administración tendrá gobernabilidad para conducir el país.

Es una gobernabilidad que implica un programa de acción que tenga en cuenta temas esenciales y convergentes de los diversos puntos de vista de los partidos que participan en el acuerdo de gobierno; que se traducirá seguramente por una integración partidaria plural en distintos ministerios del Ejecutivo; y que tendrá un compromiso parlamentario de mayorías en ambas Cámaras para aprobar el plan legislativo que precise la nueva administración. Así las cosas, la inteligencia de blancos y frenteamplistas pasará por posicionarse mejor que el rival para alcanzar esos acuerdos que aseguren a la ciudadanía que, llegado el caso, serán capaces de gobernar. Y por tanto, para aparecer como el mejor candidato presidencial del balotaje.

Es evidente en este sentido que el Frente Amplio corre con cierta desventaja, ya que en estos años se ha abroquelado en su mayoría propia y, del otro lado, ya existe hoy una coordinación parlamentaria entre independientes, blancos y colorados que puede perfectamente ser considerada como un preanuncio de acuerdos de gobierno futuros.

Pero también es evidente que la izquierda contará con cierta ventaja si los resultados de octubre de 2019 la terminan situando muy cerca de obtener la mayoría absoluta, es decir, por ejemplo, con 46 diputados en 99 en total.

Finalmente, si bien todos estos cálculos políticos son relevantes, los actuales partidos de oposición no deben olvidar la siguiente dimensión clave de la lógica del balotaje: el resultado no surge de decisiones de cúpulas interpartidarias, sino que es la gente la que vota y decide. Se precisará entonces, que los dirigentes de los partidos excluidos de la segunda vuelta jueguen un papel preponderante en la campaña hacia el balotaje. Importa, desde ya, que todos lo tengan claro.

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