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El liderazgo que reclamaba el país

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No hubo festejos pero los hechos fueron claros. Con un margen estrecho Luis Lacalle Pou ganó las elecciones el domingo pasado y a partir del 1º de marzo de 2020 será el próximo presidente de los uruguayos.

Pese a lo que anunciaban las encuestas, la victoria fue ajustada y nunca se sabrá si hubo un giro radical de último momento o si en realidad en el mes que corrió entre una elección y otra, la diferencia tan grande que decían las encuestas no existía. Tal vez esto último sea lo real.

De todos modos, la noche de las elecciones Lacalle Pou se dio por vencedor al entender que sería casi imposible revertir la tendencia, aun pese a los votos observados. Su adversario, en cambio, optó por no reconocer ese triunfo y dejó todo suspendido hasta que la Corte Electoral tuviera datos definitivos.

Pero los hechos son los hechos y el cambio tan deseado, saludable y necesario, ya está en marcha. Tras 15 años de gobierno frentista vendrá un nuevo gobierno, conformado por una coalición que liderará el nuevo presidente.

El resultado confirma una tendencia que se asentó en 2004 cuando el Frente Amplio ganó las elecciones: un electorado dividido en dos partes muy parejas. Según cada instancia, una o la otra se lleva unos votos más y gana. Pero en esencia, hay dos formas políticas, sociales y culturales de ver y entender la realidad, y cortan al país por la mitad.

Un error grave del Frente Amplio durante sus 15 años de gobierno fue no entender este corte. Con sus mayorías parlamentarias, aplicó la ley de la aplanadora y se hacía lo que ellos querían.

Por eso el gobierno de Lacalle Pou no solo deberá coordinar con las diferentes bancadas que conforman su coalición, sino que deberá considerar a esa otra mitad. Esto no quiere decir que deba renunciar a sus objetivos. Simplemente tener en cuenta que sobre determinados temas, la opinión de la otra mitad importa.

En ese sentido el presidente electo fue claro en su discurso del domingo. Reafirmó su esencial postura desde que empezó su trabajo hacia la presidencia, ya en la elección anterior: respeto hacia el otro, no dejar que la firmeza de sus posiciones sean una agresión a los que piensan diferente, tener en cuenta lo que otros piensan. En el pasado sintetizó su actitud en una expresión: “por la positiva”. Si se observa cómo se desarrolló esta campaña, aunque la consigna fue otra, aquella idea estuvo siempre presente, incluso en la noche del domingo.

Muchas iniciativas tomadas por el Frente hubieran encontrado amplio apoyo en el Parlamento si hubieran escuchado sugerencias de los partidos opositores y negociado con ellos. No lo hicieron. Fue una lástima porque buenas ideas hubieran salido mejor diseñadas y con una aceptación mayor de la población. Sin embargo, en su radicalismo y su intransigencia generaron resentimientos, cuando hubiera sido sabio evitarlos.

En su columna de ayer, Martín Aguirre planteó dos objetivos básicos que debería tener el nuevo gobierno. Uno, prestarle atención al campo, al agro, al resto del país. La votación masiva del interior a favor de Lacalle es un llamado de atención. Ahí es donde se produce la genuina riqueza del país, donde se generan las divisas que luego se distribuyen por distintas vías a todas partes. No se puede jugar contra quien produce. No se puede asfixiar al que genera riqueza. Hay que alentarlo y estimularlo.

Estimular a que ello ocurra es una forma de mejorar las condiciones de vida de todos los uruguayos. Y a ello apuntaba Aguirre en el segundo punto que consideró de suma importancia: la lucha contra la pobreza. Se instaló en Uruguay una pobreza dura que por varias causas se tornó en una situación de la que casi es imposible salir. El problema es serio. Lo es para quienes viven en esas condiciones y además termina contaminando al resto de la sociedad.

Ambas prioridades están conectadas. Para salir de esa pobreza, el país necesita ser productivo, eficaz y afrontar los otros problemas: la educación, la seguridad y crear un contexto donde haya más trabajo y de calidad. Una cosa se conecta con otra.

El país estaba trabado. Quince años de gobierno frentista llevaron a su agotamiento. Urgía este recambio. Todo indica que Uruguay encontró a la persona indicada para ejercer un formidable liderazgo que otorgue nuevo impulso al país, le eleve la autoestima, lo haga productivo y generoso y cambie algunas taras culturales que le impiden ver el mejor camino a recorrer. Luis Lacalle Pou es la figura indicada para esta misión y solo resta desearle el mejor de los éxitos.

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