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Librar la batalla ideológica

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La asunción de mando en Argentina dejó imágenes que quedarán para la posteridad.

Sin lugar a dudas, la más importante fue la altivez irrespetuosa con que Cristina Fernández extendió la mano al presidente saliente, sin mirarlo, o dio la espalda a la vicepresidenta Michetti, cuando se acercaba a saludarla en su silla de ruedas.

Esa máxima que solía recordar nuestro presidente electo en campaña electoral, “duro con las ideas, suave con las personas”, en Argentina faltó con aviso. El clima general, como se ha dicho en nuestro editorial de ayer, fue de un exitismo arrogante y desmesurado, el extremo opuesto al del ejemplo republicano que dieron Vázquez y Lacalle en la misma ceremonia.

En ese contexto, un pico de mal gusto lo aportó un grupo musical denominado Sudor Marika, que participó de la fiesta en Plaza de Mayo. Desafinando ostensiblemente, una muchacha cantaba una cumbia de letra irreproducible, convocando a compañeros y compañeras “de piquete” a compartir prácticas sexuales. Al inicio gritaba consignas como “por fin vuelven las políticas sociales”, asignando al nuevo gobierno el poder mágico de hacer asistencialismo con recursos inexistentes.

Fueron imágenes que dieron para pensar. Cuando aparecen estos seudoartistas exitosos en la Argentina de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Astor Piazzolla, es comprensible cuestionarse cómo se llegó a esto. Seguramente existen vasos comunicantes entre la decadencia cultural y el auge del populismo.

Los gobiernos populistas, sean de derecha o de izquierda, necesitan ciudadanos dóciles, carentes de sentido crítico, que se instruyan lo menos posible y reaccionen a estímulos primitivos, en lugar de cuestionar la realidad.

Son expertos en instalar un relato de buenos contra malos, de explotadores contra explotados, de patriarcales contra diversos, para promover una hegemonía cultural que adormezca las conciencias.

Estos grupos musicales, al igual que los que se burlaron del presidente electo en un recital reciente financiado por los contribuyentes montevideanos, son en cierto modo los soldados de que se valen los populistas para afianzar esos prejuicios. Llegan gobiernos republicanos y liberales, intentan con o sin éxito corregir los errores de gestión de aquellos, sanear y transparentar las cuentas públicas, pero nada hacen para desatar esa anticultura que queda anclada en la conciencia ciudadana.

Por eso la política cultural del Estado es tan trascendente.

La pereza intelectual se expande y el único freno que se le puede poner es el de la educación y la cultura, el de la formación de ciudadanos para que ejerzan su derecho a cuestionar la realidad, en lugar de acatarla y sumarse al rebaño.

Durante la pasada campaña electoral, se puso de manifiesto la eficacia de repetir mentiras mil veces hasta, como decía Goebbels, convertirlas en verdad.

La paranoia frenteamplista con la supuesta eliminación de los consejos de salarios y marcha atrás en la agenda de derechos, se fundamentó en prejuicios instalados a través de décadas, que ven a los partidos fundacionales no como adversarios políticos, sino como enemigos de clase.

Hay que atacar de una vez por todas ese brutal maniqueísmo.

Es cierto que las nuevas generaciones no repiten abúlicamente los prejuicios de sus padres: muchos jóvenes se están formando en el valor del emprendedurismo y no compran los paradigmas asistencialistas del Estado protector.

Pero también es cierto que no vivieron los grandes dolores del pasado (la violencia guerrillera, la intolerancia, el autoritarismo militar) y no ven del caso asumir una actitud vigilante, protectora de los valores democráticos que nos unen.

Es increíble, pero en la pasada campaña electoral aun hubo gente que repitió viejas mentiras, como que los tupamaros lucharon contra la dictadura o que de la crisis del 2002 se salió gracias al Frente Amplio.

En otros países de América Latina, hay comunicadores que libran la batalla ideológica en solitario. La guatemalteca Gloria Álvarez ha escrito libros y conduce programas de radio combatiendo los paradigmas marxistas y lo mismo hace en Argentina, por televisión, Javier Milei, pero con un estilo chabacano e insultante que poco favor hace a la comprensión de sus compartibles ideas.

Ningún gobierno liberal triunfará en Uruguay si no asume la responsabilidad de contradecir a estos colectivismos trasnochados, que se burlan de la racionalidad y crecen como hongos en el terreno propicio de la ignorancia.

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