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La libertad molesta

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El concepto de “libertad responsable” ha sido uno de los grandes éxitos del gobierno. Una noción que, pese al empeoramiento de la situación sanitaria, sigue estando vigente.

Por más que el intendente de Canelones, Yamandú Orsi, sostenga ahora que Uruguay ya no es un modelo regional en el combate al Covid, vale recordarle que el país gobernado por su líder “clase A”, Alberto Fernández, tiene proporcionalmente cinco veces más muertos, y un 8% de su población vacunada contra un 25% de Uruguay. ¿Dónde prefiere usted vivir?

Pero volvamos a lo conceptual. Desde que este principio de “libertad responsable” fue plasmado por el gobierno, el mismo ha generado una llamativa irritación entre los dirigentes del Frente Amplio y sus satélites mediáticos. No hay figura vinculada a “la izquierda” de la política, la academia, o la comunicación, que no haya aprovechado sus minutos de TV o prensa escrita, para lanzar alguna crítica contra el mismo. Sugiriendo que sería una frivolidad dejar en manos del ciudadano la responsabilidad sobre su propia vida y la de su entorno.

Este odio llamativo a la responsabilidad individual tiene tres motivos centrales que comentaremos a continuación.

El primero, se vincula con una concepción filosófica. La gente que gusta autodenominarse “de izquierda” cree que la sociedad debería organizarse de manera comunitaria. Un sistema donde el grupo sea más importante que la persona, y donde todos fuéramos despojándonos de nuestra individualidad para ser parte de un colectivo superador. Esto tiene el problema de que la historia cuenta que cada vez que se intentó este tipo de organización, la cosa terminó muy mal. Con núcleos que se enquistan en el poder, corrupción y totalitarismo.

El sistema liberal tiene la enorme ventaja de que cada cual es libre de organizarse como quiera. En un sistema liberal, la gente es libre de armar su grupo o colectivo como guste, topearse los sueldos, volcar su dinero a una bolsa común, eliminar su identidad personal si gustan hacerlo. Pero cuando la otra visión gobierna a un país, no permiten que nadie viva si no es como a ellos les parece.

Un segundo motivo por el que la gente que gusta definirse de manera engolada como “de izquierda” odia a la libertad responsable, es porque en el fondo no creen que todos los ciudadanos seamos iguales. Quienes tienen esa concepción creen que hay personas que, por su educación, formación, visión política, están en un plano superior, y otros son brutos e ignorantes, no saben lo que les conviene, y precisan que los otros les digan cómo tienen que vivir y comportarse. De más está que quienes ven el mundo así, están convencidos de estar ellos en ese grupo de privilegiados que deben decirle al resto cómo hay que vivir y pensar. ¡Vaya casualidad!

Esto ha quedado muy claro en la pandemia. Muchos intelectuales, figuras de la cultura y la publicidad, que se jactan de ser los más diversos, inclusivos, bienpensantes, no se han cansado de denunciar que el Uruguay está plagado de idiotas que no saben lo que está bien y lo que está mal. Y por eso hace falta un gobierno que “se haga cargo”, o sea que les imponga coercitivamente algunas formas de comportamiento. De nuevo, es claro que el tipo de comportamiento a imponer es el que a ellos les gusta.

Por último, hay una tercera razón de por qué este concepto de “libertad responsable” molesta tanto a la gente que hincha el pecho y derrama saliva para definirse “de izquierda”. Y tiene que ver con el pánico que les genera que la gente asuma el poder sobre sus propias vidas.

El rechazo patológico que genera en la oposición política y sus satélites mediáticos el concepto de “libertad responsable” tiene raíz en una concepción política totalitaria que cree que la gente no puede estar en control de su vida.

En el Uruguay, la influencia cultural hegemónica del Frente Amplio ha generado una manera de ver el mundo en muchos ciudadanos, donde su prosperidad y progreso dependen del Estado. Son décadas de inculcar la visión de que si nos falta algo, es porque otro lo tiene en demasía, y es el rol del estado oficiar de referí, y definir ganadores y perdedores. Con los resultados que todos conocemos. El ganador es siempre el que se organiza para presionar con más éxito al poder político.

Un país que logra sobreponerse a una crisis como la que vivimos apostando a la libertad responsable, es un país de ciudadanos que asumen el control de su propia vida. Un país que deja de depender de dádivas o “luchas”, para conquistar su propio destino. Algo muy entroncado con la tradición histórica de una nación fundada por gauchos libres e inmigrantes que labraron su propio destino. Un país así deja poco margen para el burócrata, para el que vive de la teta del estado, o el que hace carrera de decir al resto cómo debe vivir y pensar.

Por eso hay gente tan enojada y desesperada por que eso no ocurra.

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