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Libertad o despotismo

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Lo sintetizó José Artigas en 1812 y hoy, dos siglos después, está más vigente que nunca: "La cuestión es solo entre la libertad y el despotismo".

Es muy interesante y revelador el debate político y filosófico que, sin quererlo, ha ambientado este desafío de derrotar a la pandemia.

En su conferencia de prensa de antenoche, el presidente Lacalle Pou formuló dos constataciones que deben tenerse en cuenta, a pesar de la gravedad de la hora: que la cantidad de casos activos viene bajando y que, contrario a lo que anunciaban algunos agoreros a principios de este mes, la capacidad instalada de camas de CTI no se vio desbordada. Pero lo más profundo que se le escuchó decir en esa oportunidad fue que "la libertad responsable es algo para hoy y para mañana, con pandemia y sin pandemia. Es la vida misma en sociedad. He escuchado decir por ahí que fracasó. Si fracasa la libertad responsable, fracasa la humanidad y la vida en sociedad".

El mentado "fracaso de la libertad responsable" es un lugar común que pusieron de moda en las últimas semanas algunos voceros de la oposición.

El senador Charles Carrera lo declaró en forma explícita en 970 Universal, y se ha convertido en un curioso latiguillo con el que fustigar al gobierno. Decimos curioso, porque llama la atención que una fuerza política democrática como el Frente Amplio se coloque enfáticamente en la vereda de enfrente de la libertad. Un cronista de La Diaria llevó esa contradicción hasta el paroxismo, al decir que "si la izquierda fundó la épica de sus gobiernos en la equidad, la derecha la funda en la libertad". ¡Menuda definición!

¿Por qué decimos que este intercambio de ideas resulta tremendamente revelador? Porque termina desnudando, de forma tal vez involuntaria, la línea divisoria que separa a liberales de colectivistas, una antinomia muy diferente a la de derecha e izquierda, que es la que intentan posicionar los segundos.

Para el colectivismo, la libertad no es un valor, o en el mejor de los casos, se lo relativiza. Proclaman una equidad que las dictaduras leninistas, castristas y chavistas nunca han concretado, porque un gobierno despótico conduce siempre, invariablemente, a la entronización de una pequeña casta de privilegiados que domina a grandes masas de súbditos sin horizontes.

En nombre de esa equidad prometida pero incumplida, los sistemas totalitarios cercenan la libertad de las personas. Censuran, persiguen y encarcelan a los políticos, artistas e intelectuales que desafían su paradigma absolutista.

Para ellos, el pluripartidismo es "la pluriporquería" al decir de Fidel Castro.

No llevarse bien con el concepto de libertad, pretender que es un instrumento de las "clases dominantes" o que implica insensibilidad hacia los más débiles, equivale a asumir un rol mesiánico que se autoatribuye la verdad y la justicia, lo que los habilita a manipular ambas en el beneficio de sus intereses. Al mismo tiempo, pretender que el discurso liberal promueve la inequidad es una mentira, que no por haberse repetido tanto a lo largo del siglo XX, deja de serlo.

Es hasta gracioso que quienes tiraron al río millones de dólares en unos pilotes inútiles, que costarán otros tantos ahora retirar de allí, pontifiquen contra la vocación liberal de un gobierno que está poniendo todos los recursos del Estado en el combate a la pandemia y en la superación de la crisis económica y social que esta conlleva.

Su postura de estos días desenmascara el radicalismo colectivista de la actual mayoría opositora, muy diferente a la moderación que permitió al ala socialdemócrata del Frente Amplio acceder al poder en 2005.

También resulta irónico que quienes convocaron a todo tipo de aglomeraciones y rechazaron escandalizados la ley que debió limitar el derecho de reunión, ahora critiquen al gobierno porque no reduce la movilidad a cero y porque se niega a imponer un toque de queda que solo podría sostenerse con represión policial y militar.

Pero es muy positivo que la confrontación de ideas haya llegado a este punto. Desenmascara el radicalismo colectivista de la actual mayoría opositora, muy diferente a la moderación que permitió al ala socialdemócrata del Frente Amplio acceder al poder en 2005 y retenerlo por una década y media.

En los últimos días ha circulado por las redes sociales un tramo de una entrevista radial hecha en España al inefable Pablo Iglesias, exvicepresidente segundo de ese país y líder del partido de ultraizquierda Podemos. En un ping pong de preguntas y respuestas breves, el periodista le lanza "¿comunismo o libertad?" y la réplica de Iglesias no se hace esperar: "Comunismo, qué cojones".

¿Cuánto faltará para que los detractores locales de la libertad responsable se sinceren así?

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