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La (e)lección del Interior

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Las elecciones municipales del próximo domingo —punto final del largo proceso electoral uruguayo— plantean dos visiones sobre su significado, consecuencia de la tradicional dicotomía que ha caracterizado la historia de nuestro país entre capital e interior, el campo y la ciudad.

La sensación, en este caso, es que el interior parece haber comprendido en forma cabal el porqué de la separación en el tiempo de ambas elecciones; el periodo de reflexión entre unas y otras, y el significado que ello encierra, mientras que en Montevideo solo se las entiende como una continuación de octubre y noviembre, una simple repetición de lo que ya pasó y no de lo que está en juego.

El interior lleva amplia ventaja y así van las cosas. Allí está claro que una cosa es el gobierno nacional y otra el municipal; qué se debe exigir en uno y otro, y cuáles son los valores que están en juego. Como comprendió esta diferencia, el ciudadano del interior es mucho más exigente a la hora de dar su voto en los comicios departamentales.

En las elecciones nacionales se buscan las grandes líneas políticas que debe plantear un partido o un candidato, en las municipales se redirecciona el horizonte de exigencias y se ubica en el espacio que rodea al votante en su carácter de vecino de una ciudad. El interior no mezcla los temas, sino que en forma más inteligente los separa. En las municipales vota por su departamento o por su ciudad. Busca apoyar a aquel candidato que le da garantías de ser un vecino consciente de los problemas que aquejan en forma directa a su ámbito de vida, que está en condiciones de enaltecerlos y cuidarlos, que es sensible a las cuestiones cotidianas que enfrentan los ciudadanos apenas salen de sus casas.

No es casualidad, por ejemplo, ver el nivel de limpieza en cualquier ciudad del interior y en Montevideo. Ver el estado de las calles, sin pozos y bien iluminadas; el espectáculo que significan las plazas, atendidas con cariño y orgullo; sus monumentos respetados y los servicios municipales que apuestan a simplificarle la vida a los vecinos y no a complicársela.

Se dirá que hay una diferencia de tamaño entre las ciudades del interior y Montevideo. Puede ser, pero eso suena más a una excusa; lo que hay es una diferencia cultural. Gente que paga sus impuestos y exige que su aporte se vea, porque ama su entorno y su ciudad, y lo entiende como una continuación de su casa. Si en ella hay limpieza y orden, no existen motivos para que apenas cruzada la puerta de calle, sus exigencias y su estilo de vida se desmoronen y estén dispuestos a convivir con una distinta y sucia realidad.

Sabiamente son inflexibles y quisquillosos en la materia. Si quien ocupa la Intendencia, partido o persona, ha incumplido con sus expectativas, no tienen el menor inconveniente en cambiarlos. Tarjeta roja para el Partido o la persona: van para afuera y que venga otro que sí se encargue de la ciudad, su aspecto y sus servicios. Ningún candidato promete obras faraónicas ni grandes medidas innovadoras: solo responsabilidad, cuidado y orden, que aseguren la comodidad del vecino y respeten su dignidad.

En Montevideo no. El montevideano hace tiempo que se puso una camiseta y la usa para cualquier elección. No importa que la ciudad sea un desastre, que viva tapado de basura apenas sale de su casa y deba convivir con la falta de limpieza (esa que según Topolansky viene desde la época de Bruno Mauricio de Zabala), las veredas chuecas, los pozos que se eternizan en las calles —oscuras "como bocae lobo" por las noches—, un transporte lento y pesado, el caos del tránsito, los inspectores que acechan como si fuera un enemigo, las plazas deterioradas, las paredes pinturrajeadas. El ambiente que lo rodea agrede al vecino, pero a la mayoría no se le pasa por la cabeza echar a quienes lo tratan así y traer a otro que haga las cosas bien. El voto en Montevideo es simplemente ideológico: no se genera ni se apoya en la gestión, sino en el pensamiento "compañero".

Hace 25 años que está instalado en el Palacio Municipal el mismo partido; porque aquí parece que es una cuestión de Partido y no de personas: han desfilado muchas y el panorama no ha cambiado para nada. Los problemas de la ciudad se arrastran desde hace años y da la impresión de que a la gente le gusta vivir así. No hay sana rebeldía frente al desprecio que exhiben los jerarcas departamentales por quienes pagan sus impuestos para que ellos y su estructura cobren los sueldos.

La capital podría, de una vez por todas, aprender la lección que viene desde el interior. No es tan lejos, y también es uruguayo.

Editorial

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