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La hegemonía cultural a la defensiva

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Como saben los lectores habituales del diario, desde hace un buen tiempo venimos analizando en nuestros editoriales, así como lo han hecho varios columnistas, distintos aspectos de la hegemonía cultural de la izquierda en el Uruguay y sus consecuencias.

El fenómeno, estructural y de largo aliento, marca a fuego nuestra particular subcultura y determina los comportamientos de los actores políticos y sociales en la vida cotidiana, su posición frente a los temas del día y las respuestas que adoptamos como sociedad frente a los desafíos políticos, económicos o de cualquier especie.

Esta característica cultural de nuestro país afecta muchos temas, que van desde la reinterpretación de la historia hacia una visión mitológica en que los tupamaros son héroes de la democracia, una estrategia provinciana para nuestra política exterior, una vergonzosa hemiplejia moral para condenar las dictaduras de derecha y aplaudir las de izquierda, el estatismo exacerbado que nos sigue distinguiendo en el mundo, entre otros numerosos aspectos.

El propio pináculo de la soberbia desde el que miran el mundo los intelectuales de izquierda uruguayos, muchas veces parapetados desde la maquinaria estatal en connivencia con el poder político, los hace perder sentido de la realidad. Por eso es que cuando existen análisis que cuestionan su hegemonía cultural los ignoran o reaccionan sobresaltados, como lo ejemplifica la carta del Director del Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República que se publica hoy en la sección Ecos.

Su respuesta al editorial que cita, demuestra que no lo comprendió. Lo que afirma textualmente el editorial es que existe un doble estándar moral para medir a los intelectuales uruguayos, no que unos sean más morales que otros. Es evidente, y existen abrumadores ejemplos, que demuestran que los intelectuales frentistas cuentan con patente de corso para pasar por "profesionales independientes", mientras que a los de los partidos tradicionales se los marca y persigue.

El problema no es, como afirma el Director del Instituto de Economía, que "gozarían de injustificado reconocimiento moral y material solo entendible por sus afinidades ideológicas". Es al revés, lo que señalamos es que desde el prestigio de la cátedra se opina con un evidente sesgo partidario y se quiere hacer pasar esas opiniones como científicas, cuando no lo son.

El Instituto de Economía, como un actor más del andamiaje oficialista del que también forman parte el resto de la Universidad estatal, el Pit-Cnt y otras "organizaciones sociales", de diversas formas ha manifestado consecuentemente opiniones favorables a las administraciones frentistas y ha opinado en temas sensibles a la opinión pública con un sesgo inocultable. No reconocerlo, lamentablemente, implica que no son conscientes de esta realidad o que entienden que su rol de intelectuales comprometidos con el partido es más importante que su compromiso con la honestidad académica que debería conllevar su responsabilidad.

En cuanto a los consejos de ética periodística, se los agradecemos pero no los necesitamos. El País tiene derecho a sostener la línea editorial que entienda pertinente y su trayectoria casi centenaria demuestra que su conducta ha merecido la consideración y la confianza de los uruguayos.

Ya que el Director del Instituto de Economía amablemente nos da consejos sobre cómo ejercer nuestra tarea, vamos a corresponderle. Sería muy bueno que en vez de analizar la línea editorial de nuestro diario, dedicara algo de tiempo a reconsiderar el trabajo que hace el Instituto de Economía y la Universidad de la República. Que se detenga a contemplar el triste papel de laderos de las administraciones de turno que vienen cumpliendo, incompatible con el verdadero espíritu universitario.

Aunque no se reconozca el problema de fondo, al menos parece que desde el propio corazón de la hegemonía cultural progresista existe alguna sensibilidad a reaccionar cuando queda en evidencia.

Esa actitud defensiva demuestra que con inteligencia, tiempo y recursos, se puede generar un pensamiento crítico más ligado a la verdadera tradición intelectual liberal que supo caracterizar a un país más culto y abierto que el actual. El chato y gris debate de ideas en el Uruguay necesita desesperadamente una mayor polifonía, y su simple existencia descubre caminos que aunque hoy parezcan intransitables señalan el albur de otros tiempos.

Editorial

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