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“Justicia alternativa” no es justicia

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En las últimas horas, un episodio tan revelador como previsible, ha generado mucho ruido mediático. Se trata del caso de un fotógrafo de renombre en el mundillo comunicacional, que tuvo la mala suerte de llamarse igual que un personaje del carnaval, involucrado en denuncias de abuso.

El episodio escaló varios decibeles en gravedad cuando sus denunciantes, no conformes con organizar una plataforma en redes sociales para que cualquiera acuse a cualquiera de cualquier cosa, salieron a pegar carteles en las calles, con fotos de los supuestos implicados. Allí “marchó” el señor fotógrafo amigo de periodistas, ya que su rostro fue usado por error para enchastrar paredes bajo el rótulo de “abusador”, o cosas peores.

Tal vez por la vinculación mediática del injustamente enchastrado, mucha gente cayó de golpe en la cuenta de que este tipo de acciones, a las que algunos han denominado “justicia alternativa”, no solo son inmorales y se prestan para cualquier tipo de exceso. Sino que de justicia no tienen nada.

El tema de fondo es que con las fiebres de estos tiempos donde mucha gente se cree que está descubriendo el fuego, activistas y sensibles reformadores sociales tienden a banalizar instituciones que llevaron siglos de evolución cultural y política. Hablamos de cosas como el debido proceso, el derecho a la defensa y a tener su día en la corte para cualquier acusado. Por no hablar del derecho al honor, y a que la imagen pública sea resguardada de las iras y empujes de la turba enardecida.

Ninguno de esos institutos son un regalo del cielo. Ninguno surgió gratuitamente de la cabeza de algún “influencer” iluminado. Sino que son la consecuencia del aprendizaje de generaciones y generaciones, conviviendo con la injusticia y los abusos que suelen generar la sociedad y los individuos, cuando se dejan llevar por pasiones irracionales.

Y esto está pasando demasiado en este siglo XXI. Pese a todos los avances en materia social, económica, y tecnológica de los que disfruta al menos la sociedad occidental de origen judeocristiano en la que tenemos la suerte de vivir (es muy productivo vincularse cada tanto con gente que viene de otros lados para comprobar la diferencia), coexistimos con gente muy enojada, que cree que la causa por la que lucha justifica cualquier cosa.

Es así que motivos que pueden ser muy válidos, como luchar contra el abuso de poder, sexual, o reivindicar la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, son totalmente desvirtuados por fanáticos que piensan que todas las normas e institutos desarrollados durante siglos por nuestra civilización, son frivolidades que incomodan el avance de sus movimientos. Por lo cual justifican cualquier accionar que a su entender permita enfrentar a quienes ellos ven como adversarios, rivales, enemigos. Y están muy equivocados.

El eje central de un estado de Derecho, es que el fin no justifica los medios. Que la justicia rápida, muchas veces no es justicia sino linchamiento. Que los abusos no se “curan” con otros abusos, sino que ellos solo serán la base de nuevos desajustes que terminarán generando un espiral interminable de injusticias.

Uno puede estar de acuerdo en que hay muchos aspectos de la convivencia social en nuestro país que merecen ser reformados. Puede estar de acuerdo en que hay instituciones que no se han adaptado a los cambios culturales y requieren algún tipo de sacudón. Pero hay que tener mucho cuidado con banalizar las garantías legales que nos brinda el sistema. Con azuzar a la turba con consignas incendiarias contra todo lo que no le guste a cuatro fanáticos. Porque eso, eventualmente, se dará vuelta contra nosotros.

El eje central de un estado de Derecho, es que el fin no justifica los medios. Que la justicia rápida, muchas veces no es justicia sino linchamiento. Que los abusos no se “curan” con otros abusos, sino que ellos solo serán la base de nuevas injusticias.

La justicia uruguaya tiene enormes problemas. Es lenta, es entreverada, ha perdido profesionalismo y calidad técnica. En muchos casos no se ha adaptado a las nuevas sensibilidades, y en otros se deja llevar por el activismo de algunos de sus operadores, cuando no por la visión política partidaria de los mismos. Pero tiene formas de equilibrio interno y depuración, que la convierten en la única garantía de que la vida en sociedad no se transforme en la ley de la selva. Donde tenga razón el que grita más fuerte, el que elabora consignas más originales, el que tiene más acceso a los medios.

Sería deseable que este episodio hiciera pensar a activistas y “aliados” en los medios de comunicación que en estos temas no puede valer todo. Que las formas son importantes, y que hay que respetar a la justicia institucional, que es la única real que existe. La “alternativa”, es mucho más injusta y solo nos hará hundir en el odio y la confrontación.

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