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Los inversores golpean la puerta

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Soy optimista para Uruguay; estamos mal, pero no vamos mal y eso nos hace atractivos”. Esta es la conclusión de Rodrigo Ribeiro, socio de Advisory Services de la consultora KPMG Uruguay, entrevistado el pasado lunes en el suplemento Economía y Mercado de El País.

La frase dice mucho sobre la situación actual del país, y los conceptos de Ribeiro deberían ser tomados en cuenta por los operadores políticos, y también por la sociedad en general. Según Ribeiro, “un buen manejo de la cuestión sanitaria, con medidas en lo económico tomadas con seriedad, con protección social y orden político, que reflejen estabilidad. Y en ese contexto, Uruguay tiene claras ventajas”. Y agrega que: “sorprendentemente, hay más inversores mirando a Uruguay de lo que uno se podría imaginar en estas circunstancias”.

Muy bien, volviendo al principio, “estamos mal, pero no vamos mal”, ¿cómo evaluar eso?

La cuestión es que desde hace al menos cinco años, la economía del país está planchada o en leve retroceso. Eso tiene un componente externo, es verdad, ya que los precios de los principales productos que exportamos han venido cayendo desde los picos vividos entre 2005 y 2014. A lo que hay que sumar la crisis feroz que ha golpeado a Argentina y Brasil, lo cual nos ha afectado tanto por el lado del turismo, como de la exportación de productos que solo tienen como mercado a nuestros socios del Mercosur.

Pero esta no es la única razón. La realidad es que el país no parece haber tomado las medidas adecuadas en los momentos de notorio esplendor de una década atrás, como para cimentar un crecimiento económico que no dependiera de manera tan determinante de la inestabilidad de dos socios que ya sabemos desde hace décadas cómo se las gastan. Y que cíclicamente cada 10 o 15 años, caen en depresiones profundas.

Pero tampoco se hicieron los deberes en otros sentidos. Lejos de haber fortalecido a los sectores económicos donde el país tiene un diferencial favorable, se los asfixió a impuestos con el fin de financiar experimentos delirantes de un desarrollismo que ya era caduco hace 40 años. La consecuencia fue que cuando el viento viró, estos sectores con ventajas comparativas, estaban endeudados, flacos, y sin capacidad de inversión propia como para aprovechar rápidamente el fortalecimiento de sus áreas.

Algo parecido pasó en los hogares. La obsesión estatista y dirigista que anida en el Frente Amplio hizo que en los últimos años se realizara una verdadera política de asfixia al ciudadano, tanto a través de impuestos directos, como de tarifas públicas. Todo para financiar una estructura burocrática clientelista y parasitaria. La consecuencia fue que al primer cambio de viento, la gente no tenía casi respaldo económico para atravesar la coyuntura adversa, y el estado no tiene margen para pedir más apoyo a la sociedad, en momentos en que necesita asistir a los más débiles. Algo que también muestra que todos los recursos extraídos estos años con ese fin, no se usaron para ello, o se hizo de mala manera.

“Estamos mal, pero vamos bien”, es la lectura de un experto en asesorar inversores, que asegura que el país ha logrado ponerse en la mira de los capitales externos por su gestión de la crisis sanitaria y su visión económica a futuro.

Por todo esto es que “estamos mal”. Con un país endeudado, con un estado deficitario e ineficiente, con un sector privado asfixiado y sin caja, y una economía general planchada y anémica.

¿Por qué vamos bien? Primero que nada porque el nuevo gobierno ha da- do certidumbre a los operadores económicos de que su meta es corregir muchos de estos desequilibrios. Que no se aumentará la carga tributaria sobre las familias y empresas, y que se tiene claro que quien debe liderar la recuperación no es el estado con proyectos delirantes que no tienen retorno. Sino que lo harán los privados, a los que hay que apoyar, pero sobre todo, no interrumpir en su labor. Y también por el manejo profesional y ejecutivo de la crisis sanitaria. Algo que todo el mundo reconoce, salvo los integristas de izquierda y el SMU que clamaban medidas como las que tomó Argentina. Los que ahora impulsan protestas y marchas que arriesgan tirar por la borda todo lo construido de manera sostenida durante los últimos cinco meses.

Y acá hay que derribar un mito. Se dice que esto fue posible por la inversión previa en un sistema de salud integrado maravilloso y único en el mundo. Ese sistema tenía menos de 100 test de diagnóstico al cambiar el gobierno, y según nada menos que el presidente del Sindicato Médico, tiene a varias instituciones mutuales al borde de la quiebra. Una maravilla el legado del FA en ese sentido.

Por suerte, nada de lo que ven los inversores de fuera es ajeno a los de adentro. Y las encuestas de apoyo al nuevo gobierno demuestran que la abrumadora mayoría de la sociedad uruguaya tiene claro lo que está pasando.

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