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La inseguridad, los votos y el F.A.

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Hay tres delitos que ayudan a dar cuenta de la evolución de la inseguridad: los hurtos, las rapiñas y los homicidios. Los tres muestran que estamos mucho peor hoy que en 2005, sobre todo en Montevideo: su tasa de homicidios cada 100.000 habitantes es mayor, y hay muchos más hurtos y rapiñas que en el Interior con relación a sus respectivas poblaciones.

En la última campaña electoral el ahora presidente Vázquez no engañó a nadie en este tema. Sostuvo que la actuación del equipo del Ministerio del Interior era la correcta y que mantendría el rumbo de lo definido en la Administración Mujica. Por otro lado, los partidos tradicionales fueron muy críticos de la inseguridad y responsabilizaron políticamente a los gobiernos del Frente Amplio de los fracasos en esta área. El pueblo votó y laudó claramente: no solamente eligió a Vázquez, sino que dio mayoría absoluta en ambas Cámaras a la izquierda.

Hay una relación muy estrecha que no siempre se tiene presente. Surge de vincular los datos de inseguridad en la capital con los resultados de octubre de 2014, en particular en los barrios en los que esa inseguridad es mayor. Mientras que la tasa promedio de Montevideo fue de 7,5 asesinatos cada 100.000 habitantes en 2014, en el Borro y Casavalle alcanzó a 22,7/100.000, en Carrasco Norte y Malvín Norte trepó a 16,9/100.000, y en La Teja y el Cerro fue de alrededor de 14/100.000 habitantes. Pasa lo mismo con los datos de rapiñas y hurtos cada 100.000 habitantes: las peores cifras provienen de los barrios populares y periféricos de la capital.

En esos barrios fue donde el Frente Amplio votó muy bien comparativamente, mejor que en el promedio general, de por sí muy bueno, que tuvo en Montevideo.

En efecto, la izquierda recibió algo más del 50% del total de apoyo en la capital, superando en cerca de 94.000 votos a la suma de todos los votos recibidos por los demás partidos. Pero, por poner algunos ejemplos, en Cerro, Casabó, Pajas Blancas y Santa Catalina, el FA recibió cerca del 70% del total de votos contra 16,5% del Partido Nacional y 5,6% del Partido Colorado. En La Teja y Belvedere, la izquierda recibió 64,3%; en Marconi, Cerrito y Manga, 58,2%; en Malvín Norte, alcanzó 53,5%.

Los datos parecen una paradoja: con una campaña en la que el candidato Vázquez defendió la política de seguridad que se llevó adelante todos estos años, donde mejor votó el oficialismo fue en los barrios en los que más se sufre cotidianamente de hurtos, rapiñas y homicidios. ¿Es que acaso la gente es tonta y vota contra sus propios intereses? Por supuesto que no. Lo que ocurre es que la cuestión de la inseguridad no es el único factor a partir del cual las clases populares definen su voto.

Por un lado, incide la inserción social y barrial de los partidos políticos. ¿Cuántas décadas hace ya que comparativamente el Frente Amplio tiene mucho más despliegue territorial y presencia de dirigentes locales que los partidos tradicionales en Montevideo? Con el correr de los años, la oposición ha ido dejando de lado las zonas populares de la capital y la izquierda allí es casi monopólica. Por otro lado, están las consecuencias electorales de lo que puede definirse como el universo simbólico ciudadano hegemónico urbano, que liga lo moralmente aceptable con la identidad partidaria frenteamplista. No hay motivo para votar algo distinto, por ejemplo, que el personaje del Pepe, que se presenta como pobre, honesto, y que ensalza la mismidad. Finalmente, están las consecuencias de la crisis de 2002. Como bien enseña la pirámide de Maslow, las necesidades fisiológicas básicas (comer suficiente, no pasar frío, etc.) están antes que las de seguridad y protección. Las necesidades básicas sufrieron enormemente con la debacle económica y social de 2002, que en el relato hegemónico frenteamplista ocurrió por culpa de blancos y colorados. ¿Por qué votarlos a ellos entonces, ahora que las necesidades básicas están mejor cubiertas que antes, gracias al auge económico ocurrido en los gobiernos del Frente Amplio? Hoy falta seguridad, sí. Pero la interpretación sencilla es que con "los otros" la cosa puede ser incluso peor, como ocurrió cuando la crisis económica.

La crítica de la oposición sobre la inseguridad debe integrar estas variables políticas y ciudadanas. Si no hay un cambio en Montevideo que implique llegar con credibilidad y mucha decisión a los barrios populares, será como seguir arando en el desierto. O lo que es lo mismo, seguir hablando a los ya convencidos.

Editorial

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