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La hora del vale todo

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Editorial

El giro que ahora propone Vázquez recuerda a los mítines tan afectos a la izquierda populista, desde los Evos, Cristinas, Lulas y Maduros, hasta otros del siglo XX de cuyos nombres no queremos acordarnos.

Ala misma velocidad con que las encuestas demuestran el endeble posicionamiento del oficialismo de cara a la elección de este año, sus distintos voceros multiplican declaraciones desafortunadas, que más se asemejan a manotazos de ahogado.

Un hecho trágico y absurdo acaecido en la rambla de Punta Gorda, que segó la vida de un joven artista, hijo de un inolvidable músico uruguayo, fue utilizado de forma espuria por el senador frenteamplista Marcos Otheguy, con la intención de enchastrar la campaña Vivir Sin Miedo, que impulsa su par Jorge Larrañaga.

Desde las mismas tiendas oficialistas donde, un día sí y otro también, no paran de clamar por juego limpio, Otheguy incurrió en el peor de los recursos y el más maloliente de los agravios. Dijo que "las campañas promotoras de barbarie como las de vivir sin miedo, se sabe cómo empiezan pero nunca cómo terminan". El expresidente del Banco Central y precandidato del FA Mario Bergara no le fue en zaga. Opinó que "vivir sin miedo es poder pintar un grafiti en mitad de la tarde y que no te maten".

Ambos agravios tienen dos puntas. Por un lado insultan a los cuatrocientos mil uruguayos que pusieron su firma a la iniciativa de Larrañaga, adjudicándoles en forma vil intenciones de gatillo fácil y justicia por mano propia, cuando nada de eso contiene el proyecto en cuestión. Pero por el otro, mucho más grave, afrentan a los familiares y amigos de la víctima. Cualesquiera sean sus ideas y creencias, ellos tienen derecho a que su dolor sea respetado y que ningún político lo utilice para juntar votos.

Más aún: están en todo su derecho de exigir al Estado una pronta dilucidación del caso, de modo de hacer justicia.

Pero no. Quienes tienen la responsabilidad de gobierno eligen un camino distinto, que es el de usar la tragedia para menoscabar a un adversario coyuntural, en lugar de proponer cómo evitar que se repita. Es un poco aplicar la estrategia que tan bien denuncia Henrik Ibsen en su inmortal pieza "El enemigo del pueblo": hay que satanizar al denunciante en lugar de admitir que las aguas del pueblo están envenenadas.

Y este no es un hecho aislado.

Los dirigentes del oficialismo están desembozadamente aplicados a la campaña electoral.

En los últimos días han explicitado la intención de hacer una "contracampaña" a la iniciativa de Larrañaga (sin darse cuenta del favor que le hacen con solo admitirlo) y la bajada de línea interna, como siempre, funciona a la perfección. Todos salen al voleo con dimes y diretes para desacreditar la propuesta opositora, al punto que el presidente de la coalición, Javier Miranda, en otra de sus sesudas reflexiones, ha dicho que se debe- ría echar mano a la estrategia del No a la baja.

¡Como si no hubiera pasado el tiempo suficiente para intuir el cambio que ha habido en la opinión pública desde entonces hasta ahora! Pero es así: en la desesperación por sacar el agua a baldazos de la balsa sin timón, todo vale.

Quien no tiene problema en cambiar de rumbo ciento ochenta grados es el presidente Vázquez.

El año pasado hizo un insólito balance de primero de marzo por interpósita persona, cuando contrató al periodista Fernando Vilar para leer un teleprompter sobre las bondades del gobierno. Este año elige el camino opuesto. No ya volver a dar la cara, lo que sería obvio y necesario. Anuncia que lo hará en un acto público, eligiendo como escenario nada menos que el Antel Arena.

¿Demostración de fuerza en la adversidad? ¿Apoyo explícito a Carolina Cosse, la emperadora de ese coliseo? Es muy difícil tratar de encontrar una punta de madeja en el intrincado cerebro de los asesores de comunicación del presidente, pero lo que es cierto es que a esta altura del partido, un acto de masas en el Antel Arena suena menos a balance de gestión y más a ostentación de poder omnímodo. Es tradición que los presidentes de nuestro país se dirijan a la población por cadena de televisión desde su oficina o el living de su casa, mostrando con ese talante austero que lo que importa es cómo gobiernan y no cuánto gastan en comunicarlo. El giro que ahora propone Vázquez recuerda a los mítines tan afectos a la izquierda populista, desde los Evos, Cristinas, Lulas y Maduros, hasta otros del siglo XX de cuyos nombres no queremos acordarnos.

Como sea, este tipo de decisiones desafortunadas, así como la práctica de agraviar a los adversarios, parecen confirmar que el gobierno ingresa en un territorio de vale todo, donde la que pierde es la democracia.

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